Estos niños machacan caracolas para obtener el cebo que usarán para pescar |
¿Puede una Fundación española
convertir una remota, pobre y abandonada isla de Mozambique en un
lugar autosostenible y con futuro? Es posible. La isla de Ibo, con
unos cuatro mil habitantes, cuya esperanza de vida ronda los cuarenta
años y su economía, a pesar del tímido desarrollo del turismo,
sigue dependiendo de la agricultura de subsistencia y la pesca
tradicional, es un lugar ideal para poner en marcha ciertos proyectos
de desarrollo y comprobar que dan los frutos esperados, en la
dirección pretendida, con la sostenibilidad deseada. O eso debieron
de pensar un grupo de españoles, con el empresario Luis Álvarez a
la cabeza, cuando visitaron Ibo hace ahora más de diez años.
Pasear por Ibo, en prácticamente
cualquier lugar de la isla, pero sobre todo en el bairro
cementado, supone toparse a cada paso con huellas de la actividad
de la Fundación. Si nos quedamos en la superficie, en el cartel, en
el detalle de “Proyecto financiado por...” o “Iglesia
rehabilitada gracias a...” pensaremos que estamos ante otra ONG o
Fundación asistencialista más, una de aquellas que, en tiempos de bonanza de la AECID, de vacas gordas para la Cooperación Española,
convirtieron a España en el mayor donante mundial de la provincia
mozambiqueña de Cabo Delgado. Me cuentan que Pemba, la capital de la
provincia, era hace escasos años un continuo ir y venir de
funcionarios y cooperantes españoles que rechazaban la casa de
huéspedes que el Ministerio de Exteriores tenía a su disposición
para alojarse en el agradable Pemba Dolphin Hotel (se debió correr
la voz de las excelentes hamburguesas que siguen preparando) y que
Ibo y las demás islas de las Quirimbas, pertenecientes a la misma
provincia, eran un bullir de ONG españolas donde los euros
reconvertidos a meticales fluían con alegría.
“Geográficamente, la provincia
prioritaria que en la que se prevé una mayor concentración de
recursos por las oportunidades que brinda a la Cooperación Española
es Cabo Delgado. Para
actuar en estos sectores y zonas de
mayor prioridad se utilizarán todos los instrumentos propios de la
Cooperación Española incluyendo los adecuados a las inversiones más
fuertes como apoyo presupuestario y ayuda programática, además del
apoyo a la sociedad civil y esquemas planificados e integrados de
asistencias técnicas”.
(Extraído del Documento de Estrategia
País Mozambique de la Cooperación Española para el periodo
2005-2008. Agencia Española de Cooperación Internacional y
Desarrollo. Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación).
Alumna del Atelié con la cara pintada con muciro, una pasta blanca usada como protector solar |
Poco queda de aquellos días felices
para la Cooperación Española y en concreto para sus proyectos en
Cabo Delgado, y desde que el Gobierno decidió reducir el presupuesto del Ministerio para ayuda exterior, sólo las ONG/Fundaciones con
ayuda privada o que lo estuvieran haciendo realmente bien han
sobrevivido. Ya conocí, a fondo, a un buen ejemplo durante mi
estancia en Mozambique. La Fundación IBO es el segundo caso que
conozco. Su proyecto para la isla da pasos lentos pero seguros y
tienen muy claro que todo lo que hacen es por y para la comunidad
local, contando con ellos, integrándoles en los proyectos y
persiguiendo un desarrollo sostenible para que, en algún momento,
los cuatro mil habitantes de la isla, casi la mitad de los cuales
tiene menos de quince años, puedan convertirse en un espejo para el
resto del pobre, muy pobre Mozambique.
La Fundación funciona, me atrevo a
decir, porque Luis e Isabel trabajan para ella. Esta pareja de
andaluces, un regalo para mi viaje, un ejemplo de hospitalidad, y que
hace unos años visitara la isla de vacaciones, suma ya más de siete
viviendo y desviviéndose para sacar adelante los proyectos de la
Fundación. La manera en la que me explican aquello a lo que dedican
su tiempo me indica que creen en su trabajo. Una mañana, Isabel saca
un poco de tiempo para hacerme la tourné por el centro de Ibo
y visitar los proyectos en marcha. Primera parada: el centro
nutricional. En el interior de un precioso edificio reconstruido y
situado en la calle principal de la isla, docenas de niños están
recibiendo el desayuno cuando entro por la puerta, y todos se quedan
con la cuchara en la mano y los ojos bien abiertos cuando ven
aparecer a un blanco cuya cara no les es familiar. En sus platos han
servido papas, una pasta nutritiva a base de fruta de
temporada (mango, papaya, banana) y harina de mandioca, al parecer el
aporte nutricional más adecuado para evitar la malnutrición (que
afecta a una importante parte de la población local), culpable de
casi la mitad de la mortalidad infantil e igualmente sostenible, pues
es elaborado con ingredientes locales que los propios habitantes de
la isla venden a la Fundación. Unas diez personas, entre ellas una
nutricionista española, trabajan en este centro al que diariamente
acuden docenas de niños y bastantes menos madres, ocupadas en
trabajar en el campo o cuidar de la casa. Aquellas que se pueden
permitir el lujo de pasar aquí la mañana (normalmente madres
primerizas y jovencísimas) reciben formación sobre cómo alimentar
a sus hijos, cómo nutrirse durante el embarazo o cómo mejorar la
higiene familiar.
