plácido,
da.
(Del
lat. placĭdus).
Maputo es una capital lo
suficientemente grande como para merecer una mayor densidad de
albergues para mochileros viajeros que la que tiene. Su oferta se
reduce, salvo dos desconocidas excepciones, al legendario y
animadísimo Fatima's, una institución en Mozambique y por el que,
antes o después, parece que terminan pasando todos aquellos que
pisan este intenso país. Del Fatima's, cada día, a las cinco y
media de la mañana, salía un autobús privado conocido como el
“Tofo shuttle” que dejaba a los viajeros en la playa de Tofo, en
concreto en el otro albergue Fatima's. Al parecer este transporte
nunca se llenaba de turistas y la solución fue pedir al autobús
regular de Tofo que sale de Maputo que diera prioridad a los turistas
del albergue, aunque estos piensen que a la mañana siguiente, un
“cómodo bus” les llevará a la playa. En la práctica, una
estafa: Fatima's cobra el doble por montar al mochilero en el mismo
autobús del que cualquier mozambiqueño hará uso a mitad de precio.
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Conexión Tofinho |
Desahogos y denuncias aparte, lo cierto
es que llegar a Tofo, en la provincia de Inhambane, después de dejar
atrás a la ciudad del mismo nombre, supone una relajación completa,
un desahogo playero, una felicidad para el viajero de bajo coste
ansioso de playa diurna y pistas de baile nocturnas. Y por algún
motivo que, dos estancias diferentes después, aún no he conseguido
averiguar, Tofo resulta ser el punto de encuentro de todo y de todos:
los locales espabilados, los turistas ocasionales, los expatriados
ansiosos de desconexión y los viajeros sin rumbo fijo, como el que
escribe. Es en Tofo, un minúsculo pueblo al que se accede después
de una atravesar una carretera flanqueada por exuberantes campos de
palmeras y plantaciones de cocoteros, comunicado por calles de arena
y entregado sin disimulo a su preciosa playa, donde uno puede ser
protagonista de fines de semana inverosímiles. Como aquel en el que
un grupo de inagotables canario-catalanes le confunden a uno con un
vasco, pero aquella confusión se convierte en tres días
compartiendo buceo, cenas con langostas y surrealismo nocturno, al
margen de noches desprovistas de mosquitera y de todo lo demás.
Donde la “conexión Tofinho” (Tofinho es una playa cercana a
Tofo, al parecer paraíso de los surfistas y del turismo de más
dinero) empieza a tejer unas redes en las que los empleados del
centro de buceo te presentan a camareros de la discoteca local que se
ganan la vida seduciendo a extranjeras que quizá, previamente, hayan
conocido en el Fatima's de Maputo y que, probablemente, volverán a
encontrar en la ciudad donde trabajan como cooperantes. Sí, amigos,
los y las cooperantes también se permiten coqueteos de placidez.
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Paseos playeros que tardan semanas en completarse |
Tofo es un safarí marino para
bucear con tiburones ballena, mantas raya y morenas de colores; Tofo
es un bar donde ondea la senyera y la mujer del dueño,
catalán claro, prepara la mejor tortilla de patatas de Mozambique
mientras su marido mira el fútbol; Tofo es un curso de geografía
express adivinando el origen de la colección de banderas que ondean
en el mítico pub Dinos; Tofo es negociar el precio por kilo del
peixe que los pescadores descargan un poco antes del
atardecer, en la playa, y que alguna mujer del mercado cocinará allí
mismo por treinta meticales; Tofo es correr por la playa hasta
que se hace de noche, llegando hasta donde viven aquellos que son de
allí, que no comen pescado sino caril de coco machacado,
aquellos que nunca se bañan en la playa, aquellos que jamás podrán
permitirse una inmersión. Tofo es plácido y, para algunos
afortunados, también placer.
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Isla de Bazaruto, la que da nombre al Archipiélago |
Una chapa recorre los 20km desde Tofo a
la cidade, donde un breve paseo conduce hasta el embarcadero.
Allí, un increíblemente sobrecargado barquito, cuando se llena por
completo, cruza la relajada bahía de Inhambane y llega a Maxixe,
atravesada por la principal carretera Norte-Sur de Mozambique, y
donde cualquier autobús, chapa o similar nos llevará a Vilanculos,
el último refugio accesible y plácido del sur. Vilanculos es igual
a Archipiélago de Bazaruto, un paraíso natural de islas vírgenes y
de difícil acceso, colonizadas por algunos de los resorts más caros
del planeta y frecuentadas, dicen, por algunos de los más famosos,
ricos y alérgicos a las masas personajes del globo. Bazaruto, seis
islas de arena blanca y agua azul turquesa, Parque Nacional desde
hace más de cuarenta años, al que se accede tras una hora en lancha
rápida o tres horas en barquito de pescadores, es motivo suficiente
como para animarse a cruzar el Trópico de Capricornio y, de paso,
atontarse contemplando cómo los barcos de pesca que regresan con la
marea baja, al atardecer, hacen cola para poder navegar a través del
único pedacito de agua profunda que queda hasta la orilla.
Un rato después, cerca del gigantesco
Baobab que da nombre al hostel más popular de Vilanculos, uno podrá
conocer una ingente cantidad de mochileros sin ser consciente, aún,
de que este lugar con vistas a Bazaruto es el último refugio
sosegado y plácido antes de emprender rumbo al intenso norte.
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