Unos instantes después
de no pitar un penalti que a la mitad del aforo le ha parecido claro,
el árbitro señala el final del encuentro. Las más de doscientas
personas que manteníamos como podíamos el campo de visión libre
para ver la pantalla decidimos, al mismo tiempo, agolparnos hacia la
puerta de salida de este barracón con paredes de adobe y suelo de
arena. Por unos momentos que se me hacen eternos pienso que me he
visto envuelto en una avalancha humana en la que tengo mucho que
perder, pues todos los cuerpos que me rodean pesan y abultan bastante
más que el mio. Mientras veo de refilón que el portero del equipo
visitante ha perdido los papeles increpando al árbitro, consigo
alcanzar la puerta de salida, entre gritos de júbilo por los
aficionados vestidos de blanco y las caras apesadumbradas de los que
visten de azulgrana. Hace unos meses no habría entendido la
situación, no habría comprendido por qué un partido de una liga
europea en el que además no había demasiado en juego generara tanta
expectación, tanta pasión, tantas acaloradas discusiones en un
lugar tal como un pueblo perdido de Tanzania. Es el fútbol, el
deporte rey también en África.
Partido en Ilha de Quirimbas, Mozambique |
Reconozco que me tragué
una buena parte de la Copa África de fútbol, el equivalente a
nuestra Eurocopa, que cada dos años (al contrario de los cuatro de
la competición europea) enfrenta a los mejores equipos del
continente. Este año, en la edición celebrada en Sudáfrica,
Nigeria resultó campeona tras ganar en la final a Burkina-Faso, la
revelación del torneo y que dejó en la cuneta a potentes
selecciones como Ghana. Lo más interesante del torneo, desde un
punto de vista occidental, es que el fútbol africano, incluso a tan
alto nivel, tiene una técnica comparable a un partido de preferente
de España, pero a nivel físico es un derroche de fuerza y
velocidad, de juego al choque, del tiro potente a la menor
oportunidad, de exhibición de cuerpos que podrían dedicarse al
atletismo en lugar de a darle a la pelota. Ahí, entre esos jugadores
que rezan a su dios antes, durante y después de cada partido, y cuya
devoción divina da lugar a titulares en los periódicos como "¿Las
plegarias de qué equipo serán escuchadas en la final de hoy?",
sobrevuela el sueño de jugar algún día en Europa, de emular a
ídolos africanos como Eto'o, Keita, Drogba o Song, aquellos que sí
consiguieron triunfar. Y que lo hicieron porque, probablemente, su
representante no les engañó, sus visados no eran falsos, los
presuntos contactos con equipos franceses, italianos o ingleses no
eran inventados y la fortuna de toda una familia invertida en el
joven con talento para el fútbol no fue en vano. La explotación de jóvenes promesas es una realidad en todo el continente de la que
casi todos han oído hablar en boca de algún primo o un vecino, pero
eso no impide que cualquiera que dé patadas a un balón en una playa
africana siga soñando con el salto al fútbol europeo, ese que ven
por televisión.
Panel interactivo de información de resultados futbolísticos |
En lugares donde las
carreteras son de tierra, las casas de paja y adobe y los campos de
fútbol un patatal con un árbol de mango en el medio y terreno
inclinado, la televisión por satélite es uno de los bienes
tecnológicos más extendidos. No existe aldea sin un bar que haya
contratado el omnipresente DSTV (Digital Satellite TeleVision), una
empresa sudafricana que se ha hecho con el monopolio de las
retransmisiones deportivas del continente, y que dedica un canal para
cada una de las ligas europeas, junto con la ugandesa, keniata,
nigeriana y algún que otro país más. En estos lugares basta una
televisión de las antiguas, a veces incrustada en una celda para
evitar robos, y en ocasiones un proyector mostrando la imagen sobre
una sábana blanca (todo un lujo), para que cientos de personas se
concentren delante de la pantalla, ataviados con las camisetas de sus
equipos favoritos. Elásticas que pueden ser buenas imitaciones,
malas imitaciones o directamente imitaciones imposibles, como
aquellas que mezclan escudos de un equipo con el patrocinador de
otro. Viendo fútbol, por ejemplo español (la internacionalmente
conocida como La Liga), uno entiende la importancia del
horario de los partidos y de diseminar los mismos. Un Madrid-Barça
que se juegue a las diez de la noche hora española supone que mucha
gente no podrá volver a su casa a las dos de la madrugada hora
tanzana, cuando el partido termine, y por lo tanto bajará la
audiencia internacional. Del mismo modo, si retransmitimos un partido
diferente cada dos horas, y además lo cuadramos un poco con la liga
inglesa (la Premier, el otro gran referente de fútbol en
África) para que nuestros partidazos no coincidan con los
suyos cada fin de semana, nos garantizamos la mejor audiencia
mundial. Eso debió haber pensado Roures, ese señor dueño del fútbol español que parece decidir a su antojo cuándo y cómo se
juegan los partidos.
El fútbol es
omnipresente en África. Sin miedo a exagerar, podría asegurar que
el diez por ciento de todas las camisetas que visten los habitantes
de la parte del continente que he conocido son de equipos de fútbol
europeos o selecciones nacionales. El fútbol inglés, con Manchester
y Liverpool a la cabeza, es el rey, pero el español no se queda
atrás, donde el Barcelona, quizá por sus buenas últimas
temporadas, es el escudo más visto. La camiseta española es, con
mucha diferencia, la más popular en cuanto a selecciones se refiere,
y aunque casi nadie sabe dónde estamos ni el más mínimo dato de
nuestro país (record mundial de tasa de paro al margen, claro),
inevitablemente la conversación tornará al fútbol en cuanto uno
informe de su lugar de procedencia. "¿De verdad eres Sergio
Ramos?" he escuchado docenas de veces cuando he añadido Ramos
a mi nombre para asegurarme de que lo escribían correctamente. Pero
más allá de las camisetas, encontramos reminiscencias futbolísticas
en los autobuses, en los mini buses, en los nombres de los comercios:
supermercado Anfield Road, peluquería You'll never walk alone,
barcos de vela Camp Nou o tienda de móviles Wayne Rooney. No
es extraño, además, encontrar en una esquina una pizarra de tiza en
la que, puntualmente, se actualizan los resultados de las ligas de
fútbol europeas y se anuncian los próximos partidos para que el
buen aficionado planifique su semana y su peregrinación al bar, al
barracón con tele o a la recepción de esa pensión pequeñita que
ha conseguido un poco de dinero para abonarse a la televisión por
satélite.
Estadio municipal. Lesoto. |
Termina otro partido,
esta vez de la liga de campeones. Los que hace unos días salieron
cabizbajos del barracón por la derrota del Barcelona hoy están
eufóricos y gritan y saltan por las calles del pueblo como si
Tanzania hubiera ganado la mismísima Copa del Mundo. Es posible que
los derrotados de hoy estuvieran contentos el sábado anterior
porque, sorprendentemente, aquí cada seguidor lo de es un equipo en
cada país. "What team do you support?" - "Barcelona,
and you?" - "Manchester, Bayern Munich, AC Milan y Real
Madrid". Haz tu selección, escoge uno de cada país y, además
de poder seguir con intensidad media docena de partidos a la semana,
puede que este año ganes cuatro ligas, dos copas y una Champions
League. Viva el fútbol, también en África
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