Antes de que el invierno y la navidad monopolizaran las
conversaciones de los neoyorquinos, antes incluso de que Halloween
instaurara la locura colectiva en las calles del Greenwich Village de
Manhattan y antes incluso de que el frío polar y la nieve nos
obligara a pasear por este salvaje lugar mostrando sólo nuestros
ojos, hubo un tiempo en otoño en el que los americanos, y los nuevos
americanos de adopción, entretuvimos nuestros domingos con una
actividad que es ligeramente de esas de “sólo aquí”: ir a
recoger manzanas.
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Ilustración de Jesús Escudero |
El mecanismo no puede ser más sencillo. Tú vienes con tu coche,
te dejo entrar a mi gigantesco huerto, te doy una bolsa de plástico
con las asas más resistentes que vi jamás y durante el tiempo que
quieras te puedes dar el gusto de llenarla dicha bolsa (de un tamaño
más bien discreto) con todas las manzanas que te quepan. Lo de
menos, queda claro, es llevarse a casa dos o tres kilos de fruta. Lo
importante es completar la visita turística correspondiente
recorriendo y reconociendo las diversas variedades de manzanas,
convenientemente explicadas, con sus orígenes, su nombre científico
y su gusto en paladar. Es así como uno aprende que hay vida manzanil
más allá de la Golden, la Fuji y la Gala, y
llevarse a la boca una variedad Cameo, Empire o
HoneyCrisp. Aunque ninguna compita con la Mcintosh, que
no es una marca de ordenadores solamente, sino también la más
famosa de la variedad de manzana y orgullo del estado de Nueva York.
Así, cuando uno ha probado cuantos tipos de fruta carnosa ha
tenido tiempo de engullir en lo que dura el recorrido (las manzanas
dentro de tu estómago no cuentan); cuando se ha podido jugar al
béisbol con piezas ya caídas en el suelo y bates de madera de
manzano, por supuesto; cuando se ha montado a caballito del compañero
para alcanzar esa pieza gigante de Red Delicious que no
estás seguro que te vaya a caber en la ya repleta bolsa; y cuando se
han agotado todos los chistes y poses fotográficos relacionados con
Adan y Eva, con Newton y con Guillermo Tell, es momento de dejar el
huerto, esconder alguna manzanita que ya no cabe en la bolsa bajo los
asientos del coche, recargar fuerzas con la mejor sidra caliente de
manzana que uno haya probado jamás, asombrarse con el tamaño que
una calabaza puede llegar a alcanzar y empezar a preguntarse en qué
hacer con los kilos de fruta que uno lleva para casa. Al menos, ante
cualquier pregunta, absurda o no, que a uno le esté esperando, el
célebre “Manzanas traigo” cobra ahora todo su sentido posible.
Ilustración de Jesús Escudero. En la web de Jesús puedes
conocer más de su trabajo.
Mira a ver si la cantidad de manzanas que se pueden recolectar dan para montar un llagar de sidra. Yo veo negocio! :D
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