domingo, 30 de diciembre de 2012

Ibolución

Estos niños machacan caracolas para obtener
el cebo que usarán para pescar

¿Puede una Fundación española convertir una remota, pobre y abandonada isla de Mozambique en un lugar autosostenible y con futuro? Es posible. La isla de Ibo, con unos cuatro mil habitantes, cuya esperanza de vida ronda los cuarenta años y su economía, a pesar del tímido desarrollo del turismo, sigue dependiendo de la agricultura de subsistencia y la pesca tradicional, es un lugar ideal para poner en marcha ciertos proyectos de desarrollo y comprobar que dan los frutos esperados, en la dirección pretendida, con la sostenibilidad deseada. O eso debieron de pensar un grupo de españoles, con el empresario Luis Álvarez a la cabeza, cuando visitaron Ibo hace ahora más de diez años.

Pasear por Ibo, en prácticamente cualquier lugar de la isla, pero sobre todo en el bairro cementado, supone toparse a cada paso con huellas de la actividad de la Fundación. Si nos quedamos en la superficie, en el cartel, en el detalle de “Proyecto financiado por...” o “Iglesia rehabilitada gracias a...” pensaremos que estamos ante otra ONG o Fundación asistencialista más, una de aquellas que, en tiempos de bonanza de la AECID, de vacas gordas para la Cooperación Española, convirtieron a España en el mayor donante mundial de la provincia mozambiqueña de Cabo Delgado. Me cuentan que Pemba, la capital de la provincia, era hace escasos años un continuo ir y venir de funcionarios y cooperantes españoles que rechazaban la casa de huéspedes que el Ministerio de Exteriores tenía a su disposición para alojarse en el agradable Pemba Dolphin Hotel (se debió correr la voz de las excelentes hamburguesas que siguen preparando) y que Ibo y las demás islas de las Quirimbas, pertenecientes a la misma provincia, eran un bullir de ONG españolas donde los euros reconvertidos a meticales fluían con alegría.

Geográficamente, la provincia prioritaria que en la que se prevé una mayor concentración de recursos por las oportunidades que brinda a la Cooperación Española es Cabo Delgado. Para
actuar en estos sectores y zonas de mayor prioridad se utilizarán todos los instrumentos propios de la Cooperación Española incluyendo los adecuados a las inversiones más fuertes como apoyo presupuestario y ayuda programática, además del apoyo a la sociedad civil y esquemas planificados e integrados de asistencias técnicas”.

(Extraído del Documento de Estrategia País Mozambique de la Cooperación Española para el periodo 2005-2008. Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo. Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación).

Alumna del Atelié con la cara pintada
con muciro, una pasta blanca usada como
protector solar
Poco queda de aquellos días felices para la Cooperación Española y en concreto para sus proyectos en Cabo Delgado, y desde que el Gobierno decidió reducir el presupuesto del Ministerio para ayuda exterior, sólo las ONG/Fundaciones con ayuda privada o que lo estuvieran haciendo realmente bien han sobrevivido. Ya conocí, a fondo, a un buen ejemplo durante mi estancia en Mozambique. La Fundación IBO es el segundo caso que conozco. Su proyecto para la isla da pasos lentos pero seguros y tienen muy claro que todo lo que hacen es por y para la comunidad local, contando con ellos, integrándoles en los proyectos y persiguiendo un desarrollo sostenible para que, en algún momento, los cuatro mil habitantes de la isla, casi la mitad de los cuales tiene menos de quince años, puedan convertirse en un espejo para el resto del pobre, muy pobre Mozambique.

La Fundación funciona, me atrevo a decir, porque Luis e Isabel trabajan para ella. Esta pareja de andaluces, un regalo para mi viaje, un ejemplo de hospitalidad, y que hace unos años visitara la isla de vacaciones, suma ya más de siete viviendo y desviviéndose para sacar adelante los proyectos de la Fundación. La manera en la que me explican aquello a lo que dedican su tiempo me indica que creen en su trabajo. Una mañana, Isabel saca un poco de tiempo para hacerme la tourné por el centro de Ibo y visitar los proyectos en marcha. Primera parada: el centro nutricional. En el interior de un precioso edificio reconstruido y situado en la calle principal de la isla, docenas de niños están recibiendo el desayuno cuando entro por la puerta, y todos se quedan con la cuchara en la mano y los ojos bien abiertos cuando ven aparecer a un blanco cuya cara no les es familiar. En sus platos han servido papas, una pasta nutritiva a base de fruta de temporada (mango, papaya, banana) y harina de mandioca, al parecer el aporte nutricional más adecuado para evitar la malnutrición (que afecta a una importante parte de la población local), culpable de casi la mitad de la mortalidad infantil e igualmente sostenible, pues es elaborado con ingredientes locales que los propios habitantes de la isla venden a la Fundación. Unas diez personas, entre ellas una nutricionista española, trabajan en este centro al que diariamente acuden docenas de niños y bastantes menos madres, ocupadas en trabajar en el campo o cuidar de la casa. Aquellas que se pueden permitir el lujo de pasar aquí la mañana (normalmente madres primerizas y jovencísimas) reciben formación sobre cómo alimentar a sus hijos, cómo nutrirse durante el embarazo o cómo mejorar la higiene familiar.

