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Rael, en el centro, también ha aprendido a jugar a Ninja |
La madre de Rael murió unos días
después de dar a luz. A pesar de las complicaciones de un parto de
sietemesina, la mujer se negó a ir al hospital y dejó huérfanos a
dos hijos: Rael, con días de vida y escasas oportunidades de
sobrevivir, y Chico, cinco años mayor que su hermana y al que se le
borró, me cuentan, la sonrisa de la cara. Rael, “milagro” en changana, el dialecto local, no era aceptada por su abuela, la única
familia que tenía aparte de su hermano Chico que la niña tiene en
este mundo. La madre de su madre no quería ni podía aceptar en su
casa a la culpable de la muerte de su hija, a la niña cuyo
nacimiento antes de tiempo había originado esta pérdida. Quizá
pensó también que Rael no sobreviviría, como es habitual en las
zonas rurales de Mozambique. Aquí la costumbre de no poner nombre a
los hijos hasta que cumplen un año o más de vida sigue vigente. Sea
por la falta de acuerdo entre las dos familias, sea por miedo a poner
un nombre, encariñarse y luego perder al hijo en un país con
mortalidad infantil tan elevada, el caso es que mis amigos doctores
de Manhiça me cuentan la gran cantidad de innominados
(sin nombre) que llegan a sus consultas. Pero Rael sobrevivió,
Khanimambo la acogió, Alexia Vieira le dio el biberón y, tras mucho
esfuerzo, convenció a la abuela Filomena de que la adoptara. Hoy
Rael, la niña milagro, su “dulce sueño africano” es un imán
para todo aquel que se acerca a Khanimambo: es regordita, achuchable,
sonriente y se tira en plancha a mis piernas cada mañana, cuando
llego a la Escolinha y su equipo del Curso de Verano es el
primero que me encuentro, practicando bailes y canciones nuevas cada
día. No soy original cuando digo que su historia es, quizá, la más
“Khanimambo” de todas la de los niños aquí.
Fábrica de donativos de felicidad a pleno funcionamiento |
Su hermano Chico pasó por su calvario
particular. Despreciado por su abuela, el joven huérfano se enfadó
con el mundo, se acostumbró a desaparecer durante días enteros, se
desentendió de la higiene y de la escuela y se aisló en su propio
planeta negándose a comunicar con su alrededor. Chico cambió de familia, volvió a cambiar, se acercó a Khanimambo, se alejó y
volvió de nuevo para empezar, al fin, a tener un comportamiento
cercano a ejemplar. Chico no es de los que regalan abrazos sin más,
antes parece que te estudia, te analiza, se piensa si te concede un
poco de su confianza. Me parece más maduro que muchos chicos de su
edad aquí pero, en el fondo, sigue siendo un niño de 9 años que,
enfundado en su camiseta de Soziedad Alcoholica (que habrá llegado
fruto de alguna donación a Khanimambo) se marca un baile delante de
todos nosotros para llevarse el premio diario de los desfiles en este
curso de verano.
Daisy y Andrisse son primos, tienen 7 y
6 años respectivamente, y son “los vecinos”. El patio de su casa
es también el patio de la Escolinha de Khanimambo y siempre
están con nosotros. Cuando llegan los niños por la mañana, ellos
ya están aquí. Cuando todos marchan a sus casas, ellos se quedan,
jugando con los neumáticos, construyendo casitas en la arena o
practicando con el tirachinas. Daisy quizá tenga la sonrisa más pícara de Khanimambo y ahora luce unas trenzas fijadas con plásticos
de todos los colores. Andrisse, que intenta ganar tu amistad besando
tu mano y que a veces exagera la cara de pena para conseguir lo que
quiere, siempre está listo para jugar lo que sea, aunque no lo
entienda bien. Su paso por las clases de teatro que algunos días he
tenido con los niños ha sido caótico y desternillante. Sus
imitaciones de gallina o mono cuando tocaba imitar animales de mar
dejó estupefactos al profe de teatro y al resto de los alumnos de la
clase.
El neumático, un juguete de posibilidades infinitas |
Erica vive con su abuela, dos hermanos
y dos primos más. El día que llegué a Khanimambo, Erica andaba
torpemente aguantando la lágrima hasta que se tumbó en el sofá de
la Escolinha. Estaba enferma de malaria. Recuerdo aquella
primera tarde en la que Eric y yo llevamos a Erica a su casa y la
pedimos a su hermano mayor, Ribaldo, de trece años, que ese día
ayudara especialmente a su abuela, la señora Olivia, a la que es
normal que a veces se le haga muy cuesta arriba hacerse cargo de
cinco niños huérfanos Erica ha tardado casi dos semanas en
mostrárseme sonriente y activa, y es que sobre los efectos de la
malaria ya escribí ayer.
Y por aquí anda Scarla, que cada
mediodía se enfada a la hora de los desfiles porque su equipo nunca
gana, pero al día siguiente se le olvida que tiene que cantar más
alto y con más ganas para lograr la bolsa de caramelos que se
entrega al equipo vencedor. Y Simiâo, que cada mañana temprano
reparte los petos de colores, forma los equipos de fútbol y los
dirige a golpe de silbato. Y Dercia, Elton, Dionisia u Horculano,
cada uno con su propia historia personal, su vida en absoluto cercana
a lo que en Europa calificaríamos como fácil y su lugar para dormir
en algún lugar del interior del mato. Todos ellos, hasta casi
200, son los niños de Khanimambo, a los que la inexistencia de la
Fundación habría condenado a muchos de ellos a dejar la escuela,
nunca hubieran llegado a la secundaria (que requiere un poco de
dinero diario para pagar el autobús hasta la ciudad), carecer de una
nueva familia tras la pérdida de la suya o, simplemente, seguir
vivos.
Erica (izq.) y Adelaide (der.) |
Y finalmente, Adelaide, de nueve años.
Una de las más altas para su edad, de pelo casi rapado y ojos
grandes y vivos. Adelaide es sordomuda, nació así y la educación
pública de Mozambique nunca le pudo enseñar el lenguaje de signos
ni matricularla en un centro de educación especial. Como los demás
niños, va a la escuela normal, asiste a las clases y saca buenas
notas. Es tremendamente inteligente. Me atrevería a decir que la más
espabilada de cuantos niños veo jugar en la Escolinha. Y tiene
carácter, mucho. A veces hasta mal genio. No le gusta perder a
ningún juego, e incluso alguna vez la he sorprendido haciéndome
trampas en el juego de las piedras, en el que mientras se lanza una
piedra al aire hay que manejar con la misma mano el resto de
piedrecitas y moverlas de un lugar a otro de la arena. Se comunica
con todos sus compañeros, por señas o emitiendo algún sonido que
aquí ya todos hemos aprendido a descifrar, y está tan integrada en
el mundo Khanimambo que a veces se me olvida que Adelaide no puede
oírme y le pregunto a viva voz cómo está o si jugamos a Ninja,
juego el que ella es también la mejor. Supongo que es inevitable
tener un niño, niña en este caso, favorito. ¿Cómo no hacerlo?
Creo que es el relato mas tierno que has escrito en mucho tiempo.Estos niños te acompañaran toda la vida.
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