miércoles, 13 de febrero de 2013

Esta noche...cruzamos el ecuador

Los mapas, imprescindibles, necesarios, esclarecedores, no mienten (al contrario que muchas guías de viaje): el ecuador atraviesa Uganda a la altura del lago Victoria, un poco más al norte que el archipiélago de las Islas Ssesen, unos kilómetros antes de llegar a Kampala, la capital ugandesa. Después de cruzar el oeste de Tanzania, menos turístico, más salvaje, menos desarrollado, a toda la velocidad que sus autobuses lo permitieron, llegamos a Mwanza, el puerto sur del lago Victoria, que pasa por ser el lago más grande del continente africano. En el camino, el recuerdo de una noche en Dodoma, espantosa capital tanzana donde, en el hotel, tuvimos que mentir en la distribución de los cuartos. El motivo es que la homosexualidad es delito en Tanzania y, por ende, está prohibido que dos hombres duerman juntos en la misma habitación si esta tiene una cama de matrimonio y no dos camas individuales. Avisados por el gerente del hotel, un belga y yo juramos que cada uno de nosotros dormiría con una de los dos suizas (por supuesto nuestras esposas) que nos acompañaban y así el personal del alojamiento, además de la previsible inspección nocturna de la policía, se quedaron más tranquilos.

Ferry Victoria, que cruza el lago del mismo nombre
Asesorados por los consejos de la Biblia de los viajeros y motivados por los relatos de otros mochileros que venían del norte, nos decidimos a tomar un barco mercante que, presumiblemente, acepta pasajeros a bordo para cubrir la ruta Rwanza-Kampala a través del lago Victoria, en un trayecto que dura unas quince horas y que parte y llega a sendos puertos de mercancías donde los controles de inmigración son menos estrictos, precisamente porque en teoría está prohibido el transporte de pasajeros. Tras encaminarnos al puerto, buscar el primer buque mercante que estuviera presto para salir ese día dirección Uganda, hablar con el capitán del barco, negociar el precio durante horas y sobornar al empleado de las aduanas para que nos sellara el pasaporte, regresamos al hotel a recoger nuestros macutos. Todo estaba listo para, esa noche, cruzar el ecuador a bordo de un enorme barco que transportaba sacos de harina y arroz y en el que, presumiblemente, algún marinero nos alquilaría su camarote para no pasar la noche al raso, bajo el cielo estrellado del lago Victoria. Pero a veces las cosas no fructifican por pequeños detalles: el policía del control de acceso al puerto de mercancías, que ningún problema había puesto para dejarnos pasar la primera vez, se negó en redondo a permitirnos el acceso cuando nos vio cargados de nuestras imponentes mochilas, alegando que estaba prohibido por ley que barcos de mercancías transportaran pasajeros, y menos aún muzungus (blancos, en suajili). Ni nuestras generosas ofertas ni la intervención del capitán del barco, que por otro lado habría de retrasar la salida de su mercante al menos cuatro horas más, consiguieron convencer al increíblemente legal señor policía.

¿Me abre la puerta, por favor?
La vía legal y ordenada de cruzar el lago Victoria en barco nos estaba esperando. Aquella misma noche, a bordo del ferry “Victoria” y alojándonos en camarotes de seis literas cada uno en los que, gracias a la promesa que hice al vendedor de los tickets de que la más rubia de las suizas vendría a verle dentro de unas semanas, nadie más que nosotros dormía, cruzamos el segundo lago más grande del mundo para llegar, a la mañana siguiente, a una pequeña ciudad cerca de la frontera, próxima al ecuador, pero, desgraciadamente, todavía en el hemisferio sur y aún en Tanzania. Aquella noche, en el barco, habríamos de recordar la escena de la película Titanic en la que las puertas que comunican primera y segunda clase con las zonas donde viajan el resto de pasajeros se blquean con cadenas y candados y condenan a la muerte a cientos de pobres viajeros. En un momento dado, las puertas también se candaron, cerrando el acceso a la mitad del barco donde estaba nuestro camarote, y durante la más de una hora en la que el personal del barco inspeccionó los billetes de los pasajeros más humildes en busca de algún polizón, no pudimos más que esperar, deseando que un accidente no tuviera lugar en ese momento, pues el paso a los botes salvavidas estaba cortado para nosotros.

Ssesen Islands
En Uganda, y como terapia previa al choque cultural que siempre supone entrar en un nuevo país, conseguir dinero, acceder a una nueva tarjeta SIM para el teléfono móvil y entender las costumbres locales, empezando por los medios de transporte, decidimos empezar por las desconocidas, aisladas y peculiares Ssesen Islands, un archipiélago de ochenta y cuatro islas en la orilla noroeste del lago Victoria. En este particular lugar, llamado así por el brote de enfermedad del sueño provocado por la picadura de la mosca TseTse que tuvo lugar el siglo pasado, y en cuyas aguas la bilarzia campa a sus anchas (a pesar de que presumiblemente ya la traía de Malaui, esta vez opté por no bañarme en sus playas), no hay mucho que hacer más allá de recorrer las carreteras polvorientas subiendo y bajando sus colinas desde donde las vistas panorámicas del lago, del resto de las islas y de la Uganda continental son de las que no se olvidan. ¿Y cómo recorrerlas? Sólo es posible en boda-boda, esto es, una motocicleta vieja y gastada, normalmente de barata fabricación china, conducida por pilotos suicidas abrigados hasta el cuello, a pesar de los 35º de temperatura, y en la que dos y a veces hasta tres personas pueden acompañan al conductor por un módico precio. Días después, los boda-boda se habrían de convertir en nuestro modo habitual de desplazamiento, olvidando la mayoría de las veces el pequeño riesgo que ello suponía.

Ahora sí, el paso del ecuador
Finalmente, unos días después de lo previsto, a bordo de otro imponente ferry que comunica la mayor de las islas Ssesen (isla Buggala) con la costa sur de Uganda, cruzaríamos el ecuador. Los motores del ferry disminuyen ligeramente la potencia por aquello del cambio en el sentido de las fuerzas, efecto Coriolis lo llaman y, de repente, uno se encuentra en el hemisferio norte, aquel que cree que es el suyo, dejando atrás más de cinco meses de agua licuándose en el sentido contrario a las agujas del reloj. Durante unas semanas, la luna habría de volver a ser mentirosa, formando una C de “creciente” cuando está en cuarto menguante y una D de “decreciente” cuando se encuentra en cuarto creciente, después de ciento cincuenta días habiéndola visto decir la verdad. Para aquellos más entendidos que yo en la contemplación nocturna del firmamento, el hemisferio norte habría de ofrecer una nueva estrella, la polar, que podría ser la equivalente, aunque no exactamente, a la Cruz del Sur.

Sea en el hemisferio que sea, el espectáculo nocturno que el cielo de África ofrece se mantiene inmutable y la ausencia de polución, de contaminación lumínica y los entornos abiertos en los que he tenido la suerte de dormir la mayoría de las noches consiguen que las horas vuelen contemplando el grandioso cielo estrellado africano.

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