Pasa el tiempo. Y las estaciones.
Acaban las años. Reviven los resúmenes. Del dónde estaba yo
hace ahora un año al cómo habré terminado yo aquí. Me
pregunto cuándo volveré a hacer otro balance, si tendré que
esperar a finales del 2014 para recapacitar sobre el hecho de que,
hace un año por aquellas fechas, la falsa Navidad me dejaba tan
indiferente como cuando la descelebré en Vietnam o me encontraba en
China. Peor sin duda que aquella en la que una tableta de turrón
alimentaba a un palentino y un valenciano en Budapest. No importó
nunca que fuera Navidad, sino dónde lo fuera.
No volverás a ver la mirada
triste del chico que observaba el infinito.
Pero el balance me lleva de Malawi
a Manhattan. De un final de 2012 a la orilla del lago homónimo en la
que ya sólo importaba la nueva vida en la ciudad más intensa del
planeta a los últimos suspiros de 2013, cuando el destino te
recuerda que aquí ordena él y que, aunque tú puedes poner toda tu
buena intención, las cosas se harán como él mande. Y mandan las
ausencias, las que hoy no vienen en ese avión que está aterrizando.
Las que ya no me lo comparten todo, como fue antes del huracán.
Seré bien breve: te he perdido y eso duele.
Desde hoy no temas nada, no
hace falta ya, todo se fue con el huracán. Nada queda de las vueltas
que el tiempo nos dio, todo se fue con el huracán.
Volveremos a hacer balance dentro
de un año. Y entonces sabremos si las tormentas se convierten en
huracanes que habrán de acelerar el ritmo cardiaco sin fecha de
caducidad. Entonces conoceremos si la soledad es un lugar tan vacío
sin ti. Puede, incluso, que descubramos de quién es pronombre ese
ti. Si tengo que elegir, como pedía hace un año en las
costas de Nkhata Bay, que el balance se haga desde otro lugar. Que
pasado un periodo adecuado, antes del acomodamiento, después del
conocimiento, tengamos el valor de tomar la puerta de salida y buscar
otro suelo desde el que ponernos a recordar ¿dónde estaba yo el
año pasado por estas fechas?
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