domingo, 20 de enero de 2013

Mar de agua dulce

Cape Maclear
Lo llaman “el cálido corazón de África” o “África para principiantes” (algo que también escuché de Namibia, debe de ser un cliché muy recurrente), aunque tras tres semanas en este país estrecho y alargado, superpoblado y pobre, lo más apropiado que se puede decir de Malaui es que érase un país a un lago pegado, érase un lago superlativo, érase un lugar donde quedar cautivo, donde permanecer aislado. Malaui no se entiende sin su lago, el lago Malaui, el mismo que los mozambiqueños llaman lago Niassa y algunos occidentales lago Livingstone, en honor al explorador y sus seguidores que llegaron hasta aquí hace más de dos siglos. El lago, que ocupa la cuarta parte de la extensión de este país, da forma, configura, marca el carácter de sus habitantes y condiciona los transportes, la economía y su propia vida. Lo llaman lago, pero en realidad es un mar, un mar de agua dulce donde el agua se pierde en el infinito, donde las olas rompen con violencia en la orilla cual si retornáramos al Cantábrico, donde miles de especies marinas endémicas del lago brindan un espectáculo animal colosal bajo sus aguas y donde, por supuesto, los viajeros nos dejamos embelesar por sus atardeceres.

Quizá, "el atardecer" de los últimos cinco meses
Cuando uno se adentra en Malaui desde Mozambique no se aprecian grandes cambios. El paisaje cambia, es cierto, tornándose más montañoso e impactante ante la imponente visión del Monte Mulanje, pero uno se topa con los mismos minibuses atestados de personas (aquí llamados matolas, pero calcados a las chapas), idénticos controles policiales ávidos de propinas para permitir el paso y similares estaciones de autobús repletas de pícaros taxistas dispuestos a compensar un mal día con la caza de un turista. No es el mejor destino posible ese sur de Malaui, superpoblado y poco interesante, con Plantyre, la ciudad más importante del país, que no su capital, como paso obligado de todas las comunicaciones. Pero algunas cosas son diferentes: las casas que se adivinan desde la carretera ya no son palhotas, esas viviendas de paja y barro tan habituales en Mozambique, sino que, como si se tratara de un regalo, las paredes de las mismas estás cubiertas de un ladrillo rojo y resistente que me indica, quizá equivocadamente, que Malaui está un poco, sólo un poco, más lejos del agujero de la pobreza en el que se encuentra su vecino lusófono.

31 de diciembre. 23:59h
Malaui es un lugar de paso para los viajeros. El lugar donde se cruzan aquellos que vienen del norte, de Tanzania, con los que venimos del sur, ya sea de Sudáfrica, Zambia o Mozambique. Todo aquel mochilero que uno se encuentra en esta antigua colonia británica, donde el inglés sigue siendo idioma oficial junto con la extraña lengua chichewa, parece estar de paso aquí. Pero para muchos, entre los que me incluyo, la visita a Malawi, prevista inicialmente para unos pocos días, puede convertirse en un lapso de tiempo mucho más prolongado, a veces, incluso, un espacio de tiempo imposible de medir. La culpa de todo ello la tiene el lago, el lugar al que inevitablemente todos nos terminaremos acercando atraídos por el encanto de este mar de agua bebible alrededor del cual los malauíes organizan su existencia. Es el lago la fuente del agua para beber; el origen del líquido elemento para limpiar cuerpos, ropas y utensilios; el medio sobre el que transportarse y el lugar del que obtendrán la base de su alimentación: pescados de agua dulce, grandes y pequeños, para preparar fritos o adecuados para resecar al sol y así mantenerlos comestibles algo más de tiempo. Es, de hecho, el olor a pescado reseco una constante en cada rincón de este país, ya sea un autobús sobrecargado o una populosa calle de alguna ciudad costera; ya sea en el restaurante donde se pasa la Nochevieja o cualquier cruce de carreteras en el que hacer autoestop destino al próximo paso fronterizo.

Pescado seco a la venta en la carretera
De todos los lugares costeros de este país de habitantes sonrientes, amables y serviciales, dos destacan por encima de todos como los preferidos de los turistas: Cape Maclear y Nkhata Bay. El primero, fundado por el explorador Livingstone (¡en cuántos lugares anduvo este inglés!), es un delicioso enclave playero enfrente del cual dos islas aparecen como oasis abandonados y ajenos al alboroto a este lado de la costa. Fue allí donde por primera vez me impactó ver a los malauíes bañarse, con esponja y jabón, a la orilla del lago, mientras a su alrededor las mujeres recogen agua para cocinar y los niños limpian los platos sucios antes de darse el último chapuzón del día. Días más tarde, a bordo de un barco, habría de seguir sorprendiéndome ver cómo hombres y mujeres totalmente desnudos, embadurnados de espuma de jabón, limpiaban su cuerpo ante la indiferencia del resto de pasajeros del ferry, acostumbrados a dicha estampa. Cape Maclear puede ser un gran lugar para pasar la nochevieja, sobre todo si uno está acompañado de dos de los mejores ingleses conocidos hasta la fecha, pero no un lugar donde permanecer demasiado tiempo, sobre todo cuando uno aún tiene previsto viajar a Nkhata Bay, el segundo de los paraísos tropicales que Malaui ofrece a los mochileros. Nkhata Bay, un buen lugar para probar suerte con el buceo en agua dulce, un excelente enclave donde vaguear entre baño y baño y un interesante palco para corroborar que, finalmente, la temporada de lluvias llegó, y lo hizo acompañado de tormentas tales que las olas que rompen en la orilla parece propias del más violento de los océanos, y no de un lago dulce que, por mucho que ocupe la misma superficie que Suiza, no deja de sorprendernos con sus repentinos cambios de humor.

El día después de una tormenta tropical
Aquí, donde alguien se refirió a este blanco como “bwana” por primera vez en África, uno debe plantearse si temer a la esquistosomiasis o no, una enfermedad de la piel causada por un simpático gusanito habitante del lago que, en caso de contraerse, puede causar algunos problemas más o menos serios, normalmente a largo plazo. ¿Debemos entonces evitar el lago, leit motif de este país? Para algunos, la opción de medicarse a tiempo contra el parásito pesa más que el hecho de resistir a la tentación de bañarse en este imponente lago que no sólo da nombre a un país, sino que también le da su razón de ser.  


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