viernes, 1 de febrero de 2013

La Misión


Cuando, en 1873, el escocés David Livingstone, el mismo de las cataratas Victoria, murió en la actual Zambia en su búsqueda del nacimiento del Nilo, muchos de sus seguidores, admiradores y religiosos varios optaron por seguir los pasos del Doctor y poner rumbo a África para continuar con el proceso de evangelización de los pobres negros indígenas. La Iglesia Libre de Escocia empezó su trabajo en Cape Maclear, a la orilla sur del lago Malaui, pero la hembra del mosquito anopheles y su consiguiente malaria debió de causar estragos entre los misioneros que, después de tantear un par de nuevas ubicaciones, encontraron en 1894, en la altiplanicie norte del actual Malaui, un lugar ideal donde fundar su misión, a la que llamaron Livingstonia. Hoy, más de ciento diez años después, la ciudad se presenta como un surrealista oasis occidental en lo alto de una montaña a la que se accede tras recorrer quince kilómetros a lo largo de un camino increíblemente pedregoso, serpenteante y embarrado que tan solo coches 4x4 y camiones pueden afrontar. Quizá la ausencia de paludismo sea la única explicación posible a por qué un grupo de misioneros británicos, dirigidos por el Dr. Robert Laws, decidieron fundar en este remoto e inaccesible lugar un centro de evangelización para la comunidad negra de esta orilla del lago Niasa, tal y como lo nombró el propio Livingstone.

Pasear por Livingstonia es retroceder un siglo atrás y, con vistas a achatadas montañas a un lado y al lago Malaui al otro, encontrarse con una ciudad occidental de calles sin asfaltar donde no faltan la iglesia decimonónica, la Universidad, la torre del reloj, la primera casa del Doctor Laws mantenida en su estado original o el enorme y muy bien conservado hospital, que en su tiempo fuera el más grande de África. En su museo/albergue/restaurante, donde la cúpula actual de la misión estaba celebrando un almuerzo-reunión, el tiempo parece haberse detenido y uno tiene la sensación de que, si no el propio Livingstone, alguno de sus fervientes seguidores va a aparecer de un momento a otro explicando los motivos por los que el cristianismo es la mejor religión y los locales deben abandonar sus creencias ancestrales para abrazar la fe verdadera. En la Iglesia, la gigante y preciosa vidriera de la entrada muestra al propio Livingstone, con su famoso sextante (se le reconocen sus méritos también como astrónomo), rodeado de indígenas y con el lago de fondo, en pleno proceso de evangelización. 

Para algunos, aquellos no tan interesados en la Historia, la visita a Livingstonia y sus alrededores merece más la pena por el entorno y las vistas que por la propia ciudad. Y es que el más conocido de los lugares donde alojarse, el Mushroom Farm Hostel, se ha ganado con razón la fama de ser uno de los mejores alojamientos de este rincón del continente: casitas abiertas desde las que contemplar el frondoso bosque desde la cama, baños ecológicos con duchas calentadas por energía solar y rematadas con bolas de discoteca para quitarse el barro de los pies rodeado de lucecitas de colores y todo ello a precio de mochilero, ambiente de viajero económico y comida monótona pero casera y sobre todo, barata. Algunos se quedan aquí semanas, pero no se sabe bien si es por el encantamiento de las vistas del lago con las montañas de Tanzania al fondo o por la pereza de salir a la carretera principal y enfrentarse al reto de parar algún camión que, en su camino de vuelta a la civilización, se preste a dejarle subir a uno en su remolque y, sobre sacos de harina, adoquines o paja, según sea la suerte, le acerquen a la carretera principal donde proseguir camino.

