
Primera hora de la mañana del sábado.
Profesionales de Khanimambo y algunos adolescentes voluntarios llevan
un buen rato pesando y empaquetando bolsas dentro de la escuela.
Fuera de ella, docenas de madres hacen cola para recoger la mercancía
que hoy se llevarán a sus casas: unos 10 kg de arroz, 4 kg de
harina, 4 kg de amendoin (cacahuete), 4 kg de feijâo (judías
pintas) y unos kilos más de azúcar y sal, junto con varias barras
de jabón por cada niño que estudia en la Fundación Khanimambo. Es
la Cesta de Comida, uno de los proyectos de la Fundación con el que
premian a los ahijados y resto de niños de Khanimambo que durante el
último mes hayan cumplido con lo que se espera de ellos: asistir a
clase en sus colegios y tener un comportamiento adecuado en la
Escolinha. ¿Un premio? Sí, la cesta de comida, que se
entrega para los niños pero de la que obviamente se beneficia toda
su familia, es un reconocimiento, un acicate para el crío pero sobre
todo para su familia. Se pretende que el chaval estudie por encima de
todo, que dedique su tiempo al colegio y no a trabajar en la huerta o
vender collares en la playa. Quizá lo haga en los fines de semanas y
muy probablemente en verano, pero no en horario escolar ni en
temporada lectiva. Y si eso se cumple, algo que casi siempre sucede,
la familia puede recoger cada mes esta particular lista de la compra.
¿Y comen con esto las familias de
Praia de Xai-Xai? A tenor de lo que ha sido mi dieta en las últimas
semanas, sí. Como sucede en medio mundo, el arroz es la base de la
alimentación. Arroz blanco, arroz frito, arroz con zanahoria, arroz
con todo tipo de molhos (salsas) y arroz para acompañar el
famoso caril (una salsa espesa hecha con cacahuete o coco y a
la que a veces se echa un poco de pollo o pescado). Pero no menos
básico en Mozambique (y en otros países como Botsuana o Lesotho) es
la xima, una masa hecha de harina de maíz y agua que se come
prácticamente a diario y la que se echa encima alguna salsa o, si se
tiene, algo de pescado. Me atrevo a decir que la xima ha sido
mi comida más habitual del último mes y es que, cada mañana, a eso
de las once de la mañana, cuando tocaba la hora del almoço,
no era infrecuente que esta masa blanca y apelmazada, cocinada en
enormes peroles sobre fuego de leña por nuestra dos queridas
cocineras, terminaba primero en mi plato y a continuación en mi
estómago, siempre acompañado de algún carapâo (pequeños
pescados), una crema de espinacas del lugar o alguna otra salsa a
base de verduras.
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Reparto de xima a la hora de la comida |
Desde que llegué a Mozambique me
sorprendió la manera en la que la gastronomía del lugar hace uso
del coco: no se come, como en Europa, en pedazos y crudo, sino que se
machaca y raya para hacer con él el famoso caril, esta
sabrosa salsa consistente, de color blanco o marrón (la que se hace
con cacahuete) que veremos cocinar a muchas familias en cualquier
lugar del país. Cuando alguna vez he pedido partir el coco para
comérmelo así, crudo, he notado las miradas de asombro de los
lugareños. La misma cara que han puesto cuando me han visto comer
las mangas (el mango, que aquí tiene dos tamaños
diferentes): si uno se empeña en pelar con un cuchillo la piel de
una manga y luego intentar extraer con el mismo instrumento
algún trozo comestible, lo único que conseguirá es terminar con
las manos chorreantes de pegajoso zumo. Una manga se chupa,
empezando por la punta y sin pelarse. De otro modo estaremos
perdiendo el tiempo y desperdiciando esta fruta tropical que aquí,
obviamente, sólo tenemos que estirar el brazo para cogerla de algún
árbol.
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