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Cape Maclear |
Lo llaman “el cálido corazón de
África” o “África para principiantes” (algo que también
escuché de Namibia, debe de ser un cliché muy recurrente), aunque
tras tres semanas en este país estrecho y alargado, superpoblado y
pobre, lo más apropiado que se puede decir de Malaui es que érase
un país a un lago pegado, érase un lago superlativo, érase un
lugar donde quedar cautivo, donde permanecer aislado. Malaui no se
entiende sin su lago, el lago Malaui, el mismo que los mozambiqueños
llaman lago Niassa y algunos occidentales lago Livingstone, en honor
al explorador y sus seguidores que llegaron hasta aquí hace más de
dos siglos. El lago, que ocupa la cuarta parte de la extensión de
este país, da forma, configura, marca el carácter de sus habitantes
y condiciona los transportes, la economía y su propia vida. Lo
llaman lago, pero en realidad es un mar, un mar de agua dulce donde
el agua se pierde en el infinito, donde las olas rompen con violencia
en la orilla cual si retornáramos al Cantábrico, donde miles de
especies marinas endémicas del lago brindan un espectáculo animal
colosal bajo sus aguas y donde, por supuesto, los viajeros nos
dejamos embelesar por sus atardeceres.
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Quizá, "el atardecer" de los últimos cinco meses |
Cuando uno se adentra en Malaui desde
Mozambique no se aprecian grandes cambios. El paisaje cambia, es
cierto, tornándose más montañoso e impactante ante la imponente
visión del Monte Mulanje, pero uno se topa con los mismos minibuses
atestados de personas (aquí llamados matolas, pero calcados a las
chapas), idénticos controles policiales ávidos de propinas para
permitir el paso y similares estaciones de autobús repletas de
pícaros taxistas dispuestos a compensar un mal día con la caza de
un turista. No es el mejor destino posible ese sur de Malaui,
superpoblado y poco interesante, con Plantyre, la ciudad más
importante del país, que no su capital, como paso obligado de todas
las comunicaciones. Pero algunas cosas son diferentes: las casas que
se adivinan desde la carretera ya no son palhotas, esas viviendas de
paja y barro tan habituales en Mozambique, sino que, como si se
tratara de un regalo, las paredes de las mismas estás cubiertas de
un ladrillo rojo y resistente que me indica, quizá equivocadamente,
que Malaui está un poco, sólo un poco, más lejos del agujero de la
pobreza en el que se encuentra su vecino lusófono.
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31 de diciembre. 23:59h |
Malaui es un lugar de paso para los
viajeros. El lugar donde se cruzan aquellos que vienen del norte, de
Tanzania, con los que venimos del sur, ya sea de Sudáfrica, Zambia o
Mozambique. Todo aquel mochilero que uno se encuentra en esta antigua
colonia británica, donde el inglés sigue siendo idioma oficial
junto con la extraña lengua chichewa, parece estar de paso aquí.
Pero para muchos, entre los que me incluyo, la visita a Malawi,
prevista inicialmente para unos pocos días, puede convertirse en un
lapso de tiempo mucho más prolongado, a veces, incluso, un espacio
de tiempo imposible de medir. La culpa de todo ello la tiene el lago,
el lugar al que inevitablemente todos nos terminaremos acercando
atraídos por el encanto de este mar de agua bebible alrededor del
cual los malauíes organizan su existencia. Es el lago la fuente del
agua para beber; el origen del líquido elemento para limpiar
cuerpos, ropas y utensilios; el medio sobre el que transportarse y el
lugar del que obtendrán la base de su alimentación: pescados de
agua dulce, grandes y pequeños, para preparar fritos o adecuados
para resecar al sol y así mantenerlos comestibles algo más de
tiempo. Es, de hecho, el olor a pescado reseco una constante en cada
rincón de este país, ya sea un autobús sobrecargado o una populosa
calle de alguna ciudad costera; ya sea en el restaurante donde se
pasa la Nochevieja o cualquier cruce de carreteras en el que hacer
autoestop destino al próximo paso fronterizo.
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Pescado seco a la venta en la carretera |
De todos los lugares costeros de este
país de habitantes sonrientes, amables y serviciales, dos destacan
por encima de todos como los preferidos de los turistas: Cape Maclear
y Nkhata Bay. El primero, fundado por el explorador Livingstone (¡en
cuántos lugares anduvo este inglés!), es un delicioso enclave
playero enfrente del cual dos islas aparecen como oasis abandonados y
ajenos al alboroto a este lado de la costa. Fue allí donde por
primera vez me impactó ver a los malauíes bañarse, con esponja y
jabón, a la orilla del lago, mientras a su alrededor las mujeres
recogen agua para cocinar y los niños limpian los platos sucios
antes de darse el último chapuzón del día. Días más tarde, a
bordo de un barco, habría de seguir sorprendiéndome ver cómo
hombres y mujeres totalmente desnudos, embadurnados de espuma de
jabón, limpiaban su cuerpo ante la indiferencia del resto de
pasajeros del ferry, acostumbrados a dicha estampa. Cape Maclear
puede ser un gran lugar para pasar la nochevieja, sobre todo si uno
está acompañado de dos de los mejores ingleses conocidos hasta la
fecha, pero no un lugar donde permanecer demasiado tiempo, sobre todo
cuando uno aún tiene previsto viajar a Nkhata Bay, el segundo de los
paraísos tropicales que Malaui ofrece a los mochileros. Nkhata Bay,
un buen lugar para probar suerte con el buceo en agua dulce, un
excelente enclave donde vaguear entre baño y baño y un interesante
palco para corroborar que, finalmente, la temporada de lluvias llegó,
y lo hizo acompañado de tormentas tales que las olas que rompen en
la orilla parece propias del más violento de los océanos, y no de
un lago dulce que, por mucho que ocupe la misma superficie que Suiza,
no deja de sorprendernos con sus repentinos cambios de humor.
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El día después de una tormenta tropical |
Aquí, donde alguien se refirió a este
blanco como “bwana” por primera vez en África, uno debe
plantearse si temer a la esquistosomiasis o no, una enfermedad de la
piel causada por un simpático gusanito habitante del lago que, en
caso de contraerse, puede causar algunos problemas más o menos
serios, normalmente a largo plazo. ¿Debemos entonces evitar el lago,
leit motif de este país? Para algunos, la opción de
medicarse a tiempo contra el parásito pesa más que el hecho de
resistir a la tentación de bañarse en este imponente lago que no
sólo da nombre a un país, sino que también le da su razón de
ser.
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