El innegable ambiente religioso de Livingstonia trae a la memoria muchas de las experiencias relacionadas con lo espiritual vividas en África en los últimos cinco meses. El “hecho religioso” es omnipresente en África, es indisociable de sus gentes y su sociedad, de la mayoría de los actos cotidianos, ya sea un viaje en autobús o una breve conversación con un desconocido. Por lo visto, los misioneros cristianos europeos como aquellos que fundaron Livingstonia hicieron un buen trabajo, pues parece difícil encontrar un africano del sur que no abrace alguna religión. Generalizando mucho, mucho, con el riesgo que eso conlleva, África se divide en dos grandes religiones: el cristianismo, predominante en el África negra (centro, este y sur) y el Islam, mayoritaria en el norte del continente. Y lo curioso es que ese cristianismo del sur de África tiene muchas manifestaciones diferentes. Las iglesias, que se suceden una tras otra en cualquier aldea que se precie, presentan las más variadas nomenclaturas, desde la Iglesia Universal del Reino de dios a la Iglesia Adventista del Séptimo día, pasando por la Iglesia de Cristo, la Iglesia Bautista de Dios, la del Evangelio de Cristo, la de la Salvación de los creyentes o la del Dios Vivo, sin olvidar a los Testigos de Jehová. Pero lo que de verdad abunda son los mensajes religiosos, las alusiones divinas, los recordatorios de Jesús y Dios en cualquier rincón del África subsahariana. No hay bus o minibús que se precie en el África negra que no tenga una alusión religiosa, o al fútbol (para algunos, otra religión): “Dios es el camino”, “Jesús te ama”, “Jesús me guía”, “El señor ordena, yo obedezco”, “Yo soy un siervo de Dios” o “Jesús es la única verdad” son algunos de los lemas que lucen los parabrisas de la mayoría de las chapas que he tomado en los últimos meses, si bien es verdad que algunas de ellas rezaban cosas tales como “Este conductor es seguidor del Liverpool” o “Siempre con el Chelsea”.

Durante mi primer fin de semana en África, en la sudafricana ciudad universitaria de Stellenbosh, un zimbabués de traje y corbata se acercó a mi por la noche y, mientras contemplábamos el fuego, me comenzó a contar el origen de su fe en Jesús, lo que significaba para él la creencia en el Señor y por qué el Cristianismo era la religión que yo tenía que seguir. Llegado el momento, quizá inquieto por mi falta de interés en su monólogo, me preguntó cuál era mi religión, y entonces recordé uno de los pasajes de Ébano, del inmortal Kapuscinsky:

Sin embargo, el meollo del asunto consiste en algo más profundo. Se trata, nada menos, que de la cuestión de la fuente y esencia del ser. La manera de pensar de los africanos, al menos de los que he conocido a lo largo de muchos años, se revela como profundamente religiosa. «Croyez-vous en Dieu, monsieur?» (¿Cree usted en Dios?). Siempre esperaba esa pregunta porque sabía que me la acabarían haciendo; me la habían hecho ya tantas veces... Y sabía que el que me la hacía, a partir de aquel momento me observaría con sumo cuidado, sin perderse ni el más leve gesto mío. Me daba perfecta cuenta de la importancia del momento y del sentido que éste entrañaba. También presentía que mi manera de responder sería decisiva para nuestras mutuas relaciones, en cualquier caso, para la actitud que mi interlocutor adoptaría hacia mí, eso seguro. Y cuando le contestaba «Oui, je crois en Dieu», veía qué gran alivio se dibujaba en su rostro, cómo se descargaba en su interior la tensión e inquietud que acompañaban la escena, cómo este hecho lo hermanaba conmigo y permitía romper la barrera del color de la piel, del estatus y de la edad”.


No fue esa mi respuesta, más bien todo lo contrario. Observé su contradicción, su asombro, su rechazo a continuar nuestra conversación frente a las brasas. Meses después, ya en un país del este de África, y tras visitar una mezquita, un local me hizo la misma pregunta. Ante mi misma respuesta, su reacción no fue de rechazo, sino de esperanza: “No te preocupes, aún tienes tiempo de creer”, me aseguró. Mensajes similares me llegan también por Facebook, esa red social que lo mismo sirve para ahorrarse el psicoanalista que para intentar seguir los pasos de los antiguos evangelizadores. No hay semana en la que alguno de mis nuevos amigos africanos no me metan sin preguntar en algún grupo de Facebook con nombres tan sugerentes como “God is the Lord”, “'Happy moments, PRAISE GOD. Difficult moments, SEEK GOD. Quiet moments, WORSHIP GOD. Painful moments, TRUST GOD. Every moment, THANK GOD” o “God loves you no matter what”. Por lo general es la misma gente, encantadora, que te enseña el pequeño altar que tiene en su infravivienda como su más preciado bien, unos instantes antes de pedirte que cojas de la mano al resto de la familia para empezar una oración. Como casi todo el mundo en África, y del mismo modo que los fundadores de la misión se los encontraron la primera vez, estos creyentes son pobres de solemnidad. Pero ricos de espíritu, pensarán algunos.



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