Ojito con nadar: tiburón al achecho |
Stephanie es suiza, tiene 28 años, una
cara preciosa e inocente y, desde hace más de un año, se gana la
vida como profesora de yoga y pilates y poniendo en práctica sus
estudios de fisioterapia con los turistas que llegan a Port St Johns,en la Wild Coast de Sudáfrica. Los ojos de Stephanie, del mismo
color azul intenso que las aguas del Índico en un día nublado, se
humedecen ligeramente cuando se le pregunta por su familia, su
opinión de que esté aquí y cuando se le pregunta con suavidad si
tiene pensado quedarse mucho tiempo en este lugar. “Estuve
prometida, pero poco antes de casarme me di cuenta de que aquella no
era la vida que quería tener”, me confiesa. “Decidí venir al
Transkei, que ya conocía de unas vacaciones, y quedarme aquí. Este
es mi lugar”. Stephanie no lo sabe, pero ha contraído la fiebre
Pondo o “Pondo fever”, como la llaman aquí.
Atardecer en Port St.Johns. Sin photoshop. |
Uno de los libritos que recopila una
buena parte de los albergues para mochileros de Sudáfrica define con
mucho humor a la fiebre Pondo como “un mal que aqueja a algunos
mochileros y les impide recordar qué día de la semana es. Es casos
extremos, los viajeros son incapaces de recordar el camino de regreso
a casa”. Eso es la fiebre Pondo, lo que sufre Stephanie y docenas
de viajeros más que me he cruzado en la Wild Coast y el Transkei(una región de Sudáfrica a la que los ingleses sometieron con mucho
esfuerzo y que gozaba de mucha independencia hasta el final del
Apartheid). Vicky, la gerente del Coffee Shack de Coffee Bay, me
cuenta que algunos de sus clientes se pasan semanas, meses y algunos
hasta un año. “Llegan como tú, con una mochila, en medio de sus
vacaciones por Sudáfrica, pero se quedan. Sólo vuelven a casa para
poder renovar el visado”.
El "sencillo" acceso a un de os acantilados |
¿Qué tiene este lugar para ser el
origen de la fiebre Pondo? ¿Qué siente Stephanie, mi profesora de
yoga, para no poder abandonar este lugar? Quizá sea la playa, donde
los carteles avisan que los ataques de tiburones son frecuentes y por
lo tanto el baño (y mucho menos el surf) no es recomendable. Quizá
sea el punto más alto del acantilado, al que se llega deslizándose
por una cable de acero y unas escaleras no aptas para viajeros con
vértigo, y desde donde el rugido del océano en los días de viento
entra por un agujero similar al “Peine del viento” de San
Sebastián, aunque muchísimo menos accesible. O quizá sean los
atardeceres, propios del fin del mundo, con colores vivos sobre un
mar rodeado por acantilados y un cielo abriéndose en mil tonos.
Posado por la posteridad. Yoga en en el acantilado. |
Stephanie, a la que invito a un café
después de una clase particular de yoga en la playa (días antes
había dado mi primera clase de yoga en lo alto de un acantilado de
Coffee Bay y acompañado de las dos holandesas) me reconoce que con
dos o tres clases a la semana y algún masaje ocasional tiene
suficiente para vivir. El hostel le deja una cama gratis y la comida,
y el resto del tiempo es suficiente para colaborar con la comunidad
local, poner a la venta en su pequeña tienda dentro del hostel los
bolsos y colgantes que las mujeres del Transkei fabrican y dejar
pasar el tiempo. Habla despacio, su inglés no es muy fluido, pero la
calma que transmiten sus palabras es de la que te hacen reflexionar y
recordar que, sin duda, hay muchos tipos de vida diferentes. Aunque
quizá tengamos que dejarnos enfermar por la fiebre Pondo para darnos
cuenta.
Sergio me ha gustado tu reflexión final, hay muchas formas de vivir diferentes y muchas veces nos las limitamos nosotros mismos. Y la referencia al Peine de los Vientos, justo estuve el jueves, estaba así, con olas y "rugiendo" y subí una fotito :-) Maite
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