La impresionante carpintería |
Tras el centro nutricional, una breve
parada en el proyecto de la carpintería. Impacta observar a los
aprendices, todos ellos jóvenes analfabetos de la isla, seguir las
indicaciones de su maestro, también un mozambiqueño que ha
aprendido la profesión hace no tanto, para aprender a medir, cortar,
lijar y pegar la materia prima y fabricar bancos, sillas, butacas,
marcos o cualquier otro bien de madera. Cada año unos diez nuevos
carpinteros se forman en esta escuela, y durante sus prácticas
manufacturan todo tipo de productos que se venden a la comunidad, a
extranjeros (hoteles u otras ONG de la provincia) o a la propia
Fundación Ibo, que los necesita para el resto de sus proyectos. Sus
herramientas, si bien antiguas, conservan la robustez de antaño, la
fiabilidad de esos cepillos, berbiquís o escoplos parecidos a esos
con los que algunos hemos visto trabajar a nuestros abuelos. El
gerente de la carpintería nos presta la llave de la Iglesia de Sâo
Joâo, junto enfrente de la carpintería, para que Isabel me pueda
mostrar los trabajos de rehabilitación de la misma. Más allá de
haber rehabilitado una iglesia, no especialmente bonita ni
especialmente necesaria en una comunidad mayoritariamente musulmana,
este proyecto sirvió para que la carpintería tuviera trabajo
durante semanas en la confección de bancos, marcos, puertas y el
propio altar.
Inolvidable Atelié de costura |
Unos metros más adelante, comprobamos
el estado de las obras de la Escuela de Oficios de Ibo, un proyecto
que, cuando esté concluida su sede y contratados sus profesores,
impartirá a la comunidad local clases de electricidad, fontanería,
mecánica, nuevas tecnologías, energías renovables (¿sabéis
cuánto sol tienen aquí?), turismo y horticultura, entre otros. De
nuevo, el proyecto pretende crear un círculo ni vicioso ni viciado
en el que la comunidad local se beneficie de su propio trabajo y los
habitantes de Ibo (que ¿para qué negarlo?, igual que la gran
mayoría de los mozambiqueños, no tienen la más mínima formación
en ninguna área) sean capaces de trabajar para el incipiente
turismo, la construcción o, por supuesto, mejorar sus técnicas
agrícolas. Unos metros más adelante, y también en obras,
encontramos el futuro hotel de la Fundación Ibo, un proyecto pensado
para dar trabajo a los alumnos de la escuela de oficios pero también
para financiar, en el futuro, otros proyectos de la Fundación.
Y, finalmente, tras atravesar un
pequeño jardín botánico y el enésimo pozo rehabilitado por la
Fundación, llegamos a la conocida fortaleza de la isla, en cuyo
interior me esperan dos de los proyectos más llamativos que Isabel
ha querido dejar para el final. El primero es el Museo Naval, un
pequeño pero coqueto centro divulgativo de la vida pesquera de la
isla, construido a base de donaciones particulares y con una curiosa
colección de velas, mástiles, mapas y pececitos de colores
fabricados a base de chanclas recicladas. El segundo, justo enfrente,
es el inolvidable Atelié de costura: una tienda-taller de ropa en el
que mujeres y niñas de la isla aprenden a diseñar, coser y
confeccionar prendas que se ponen a la venta en la tienda conjunta.
Manejando con energía una máquina de coser de las que se accionan
con el movimiento de los pies, una adolescente le da los últimos
retoques a una blusa verde que se habría de convertir en mi regalo
de Papá Noel para una persona muy especial.
![]() |
Isa, Luis y Benjamín |
Termino la visita. Isabel tiene que
continuar preparando unas prendas. Luis está finiquitando un
presupuesto. Yo fantaseo con, algún día, recorrer en bicicleta el
camino que separa la fortaleza de mi casa. Para eso tengo que tener
una casa en Ibo. Y antes de ello tengo que encontrar un motivo para
asentarme allí, o mejor dicho, hallar la manera de ser util a la
comunidad. Soñar es gratis. El trabajo de Luis e Isa transformando
una remota y perdida isla del Índico en un lugar con futuro es
impagable. Y que cada veinticuatro de junio, día de San Juan, tengan
ademas la energía suficiente para organizar la regata local, la
guinda del pastel que están regalando a este a este precioso lugar.
Hasta me emociona leer algo así. Me encanta. Estas personas son todo un ejemplo, normal que ayan sido un regalo para tu viaje. Pena que la administración pública española ya solo financie bancos y no proyectos de cooperación, que salen más baratos. Pero qué alegría que haya gente como tus nuevos amigos que siguen ahí día a día trabajando.
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