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Ilustración de Jesús Escudero |
Todo
comenzó a principios del mes de octubre. De repente, una mañana
cualquiera, docenas de tiendas situadas en céntricas avenidas
comerciales de la ciudad amanecieron transformadas en amplios
almacenes de disfraces y todo lo necesario para parecerse a otra cosa
diferente a lo que uno es: pelucas de colores, dentaduras postizas
luminosas, lencería íntima con mensajes apelativos, colas de
dinosaurio, maquillaje fluorescente y bolsas de kilo de purpurina .
En sus puertas, como reclamo, enormes réplicas de Superman,
descomunales zombies mecánicos y sonoros e, incluso, actores
disfrazados de lo más variado. En las últimas semanas, a mi paso
por alguno de estos comercios, Drácula, Freddy Krueger o hasta el
mismísimo Wally (sí, el de “¿Dónde está Wally?”) me han dado
un folleto de su tienda al tiempo que me invitaba a entrar. "¿Ya tienes tu disfraz de Halloween, chico?". Había comenzado
la locura por disfrazarse.
Las
casas se transformaron, y pocos dejaron de colocar una enorme y
anaranjada calabaza en la puerta de su hogar. No pocos fueron los que
invirtieron en falsas telarañas para decorar puertas y ventanas.
Algunos no dudaron en pegar la silueta de un fantasma con vinilo en
la ventana de su residencia y hubo quien, incluso, decoró su jardín
con un zombie de tamaño natural saliendo de las entrañas de la
tierra. Los bares y restaurantes no se quedaron atrás, y durante
semanas ha sido imposible encontrar un solo lugar que no sumara a la
fantasmagórica celebración.
Un jardín cualquiera. Foto: Ángela Pons |
Sin
embargo, el día de Halloween de verdad, el 31 de octubre, el Día
de los muertos mexicano, la fecha en la que los druidas celtas
invocaban al maligno hace más de dos mil años, poco hacía recordar
en Nueva York que esta es una noche “de brujas y espíritus”.
Había disfraces de fantasmas, sí, pero los menos. Se encontraban
máscaras de muertos de ultratumba, también, pero en su minoría. Lo
que de verdad triunfa la última noche de octubre es la ropa interior
y su exhibición nocturna. Con unos agradables 8 graditos de
temperatura, cientos de miles de neoyorquinas salieron a la calle con
no más de tres prendas de ropa, en total. Para ellos, la cosa estaba
más repartida: superhéroes, centuriones romanos, personajes de
videojuego o judíos ortodoxos, los del sombrero y los rizos colgando
de la cabeza. Me pregunto qué opina una persona cuando se topa de frente con alguien disfrazado de lo que es su manera habitual de vestir.
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¿Recuerdas la película Big de Tom Hanks? Foto: Getty Images |
Con desconocimiento de
lo que iba a encontrarme, la tarde del día 31, a la salida del metro más cercano a casa, asistí atónito y por casualidad al
desfile del Village Halloween
que cada año en esta fecha tiene lugar en el Greenwich Village de New
York. Dos millones de personas subidas en carrozas, cuyo único
requisito para participar es estar disfrazado de lo que sea,
participan en la que es una de la mayores fiestas populares del país,
el carnaval de otoño, la fiebre del disfraz.
Puede
que Sandy,
ese huracán que en otoño de 2012 sumió en el caos y la oscuridad a
Nueva York y que, obviamente, dejó a la ciudad sin Halloween, haya
hecho crecer las ganas con las que los habitantes de la Gran Manzana
esperaban este año el Día de los Muertos. Quizá la única
motivación sea disfrazarse de algo diferente, arrasar con las
caducas tiendas de artificios y máscaras que, 24 horas más tarde,
ya se habían reconvertido en comercios especializados en el Día de
Acción de gracias, la siguiente gran celebración del país. Empieza
la fiebre del regalo.
Nota: Estamos de estreno y de enhorabuena. Desde hoy, el ilustrador Jesús Escudero empieza a colaborar con De Madrid a Madrid. Podéis conocer su trabajo aquí
Es decir que lo de usar un carnaval (o un halloween) para vestirse medio desnuda, una moda muy de los últimos años, no es sólo propio de las españolas de 18 años???
ResponderEliminarYo el otro día me enteré de que tb es tradición celta y que, por tanto, en Asturias el Halloween se celebraba mucho en el pasado, tb con calabazas huecas frente a las casas y con niños con la cara pintada con ceniza que iban pidiendo dulces a las casas.