La impresionante carpintería
Tras el centro nutricional, una breve parada en el proyecto de la carpintería. Impacta observar a los aprendices, todos ellos jóvenes analfabetos de la isla, seguir las indicaciones de su maestro, también un mozambiqueño que ha aprendido la profesión hace no tanto, para aprender a medir, cortar, lijar y pegar la materia prima y fabricar bancos, sillas, butacas, marcos o cualquier otro bien de madera. Cada año unos diez nuevos carpinteros se forman en esta escuela, y durante sus prácticas manufacturan todo tipo de productos que se venden a la comunidad, a extranjeros (hoteles u otras ONG de la provincia) o a la propia Fundación Ibo, que los necesita para el resto de sus proyectos. Sus herramientas, si bien antiguas, conservan la robustez de antaño, la fiabilidad de esos cepillos, berbiquís o escoplos parecidos a esos con los que algunos hemos visto trabajar a nuestros abuelos. El gerente de la carpintería nos presta la llave de la Iglesia de Sâo Joâo, junto enfrente de la carpintería, para que Isabel me pueda mostrar los trabajos de rehabilitación de la misma. Más allá de haber rehabilitado una iglesia, no especialmente bonita ni especialmente necesaria en una comunidad mayoritariamente musulmana, este proyecto sirvió para que la carpintería tuviera trabajo durante semanas en la confección de bancos, marcos, puertas y el propio altar.

Inolvidable Atelié de costura
Unos metros más adelante, comprobamos el estado de las obras de la Escuela de Oficios de Ibo, un proyecto que, cuando esté concluida su sede y contratados sus profesores, impartirá a la comunidad local clases de electricidad, fontanería, mecánica, nuevas tecnologías, energías renovables (¿sabéis cuánto sol tienen aquí?), turismo y horticultura, entre otros. De nuevo, el proyecto pretende crear un círculo ni vicioso ni viciado en el que la comunidad local se beneficie de su propio trabajo y los habitantes de Ibo (que ¿para qué negarlo?, igual que la gran mayoría de los mozambiqueños, no tienen la más mínima formación en ninguna área) sean capaces de trabajar para el incipiente turismo, la construcción o, por supuesto, mejorar sus técnicas agrícolas. Unos metros más adelante, y también en obras, encontramos el futuro hotel de la Fundación Ibo, un proyecto pensado para dar trabajo a los alumnos de la escuela de oficios pero también para financiar, en el futuro, otros proyectos de la Fundación.

Y, finalmente, tras atravesar un pequeño jardín botánico y el enésimo pozo rehabilitado por la Fundación, llegamos a la conocida fortaleza de la isla, en cuyo interior me esperan dos de los proyectos más llamativos que Isabel ha querido dejar para el final. El primero es el Museo Naval, un pequeño pero coqueto centro divulgativo de la vida pesquera de la isla, construido a base de donaciones particulares y con una curiosa colección de velas, mástiles, mapas y pececitos de colores fabricados a base de chanclas recicladas. El segundo, justo enfrente, es el inolvidable Atelié de costura: una tienda-taller de ropa en el que mujeres y niñas de la isla aprenden a diseñar, coser y confeccionar prendas que se ponen a la venta en la tienda conjunta. Manejando con energía una máquina de coser de las que se accionan con el movimiento de los pies, una adolescente le da los últimos retoques a una blusa verde que se habría de convertir en mi regalo de Papá Noel para una persona muy especial.

Isa, Luis y Benjamín
Termino la visita. Isabel tiene que continuar preparando unas prendas. Luis está finiquitando un presupuesto. Yo fantaseo con, algún día, recorrer en bicicleta el camino que separa la fortaleza de mi casa. Para eso tengo que tener una casa en Ibo. Y antes de ello tengo que encontrar un motivo para asentarme allí, o mejor dicho, hallar la manera de ser util a la comunidad. Soñar es gratis. El trabajo de Luis e Isa transformando una remota y perdida isla del Índico en un lugar con futuro es impagable. Y que cada veinticuatro de junio, día de San Juan, tengan ademas la energía suficiente para organizar la regata local, la guinda del pastel que están regalando a este a este precioso lugar.  

1 comentario:

  1. Hasta me emociona leer algo así. Me encanta. Estas personas son todo un ejemplo, normal que ayan sido un regalo para tu viaje. Pena que la administración pública española ya solo financie bancos y no proyectos de cooperación, que salen más baratos. Pero qué alegría que haya gente como tus nuevos amigos que siguen ahí día a día trabajando.

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Gracias por comentar mi blog. Gente como tú hace que siga teniendo ganas de seguir escribiendo y me da fuerza para continuar con mi viaje.