Ibo, la más conocida de las ínsulas
del archipiélago de las Quirimbas, es una de las más de veinte
islas que forman este mágico conjunto de extensiones de arena blanca
rodeados de manglares, fascinante historia y pausado ritmo. La
corriente eléctrica, cuya presencia no ha cumplido aún el año de
vida en la isla, el funcionamiento de los teléfonos, aunque no con
regularidad ni fiabilidad, o la existencia de un pequeño aeródromo
para avionetas que comunican la isla con Pemba no parecen haber
revolucionado el ritmo de una isla que vive de manera tranquila, al
ritmo de sus mareas altas o bajas, muertas o vivas que marcan los
tempos de la pesca, los transportes a
tierra continental o los desplazamientos a
las islas vecinas. Ibo, un acrónimo portugués que significa Isla
Bien Organizada, fue durante siglos un puerto comercial, sobre todo
para el tráfico de esclavos. Los árabes primero y los portugueses
después dejaron su huella en este pedazo de tierra con forma de
pica, poblada por cerca de cuatro mil personas, la mayoría de las
cuales habitan unas viviendas que se
amontonan en barrios mal organizados. El bairro cementado,
la zona noble de la isla, con los edificios administrativos, hoteles,
el embarcadero y sus desvencijadas mansiones coloniales son pura
regresión al pasado rodeado de absoluta decadencia.
Del paso de los colonizadores
portugueses han quedado tres fuertes, el más importante de ellos el
de Sâo Joâo, con particular forma de estrella y en cuyo interior
un coqueto museo naval y un taller-tienda de costura, ambos
promovidos por la Fundación Ibo, ya compensan la visita; de los
chinos, y en concreto de alguna importante familia que habitó en la
isla, aún permanecen algunos edificios de particular arquitectura
asiática; y de los árabes, sobre todo, el
idioma kmwuani, un dialecto de swahili, y culpable de
que los niños le griten “¡mzungu! ¡mzungu!” a
los turistas blancos que se tuestan al sol de la isla. El mzungu,
literalmente “el que da vueltas sin destino fijo”, es como el
blanco lleva siglos siendo denominado en este lugar del mundo.
Algunas coquetas mezquitas, situadas en los barrios pobres, nos
recuerdan que, efectivamente, una inmensa mayoría de la población
local es musulmana.
De todo ello sabe, y mucho, el
incombustible señor Joâo Baptista, llamado así por haber nacido un
24 de junio de hace 87 años, “Consejero e historiador de la isla
de Ibo, tercer oficial de la Administración Estatal jubilado”,
según reza el cartel que cuelga en la puerta de su casa y en la que
invita a todos los que tengan ganas de escuchar su particular visión
de la isla y su propia vida, cuajada a base de trabajar para los
colonos portugueses primero y la administración de Mozambique
independiente después. Al señor Joâo Baptista quizá le bailen
algunas fechas, pero poco importa: el entusiasmo con el que narra, en
un perfecto portugués, la vida en época de la colonización lusa,
la independencia, la guerra civil (“fue
una broma, poca cosa”, asegura) o los desmanes de la administración
actual no tienen precio. Este antiguo funcionario aún mantiene la
responsabilidad de velar por el buen funcionamiento de la isla, cuya
historia conoce como nadie, y por ello presume de escribir
regularmente cartas al Gobernador de la provincia de Cabo Delgado
alertando si las cosas en Ibo no se están llevando a cabo de la
manera adecuada. Con orgullo, el señor Joâo muestra las libretas
donde ha acumulado cientos de páginas manuscritas con anotaciones de
su vida, de la historia de Ibo, de la época colonial, de la
felicidad tras la independencia. Sin perder la sonrisa, con ilusión
todavía porque esos papeles puedan algún día tener forma de libro
y esperando a un nuevo turista que le quiera invitar a una coca-cola
y dejarle cincuenta meticales de propina, el más importante
octogenario de las Quirimbas le recuerda a uno aquello del
envejecimiento activo cuyo Año Europeo está a punto de terminar.
Aún no se se ha sacudido uno el
encanto decadente de las calles principales de Ibo cuando, guiado por
un adolescente, se enfila el camino del manglar rumbo a la isla de
Quirimba. A lo largo de ocho kilómetros de barro en el que los pies
se quedan clavados, atravesando una tupida jungla tropical de densas
nubes de mosquitos que no entienden de hora del día y con un calor
asfixiante, es posible llegar a la isla que
da nombre al archipiélago. Quirimba es más pequeña y menos poblada
que Ibo, pero además tiene mucha menos agua que ésta, la
electricidad no ha llegado si no es en forma de generador de gasolina
y en ella sus niños, menos acostumbrados aún a los turistas, juegan
al fútbol enfrente de la ruinosa iglesia mientras sus padres secan
pescados al sol para mandarlos a alguna ciudad del continente o
cambiarlos por gasolina. Llegar a Quirimba andando, tras sobrevivir
al manglar, con la marea baja, desde el lugar en el que te deja un
barquito de madera empujado por una pértiga al más puro estilo mokoro del Delta del Okavango es una experiencia difícil
de olvidar.
Delicioso desayuno para el alma y lai imaginación. Esta mañana mientras te leía yo también viajaba por Ibo. Gracias por hacer tus sueños una realidad y dejarnos espiar en ellos.
ResponderEliminarcom saudades de Ibo, do patraõ, da princesa do coral, dos wuani.... sniff sniff...
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