Una mañana de diciembre atravesé por
última vez la carretera entre Praia de Xai-Xai y la ciudad del mismo
nombre. Antes de recorrer esos 10km de leves colinas verdes y
exuberantes campos de palmeras por cuyo arcén siempre caminan niños
o mujeres con alguna carga en la cabeza, la Escolinha de
Khanimambo fue testigo de las despedidas. Allí estaba Paciencia,
difícil de emocionar aunque aquella mañana ella hiciera una
excepción, que me dijo lo mismo que un mes antes: “estamos juntos”
y me hizo prometer que volvería a visitarla. Acudió a la despedida
Hortensia y alguno de sus seis (cinco+uno adoptado) hijos, a la que
le cuesta entender que quiera viajar al norte de Mozambique pudiendo
quedarme en Xai-Xai más meses. Y por allí, medio escondido detrás
de la Makita (el minibús de Khanimambo que transporta a los
niños cada día), aparecería justo antes de mi marcha Dinho, mi
hermano, compañero de cuarto, de batallas, de carreras por la playa
y de confesiones durante el último mes. Los malos resultados de sus
exámenes terminaron de golpe, hace una semana, con las bromas, los
atardeceres playeros y las sesiones de música española, pero Dinho
tenía que despedirse de mí y yo soltarle mi última monserga:
“Piensa lo que quieres ser de mayor, Dinho”, le dije, “que
volveré dentro de poco para que me lo cuentes”.
Motivos para volver a Xai-Xai, dentro
de un tiempo, como el de comprobar cómo le fue a Destinia en la
universidad. Destinia, la misma que tiritaba de malaria al principio
de mi llegada, la primera chica en llegar a la universidad de todas
las ahijadas de Khanimambo y que en febrero empezará (quieran la
burocracia y las plazas disponibles) sus estudios de Farmacia.
Destinia, la que me agradece con lágrimas en los ojos que le haya
conseguido los 200 meticáis (unos 8 euros) para que su hermano pueda
venir a verla este verano. Le he regalado un llavero en forma de
chancla de colores y le he dicho que es la mejor, que no se deje
vencer. Me regala su mejor sonrisa, un abrazo y me pide que vuelva
algún día.
Gil, alegría y talento a raudales |
Motivos para volver y reencontrarme con
Gil, una prueba evidente de que a veces lo mejor tarda en llegar.
Gil, ahijado de Khanimambo, el primero de todos que empezó estudios
universitarios y que desde hace tres años se forma para dentista en
Nampula (al norte del país), con un talento fuera de lo normal y que
apareció el último fin de semana en Xai-Xai para embaucarnos con su
música. Gil será odontólogo en el futuro, pero siempre ha sido un
artista. Huérfano de padre y madre, obligado a trabajar para
subsistir desde pequeño, Gil aprendió a tocar la guitarra mirando a
los demás, encontrando partituras en la basura y practicando miles
de horas. Hoy no sólo hace lo que quiere con la guitarra, sino que
es capaz de inventar letra y música de un tema en una mañana y así,
con la misma alegría y entusiasmo con el que te describe cómo
empastar una caries, interpreta los himnos de Khanimambo. Como este
que suena de fondo en el vídeo del que ya hablé, y que está a punto de llegar a las 400.000 visualizaciones
en Internet. Le contamos a Gil que dentro de poco medio millón de
personas habrán escuchado sus acordes y lanza uno de sus naturales
gritos agudos acompañado de una mueca de incredulidad.
Motivos para volver, como el de
reencontrarme con Adelaide, mi niña preferida, a la que la
incapacidad para hablar y escuchar le habrá enfrentado a nuevos
desafíos que ella, seguro, habrá superado con la misma energía con
la que la he visto bailar reggae sin poder oír la música. O con
la profesora Evam, la pedagoga, a la que he visto organizar, jalear y
premiar los desfiles de los niños cada mediodía con la misma
ilusión. O al sr. Mondlane, con sus seis hijos, antiguo conductor de
chapa entre Maputo y Xai-Xai y que parece disfrutar transportando a
docenas de niños cada día hasta la Escolinha a bordo de la
Makita. Y aquí paro, porque es injusto citar sólo a tres o
cuatro personas de las cientos que me han dado los buenos días cada
mañana en el último mes.
Gracias, Eric |
Un motivo más para volver: ver a
Alexia en Khanimambo, en el lugar que ella un día creó y en el que
no he podido coincidir por estar esperando la hermanita de su hija
Martina y la nueva nieta de mi amiga, y compañera de ruta, Cristina.
Alexia es un terremoto de ilusión y verla, megáfono en mano,
organizando a los niños en la escuela es un espectáculo que tendré
que ver con mis propios ojos y no conformarme con lo que me han
relatado. Al que sí vi fue a Eric, compañero de trabajo, despacho,
comidas, muchas cenas y mi guía particular de Xai-Xai y el mato.
Durante un mes, en los cafés a media mañana, hemos arreglado
España, tratado el tema de Catalunya, recordado buena música
de los 80 y 90 y repasado batallitas de viajes pasados porque Eric,
además de gran fotógrafo y una de las almas de Khanimambo, es un
viajero de cuerpo y alma. Gracias por todo, que ha sido mucho,
compañero.
Y motivos para volver, quizá el más
llamativo, el más vistoso, el más costoso: el nuevo lugar donde,
algún día, encontraré a Paciencia, a Hortensia, a Evam, a
Adelaide, a Mondlane y por supuesto a Alexia y Eric. El proyecto más
ambicioso de la Fundación Khanimambo, la construcción de una nueva
Escuela en el lugar en el que hoy sólo hay unas piedras delimitando
el terreno pero del que ya hay un completo proyecto de arquitectura
esperando ponerse en marcha. La Escolinha se ha quedado
pequeña, no caben más niños en el actual Khanimambo y por eso,
dentro de poco, un nuevo lugar con más aulas, comedor, servicios más
higiénicos que los actuales, mejores zonas para jugar y hasta un
pequeño centro de atención primaria para la comunidad serán
realidad. Aunque, como todos los que seguimos a la Fundación
Khanimambo sabemos, lo que en realidad se va a construir es una
fábrica de donativos de felicidad más grande, capaz de
cubrir la demanda que llega desde España y que parece que aumenta
con la maldita crisis. La fábrica está a punto de empezar su
construcción, por si aún te apetece formar parte de ella y acelerar
así el día en el que yo vuelva a Xai-Xai.
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