sábado, 15 de diciembre de 2012

El plácido Sur


plácido, da.
(Del lat. placĭdus).
1. adj. Quieto, sosegado y sin perturbación.
2. adj. Grato, apacible.

Maputo es una capital lo suficientemente grande como para merecer una mayor densidad de albergues para mochileros viajeros que la que tiene. Su oferta se reduce, salvo dos desconocidas excepciones, al legendario y animadísimo Fatima's, una institución en Mozambique y por el que, antes o después, parece que terminan pasando todos aquellos que pisan este intenso país. Del Fatima's, cada día, a las cinco y media de la mañana, salía un autobús privado conocido como el “Tofo shuttle” que dejaba a los viajeros en la playa de Tofo, en concreto en el otro albergue Fatima's. Al parecer este transporte nunca se llenaba de turistas y la solución fue pedir al autobús regular de Tofo que sale de Maputo que diera prioridad a los turistas del albergue, aunque estos piensen que a la mañana siguiente, un “cómodo bus” les llevará a la playa. En la práctica, una estafa: Fatima's cobra el doble por montar al mochilero en el mismo autobús del que cualquier mozambiqueño hará uso a mitad de precio.

Conexión Tofinho
Desahogos y denuncias aparte, lo cierto es que llegar a Tofo, en la provincia de Inhambane, después de dejar atrás a la ciudad del mismo nombre, supone una relajación completa, un desahogo playero, una felicidad para el viajero de bajo coste ansioso de playa diurna y pistas de baile nocturnas. Y por algún motivo que, dos estancias diferentes después, aún no he conseguido averiguar, Tofo resulta ser el punto de encuentro de todo y de todos: los locales espabilados, los turistas ocasionales, los expatriados ansiosos de desconexión y los viajeros sin rumbo fijo, como el que escribe. Es en Tofo, un minúsculo pueblo al que se accede después de una atravesar una carretera flanqueada por exuberantes campos de palmeras y plantaciones de cocoteros, comunicado por calles de arena y entregado sin disimulo a su preciosa playa, donde uno puede ser protagonista de fines de semana inverosímiles. Como aquel en el que un grupo de inagotables canario-catalanes le confunden a uno con un vasco, pero aquella confusión se convierte en tres días compartiendo buceo, cenas con langostas y surrealismo nocturno, al margen de noches desprovistas de mosquitera y de todo lo demás. Donde la “conexión Tofinho” (Tofinho es una playa cercana a Tofo, al parecer paraíso de los surfistas y del turismo de más dinero) empieza a tejer unas redes en las que los empleados del centro de buceo te presentan a camareros de la discoteca local que se ganan la vida seduciendo a extranjeras que quizá, previamente, hayan conocido en el Fatima's de Maputo y que, probablemente, volverán a encontrar en la ciudad donde trabajan como cooperantes. Sí, amigos, los y las cooperantes también se permiten coqueteos de placidez.


Paseos playeros que tardan
semanas en completarse
Tofo es un safarí marino para bucear con tiburones ballena, mantas raya y morenas de colores; Tofo es un bar donde ondea la senyera y la mujer del dueño, catalán claro, prepara la mejor tortilla de patatas de Mozambique mientras su marido mira el fútbol; Tofo es un curso de geografía express adivinando el origen de la colección de banderas que ondean en el mítico pub Dinos; Tofo es negociar el precio por kilo del peixe que los pescadores descargan un poco antes del atardecer, en la playa, y que alguna mujer del mercado cocinará allí mismo por treinta meticales; Tofo es correr por la playa hasta que se hace de noche, llegando hasta donde viven aquellos que son de allí, que no comen pescado sino caril de coco machacado, aquellos que nunca se bañan en la playa, aquellos que jamás podrán permitirse una inmersión. Tofo es plácido y, para algunos afortunados, también placer.


Isla de Bazaruto, la que da nombre al Archipiélago
Una chapa recorre los 20km desde Tofo a la cidade, donde un breve paseo conduce hasta el embarcadero. Allí, un increíblemente sobrecargado barquito, cuando se llena por completo, cruza la relajada bahía de Inhambane y llega a Maxixe, atravesada por la principal carretera Norte-Sur de Mozambique, y donde cualquier autobús, chapa o similar nos llevará a Vilanculos, el último refugio accesible y plácido del sur. Vilanculos es igual a Archipiélago de Bazaruto, un paraíso natural de islas vírgenes y de difícil acceso, colonizadas por algunos de los resorts más caros del planeta y frecuentadas, dicen, por algunos de los más famosos, ricos y alérgicos a las masas personajes del globo. Bazaruto, seis islas de arena blanca y agua azul turquesa, Parque Nacional desde hace más de cuarenta años, al que se accede tras una hora en lancha rápida o tres horas en barquito de pescadores, es motivo suficiente como para animarse a cruzar el Trópico de Capricornio y, de paso, atontarse contemplando cómo los barcos de pesca que regresan con la marea baja, al atardecer, hacen cola para poder navegar a través del único pedacito de agua profunda que queda hasta la orilla.

Un rato después, cerca del gigantesco Baobab que da nombre al hostel más popular de Vilanculos, uno podrá conocer una ingente cantidad de mochileros sin ser consciente, aún, de que este lugar con vistas a Bazaruto es el último refugio sosegado y plácido antes de emprender rumbo al intenso norte.







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