Tortugas gigantes en Prison Island |
Tanganica y Zanzíbar ,
cuya combinación de primeras sílabas dio lugar al actual nombre del
estado de Tanzania, decidieron unirse políticamente sólo unos meses
después de que Zanzibar lograra su independencia de los visires
islámicos, que de una forma u otra dominaron el territorio durante
siglos. Desde entonces, aunque formen el mismo país, Zanzibar sigue
considerándose un territorio con una amplia independencia, su propio
presidente, su propio pseudo parlamento y su propio régimen fiscal.
El turista no tardará en darse cuenta de esto cuando, nada más
llegar a la isla y sin haber cambiado de país, un funcionario le
pida el pasaporte y le estampe el sello de Zanzibar en el mismo.
Durante los últimos cincuenta años las rivalidad entre la antigua
Tanganica y la actual Zanzibar no ha cesado, hasta el punto de que
los últimos acusaron a los primeros de estar detrás de la rotura del cable de alta tensión que traía energía eléctrica a la isla y
que la dejó sin suministro durante tres largos meses. El orgullo
zanzibariano es notorio en cada rincón del archipiélago, desde las
camisetas de su propia selección nacional de fútbol a las continuas
referencias a su Historia, no siempre como para sacar pecho. Durante
siglos la isla fue el lugar de partida de los barcos cargados de
esclavos que, capturados en el actual Congo o Sudán, eran
transportados (precisamente desde Bagamoyo) a Zanzibar para, desde
allí, enviar a los que sobrevivían hasta India, Brasil, Norteamérica
e incuso, los menos, Europa.
Ruta de las especias |
Este post podría haberse
titulado La indiscreta decadencia del encanto, en
contrapartida a otro sobre un lugar mucho más recomendable. No es
Lamu, ni ya podrá serlo nunca. No es Ilha de Moçambique, ni
seguramente se le quiera parecer jamás, aunque algunos se empeñen en compararlo. Pero, a pesar de la sobresaturación turística, a
pesar de la inmensa cantidad de tiendas de souvenirs rendidas a las
imitaciones chinas, no obstante la indiscriminada actividad
inmobiliaria en sus costas e incluso asustado por la manera en la que
diez o doce lanchas motoras persiguen cada mañana a las familias de
delfines para que los turistas podamos nadar unos segundos a su lado,
Zanzibar sigue teniendo encanto. Y Mucho. Aún es posible tomar un
café con jengibre recién hervido sobre brasas de carbón y vendido
en un carrito metálico, en alguna esquina de la ciudad de piedra.
Cada mañana, niñas con su pañuelo en la cabeza y vestidos de
colores corren para no llegar tarde a alguna de las muchas madrazas
de la ciudad mientras se despiden de su padre, un artesano ebanista
que limpia de serrín alguna cajita de madera lista para ponerse a la
venta. Dos docenas de jóvenes juegan al fútbol en la playa cada
atardecer, con el océano como fuera de banda a un lado y un
restaurante con terraza al otro, sin percatarse de que los turistas
tomarán sus mejores fotos de la puesta de sol con ellos, los
futbolistas, en primer plano. Dátiles a dos mil chelines el kilo son
vendidos a la puerta del mercado municipal donde, si buscamos más
allá de los paquetes preparados para los turistas, podemos comprar
al peso las mejores especias de la isla. Son las especias, que
conocemos gracias al turístico spice tour, uno de los mejores
descubrimientos didácticos del lugar, pues uno desconocía muchos de
los orígenes y formas de las plantas y árboles donde crecen el
cardamomo, el clavo, la nuez moscada, la vainilla, la canela e
incluso el café.
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