Los mapas,
imprescindibles, necesarios, esclarecedores, no mienten (al contrario
que muchas guías de viaje): el ecuador atraviesa Uganda a la altura
del lago Victoria, un poco más al norte que el archipiélago de las
Islas Ssesen, unos kilómetros antes de llegar a Kampala, la capital
ugandesa. Después de cruzar el oeste de Tanzania, menos turístico,
más salvaje, menos desarrollado, a toda la velocidad que sus
autobuses lo permitieron, llegamos a Mwanza, el puerto sur del lago
Victoria, que pasa por ser el lago más grande del continente
africano. En el camino, el recuerdo de una noche en Dodoma, espantosa
capital tanzana donde, en el hotel, tuvimos que mentir en la
distribución de los cuartos. El motivo es que la homosexualidad es
delito en Tanzania y, por ende, está prohibido que dos hombres
duerman juntos en la misma habitación si esta tiene una cama de
matrimonio y no dos camas individuales. Avisados por el gerente del
hotel, un belga y yo juramos que cada uno de nosotros dormiría con
una de los dos suizas (por supuesto nuestras esposas) que nos
acompañaban y así el personal del alojamiento, además de la
previsible inspección nocturna de la policía, se quedaron más
tranquilos.
Ferry Victoria, que cruza el lago del mismo nombre |
Asesorados por los
consejos de la Biblia de los viajeros y motivados por los
relatos de otros mochileros que venían del norte, nos decidimos a
tomar un barco mercante que, presumiblemente, acepta pasajeros a
bordo para cubrir la ruta Rwanza-Kampala a través del lago Victoria,
en un trayecto que dura unas quince horas y que parte y llega a
sendos puertos de mercancías donde los controles de inmigración son
menos estrictos, precisamente porque en teoría está prohibido el
transporte de pasajeros. Tras encaminarnos al puerto, buscar el
primer buque mercante que estuviera presto para salir ese día
dirección Uganda, hablar con el capitán del barco, negociar el
precio durante horas y sobornar al empleado de las aduanas para que
nos sellara el pasaporte, regresamos al hotel a recoger nuestros
macutos. Todo estaba listo para, esa noche, cruzar el ecuador a bordo
de un enorme barco que transportaba sacos de harina y arroz y en el
que, presumiblemente, algún marinero nos alquilaría su camarote
para no pasar la noche al raso, bajo el cielo estrellado del lago
Victoria. Pero a veces las cosas no fructifican por pequeños
detalles: el policía del control de acceso al puerto de mercancías,
que ningún problema había puesto para dejarnos pasar la primera
vez, se negó en redondo a permitirnos el acceso cuando nos vio
cargados de nuestras imponentes mochilas, alegando que estaba
prohibido por ley que barcos de mercancías transportaran pasajeros,
y menos aún muzungus (blancos, en
suajili). Ni nuestras generosas ofertas ni la intervención del
capitán del barco, que por otro lado
habría de retrasar la salida de su mercante al menos cuatro horas
más, consiguieron convencer al increíblemente legal señor policía.
¿Me abre la puerta, por favor? |
La vía
legal y ordenada de cruzar el lago Victoria en barco nos estaba
esperando. Aquella misma noche, a bordo del ferry “Victoria” y
alojándonos en camarotes de seis literas cada uno en los que,
gracias a la promesa que hice al vendedor de los tickets de que la
más rubia de las suizas vendría a verle dentro de unas semanas,
nadie más que nosotros dormía, cruzamos el segundo lago más grande
del mundo para llegar, a la mañana siguiente, a una pequeña ciudad
cerca de la frontera, próxima al ecuador, pero, desgraciadamente,
todavía en el hemisferio sur y aún en Tanzania. Aquella noche, en
el barco, habríamos de recordar la escena de la película Titanic
en la que las puertas que comunican primera y segunda clase con las
zonas donde viajan el resto de pasajeros se blquean con cadenas y
candados y condenan a la muerte a cientos de pobres viajeros. En un
momento dado, las puertas también se candaron, cerrando el acceso a
la mitad del barco donde estaba nuestro camarote, y durante la más
de una hora en la que el personal del barco inspeccionó los billetes
de los pasajeros más humildes en busca de algún polizón, no
pudimos más que esperar, deseando que un accidente no tuviera lugar
en ese momento, pues el paso a los botes salvavidas estaba cortado
para nosotros.
Ssesen Islands |
En Uganda, y como terapia
previa al choque cultural que siempre supone entrar en un nuevo país,
conseguir dinero, acceder a una nueva tarjeta SIM para el teléfono
móvil y entender las costumbres locales, empezando por los medios de
transporte, decidimos empezar por las desconocidas, aisladas y
peculiares Ssesen Islands, un archipiélago de ochenta y cuatro islas
en la orilla noroeste del lago Victoria. En este particular lugar,
llamado así por el brote de enfermedad del sueño provocado por la
picadura de la mosca TseTse que tuvo lugar
el siglo pasado, y en cuyas aguas la bilarzia campa a sus anchas (a
pesar de que presumiblemente ya la traía de Malaui, esta vez opté
por no bañarme en sus playas), no hay mucho que hacer más allá de
recorrer las carreteras polvorientas subiendo y bajando sus colinas
desde donde las vistas panorámicas del lago, del resto de las islas
y de la Uganda continental son de las que no se olvidan. ¿Y cómo
recorrerlas? Sólo es posible en boda-boda, esto es, una motocicleta
vieja y gastada, normalmente de barata fabricación china, conducida
por pilotos suicidas abrigados hasta el cuello, a pesar de los 35º
de temperatura, y en la que dos y a veces hasta tres personas pueden
acompañan al conductor por un módico precio. Días después, los
boda-boda se habrían de convertir en nuestro modo habitual de
desplazamiento, olvidando la mayoría de las veces el pequeño riesgo
que ello suponía.
Ahora sí, el paso del ecuador |
Finalmente, unos días
después de lo previsto, a bordo de otro imponente ferry que comunica
la mayor de las islas Ssesen (isla Buggala) con la costa sur de
Uganda, cruzaríamos el ecuador. Los motores del ferry disminuyen
ligeramente la potencia por aquello del cambio en el sentido de las
fuerzas, efecto Coriolis lo llaman y, de repente, uno se encuentra en
el hemisferio norte, aquel que cree que es el suyo, dejando atrás
más de cinco meses de agua licuándose en el sentido contrario a las
agujas del reloj. Durante unas semanas, la luna habría de volver a
ser mentirosa, formando una C de “creciente” cuando está en
cuarto menguante y una D de “decreciente” cuando se encuentra en
cuarto creciente, después de ciento cincuenta días habiéndola
visto decir la verdad. Para aquellos más entendidos que yo en la
contemplación nocturna del firmamento, el hemisferio norte habría
de ofrecer una nueva estrella, la polar, que podría ser la
equivalente, aunque no exactamente, a la Cruz del Sur.
Sea en el hemisferio que
sea, el espectáculo nocturno que el cielo de África ofrece se
mantiene inmutable y la ausencia de polución, de contaminación
lumínica y los entornos abiertos en los que he tenido la suerte de
dormir la mayoría de las noches consiguen que las horas vuelen
contemplando el grandioso cielo estrellado africano.
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