miércoles, 13 de marzo de 2013

Fútbol

Unos instantes después de no pitar un penalti que a la mitad del aforo le ha parecido claro, el árbitro señala el final del encuentro. Las más de doscientas personas que manteníamos como podíamos el campo de visión libre para ver la pantalla decidimos, al mismo tiempo, agolparnos hacia la puerta de salida de este barracón con paredes de adobe y suelo de arena. Por unos momentos que se me hacen eternos pienso que me he visto envuelto en una avalancha humana en la que tengo mucho que perder, pues todos los cuerpos que me rodean pesan y abultan bastante más que el mio. Mientras veo de refilón que el portero del equipo visitante ha perdido los papeles increpando al árbitro, consigo alcanzar la puerta de salida, entre gritos de júbilo por los aficionados vestidos de blanco y las caras apesadumbradas de los que visten de azulgrana. Hace unos meses no habría entendido la situación, no habría comprendido por qué un partido de una liga europea en el que además no había demasiado en juego generara tanta expectación, tanta pasión, tantas acaloradas discusiones en un lugar tal como un pueblo perdido de Tanzania. Es el fútbol, el deporte rey también en África. 
Partido en Ilha de Quirimbas, Mozambique

Reconozco que me tragué una buena parte de la Copa África de fútbol, el equivalente a nuestra Eurocopa, que cada dos años (al contrario de los cuatro de la competición europea) enfrenta a los mejores equipos del continente. Este año, en la edición celebrada en Sudáfrica, Nigeria resultó campeona tras ganar en la final a Burkina-Faso, la revelación del torneo y que dejó en la cuneta a potentes selecciones como Ghana. Lo más interesante del torneo, desde un punto de vista occidental, es que el fútbol africano, incluso a tan alto nivel, tiene una técnica comparable a un partido de preferente de España, pero a nivel físico es un derroche de fuerza y velocidad, de juego al choque, del tiro potente a la menor oportunidad, de exhibición de cuerpos que podrían dedicarse al atletismo en lugar de a darle a la pelota. Ahí, entre esos jugadores que rezan a su dios antes, durante y después de cada partido, y cuya devoción divina da lugar a titulares en los periódicos como "¿Las plegarias de qué equipo serán escuchadas en la final de hoy?", sobrevuela el sueño de jugar algún día en Europa, de emular a ídolos africanos como Eto'o, Keita, Drogba o Song, aquellos que sí consiguieron triunfar. Y que lo hicieron porque, probablemente, su representante no les engañó, sus visados no eran falsos, los presuntos contactos con equipos franceses, italianos o ingleses no eran inventados y la fortuna de toda una familia invertida en el joven con talento para el fútbol no fue en vano. La explotación de jóvenes promesas es una realidad en todo el continente de la que casi todos han oído hablar en boca de algún primo o un vecino, pero eso no impide que cualquiera que dé patadas a un balón en una playa africana siga soñando con el salto al fútbol europeo, ese que ven por televisión.


Panel interactivo de información
de resultados futbolísticos
En lugares donde las carreteras son de tierra, las casas de paja y adobe y los campos de fútbol un patatal con un árbol de mango en el medio y terreno inclinado, la televisión por satélite es uno de los bienes tecnológicos más extendidos. No existe aldea sin un bar que haya contratado el omnipresente DSTV (Digital Satellite TeleVision), una empresa sudafricana que se ha hecho con el monopolio de las retransmisiones deportivas del continente, y que dedica un canal para cada una de las ligas europeas, junto con la ugandesa, keniata, nigeriana y algún que otro país más. En estos lugares basta una televisión de las antiguas, a veces incrustada en una celda para evitar robos, y en ocasiones un proyector mostrando la imagen sobre una sábana blanca (todo un lujo), para que cientos de personas se concentren delante de la pantalla, ataviados con las camisetas de sus equipos favoritos. Elásticas que pueden ser buenas imitaciones, malas imitaciones o directamente imitaciones imposibles, como aquellas que mezclan escudos de un equipo con el patrocinador de otro. Viendo fútbol, por ejemplo español (la internacionalmente conocida como La Liga), uno entiende la importancia del horario de los partidos y de diseminar los mismos. Un Madrid-Barça que se juegue a las diez de la noche hora española supone que mucha gente no podrá volver a su casa a las dos de la madrugada hora tanzana, cuando el partido termine, y por lo tanto bajará la audiencia internacional. Del mismo modo, si retransmitimos un partido diferente cada dos horas, y además lo cuadramos un poco con la liga inglesa (la Premier, el otro gran referente de fútbol en África) para que nuestros partidazos no coincidan con los suyos cada fin de semana, nos garantizamos la mejor audiencia mundial. Eso debió haber pensado Roures, ese señor dueño del fútbol español que parece decidir a su antojo cuándo y cómo se juegan los partidos.

El fútbol es omnipresente en África. Sin miedo a exagerar, podría asegurar que el diez por ciento de todas las camisetas que visten los habitantes de la parte del continente que he conocido son de equipos de fútbol europeos o selecciones nacionales. El fútbol inglés, con Manchester y Liverpool a la cabeza, es el rey, pero el español no se queda atrás, donde el Barcelona, quizá por sus buenas últimas temporadas, es el escudo más visto. La camiseta española es, con mucha diferencia, la más popular en cuanto a selecciones se refiere, y aunque casi nadie sabe dónde estamos ni el más mínimo dato de nuestro país (record mundial de tasa de paro al margen, claro), inevitablemente la conversación tornará al fútbol en cuanto uno informe de su lugar de procedencia. "¿De verdad eres Sergio Ramos?" he escuchado docenas de veces cuando he añadido Ramos a mi nombre para asegurarme de que lo escribían correctamente. Pero más allá de las camisetas, encontramos reminiscencias futbolísticas en los autobuses, en los mini buses, en los nombres de los comercios: supermercado Anfield Road, peluquería You'll never walk alone, barcos de vela Camp Nou o tienda de móviles Wayne Rooney. No es extraño, además, encontrar en una esquina una pizarra de tiza en la que, puntualmente, se actualizan los resultados de las ligas de fútbol europeas y se anuncian los próximos partidos para que el buen aficionado planifique su semana y su peregrinación al bar, al barracón con tele o a la recepción de esa pensión pequeñita que ha conseguido un poco de dinero para abonarse a la televisión por satélite.

Estadio municipal. Lesoto.
Termina otro partido, esta vez de la liga de campeones. Los que hace unos días salieron cabizbajos del barracón por la derrota del Barcelona hoy están eufóricos y gritan y saltan por las calles del pueblo como si Tanzania hubiera ganado la mismísima Copa del Mundo. Es posible que los derrotados de hoy estuvieran contentos el sábado anterior porque, sorprendentemente, aquí cada seguidor lo de es un equipo en cada país. "What team do you support?" - "Barcelona, and you?" - "Manchester, Bayern Munich, AC Milan y Real Madrid". Haz tu selección, escoge uno de cada país y, además de poder seguir con intensidad media docena de partidos a la semana, puede que este año ganes cuatro ligas, dos copas y una Champions League. Viva el fútbol, también en África

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