domingo, 4 de noviembre de 2012

La fiebre pondo

Ojito con nadar: tiburón al achecho

Stephanie es suiza, tiene 28 años, una cara preciosa e inocente y, desde hace más de un año, se gana la vida como profesora de yoga y pilates y poniendo en práctica sus estudios de fisioterapia con los turistas que llegan a Port St Johns,en la Wild Coast de Sudáfrica. Los ojos de Stephanie, del mismo color azul intenso que las aguas del Índico en un día nublado, se humedecen ligeramente cuando se le pregunta por su familia, su opinión de que esté aquí y cuando se le pregunta con suavidad si tiene pensado quedarse mucho tiempo en este lugar. “Estuve prometida, pero poco antes de casarme me di cuenta de que aquella no era la vida que quería tener”, me confiesa. “Decidí venir al Transkei, que ya conocía de unas vacaciones, y quedarme aquí. Este es mi lugar”. Stephanie no lo sabe, pero ha contraído la fiebre Pondo o “Pondo fever”, como la llaman aquí.

Atardecer en Port St.Johns. Sin photoshop.
Uno de los libritos que recopila una buena parte de los albergues para mochileros de Sudáfrica define con mucho humor a la fiebre Pondo como “un mal que aqueja a algunos mochileros y les impide recordar qué día de la semana es. Es casos extremos, los viajeros son incapaces de recordar el camino de regreso a casa”. Eso es la fiebre Pondo, lo que sufre Stephanie y docenas de viajeros más que me he cruzado en la Wild Coast y el Transkei(una región de Sudáfrica a la que los ingleses sometieron con mucho esfuerzo y que gozaba de mucha independencia hasta el final del Apartheid). Vicky, la gerente del Coffee Shack de Coffee Bay, me cuenta que algunos de sus clientes se pasan semanas, meses y algunos hasta un año. “Llegan como tú, con una mochila, en medio de sus vacaciones por Sudáfrica, pero se quedan. Sólo vuelven a casa para poder renovar el visado”.

El "sencillo" acceso a un de os acantilados
¿Qué tiene este lugar para ser el origen de la fiebre Pondo? ¿Qué siente Stephanie, mi profesora de yoga, para no poder abandonar este lugar? Quizá sea la playa, donde los carteles avisan que los ataques de tiburones son frecuentes y por lo tanto el baño (y mucho menos el surf) no es recomendable. Quizá sea el punto más alto del acantilado, al que se llega deslizándose por una cable de acero y unas escaleras no aptas para viajeros con vértigo, y desde donde el rugido del océano en los días de viento entra por un agujero similar al “Peine del viento” de San Sebastián, aunque muchísimo menos accesible. O quizá sean los atardeceres, propios del fin del mundo, con colores vivos sobre un mar rodeado por acantilados y un cielo abriéndose en mil tonos.




Posado por la posteridad. Yoga en en el acantilado.
Stephanie, a la que invito a un café después de una clase particular de yoga en la playa (días antes había dado mi primera clase de yoga en lo alto de un acantilado de Coffee Bay y acompañado de las dos holandesas) me reconoce que con dos o tres clases a la semana y algún masaje ocasional tiene suficiente para vivir. El hostel le deja una cama gratis y la comida, y el resto del tiempo es suficiente para colaborar con la comunidad local, poner a la venta en su pequeña tienda dentro del hostel los bolsos y colgantes que las mujeres del Transkei fabrican y dejar pasar el tiempo. Habla despacio, su inglés no es muy fluido, pero la calma que transmiten sus palabras es de la que te hacen reflexionar y recordar que, sin duda, hay muchos tipos de vida diferentes. Aunque quizá tengamos que dejarnos enfermar por la fiebre Pondo para darnos cuenta.

1 comentario:

  1. Sergio me ha gustado tu reflexión final, hay muchas formas de vivir diferentes y muchas veces nos las limitamos nosotros mismos. Y la referencia al Peine de los Vientos, justo estuve el jueves, estaba así, con olas y "rugiendo" y subí una fotito :-) Maite

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Gracias por comentar mi blog. Gente como tú hace que siga teniendo ganas de seguir escribiendo y me da fuerza para continuar con mi viaje.