Frontera y primeras palabras en portugués |
Un tarde de noviembre dejamos atrás
Sudáfrica. Un puesto fronterizo pequeño pero moderno nos despedía
del país de Mandela y un pequeño puesto de control dentro de un
contenedor gastado nos daba la bienvenida a Mozambique, mi pequeña
Ítaca, mi lugar-objetivo, uno de los lite-motif
de mi viaje. Y tras ese puesto de control propio de un país con
escasos recursos, como si se tratara de la frontera entre Rusia y
Mongolia, apareció otro mundo. La bandera roja, amarilla y verde con
el libro, el fusil y la azada de Mozambique nos anunciaba la ausencia
de carreteras, el camino de arena de playa con dunas, imposible para
un coche normal y con pocos o ningún taxi, por lo que la aparición
de un sudafricano ávido de conversación que se ofreció a
llevarnos al pueblo más cercano resultó providencial.
Alex Soave, mi compañero de viaje y ángel de la guardia bajo el agua |
¿Por qué hablo en plural? Llegó el
momento de contar que desde hacía 15 días viajaba con Alex,
“ciudadano francés porque lo dice el pasaporte”, que desde hace
9 meses recorre el mundo con un aire relajado y una sonrisa en los
labios. A Alex le había conocido en el Delta del Okavango de
Botsuana (vaya, qué lejos me parece eso ahora) y le habría de
volver a encontrar en Chintsa, en la Wild Coast sudafricana. Y como
quiera que nuestros itinerarios eran parejos, aún íbamos a estar
juntos varias semanas. Alex, como casi todos, tiene su “shock” en
su lugar de origen, y parece que viajar, bucear y no tener una fecha
de vuelta a casa es la terapia que necesitaba. ¡Gracias Alexandre!
Por cuidar de mí encima y debajo del agua, por hacerme la boca agua
con tus historias en países que pronto visitaré y por compartir
conmigo tu experiencia de viajero casi profesional. Bon voyage!
15 kilómetros de camino de arena
después, dejando atrás a coches 4x4 que habían tomado la opción
incorrecta y por lo tanto se habían quedado enterrados en la duna,
llegué al paraíso. Y el paraíso, con nombre de Ponta d'ouro, tenía
una de playa blanca, alargada, luminosa, rodeada de palmeras y bosque
tropicales y con un agua cristalina. Perfecta. Y el paraíso estaba
al lado de un pequeño pueblo de ambiente relajado, con vendedores
ambulantes de pescado y marisco, con calles sin asfaltar, de arena,
sin apenas coches, un mercado en plena plaza y chiringuitos caseros a
unos metros de la orilla.
Pececitos del Índico |
Ponta d'ouro, la punta dorada, el
primer encuentro con Mozambique viniendo desde el sur de África del
Sur, vive sobre todo de los buceadores. Estos, incansablemente, se
dejan caer por aquí para comprobar que este es uno de los mejores
lugares del mundo para ponerse una bombona a la espalda y bajar para
conocer de cerca las mantas, las rayas, los tiburones,
los peces león, peces flauta, peces tigre, tortugas y tiburones que
conviven con infinitos peces de colores vivos en unas aguas, las del
Índico, con la mejor visibilidad debajo de la superficie que nunca
vi. Así que ahí bajé, a encontrarme con los meros y los delfines,
que también se sumaron a la bienvenida de Mozambique y las aguas de
su costa. ¿Las mejores inmersiones de mi vida? Quizá.
Madrugar para bucear compensa con un amanecer como este |
Pero el paraíso también lo es por sus
gentes. Meses después, volví a falar portugués, la lengua
que mal aprendí en Lisboa hace 12 años. Y
eso me permitió por primera vez en mi viaje hablar con la gente de
aquí, preguntarles, conocer su vida, regatear el precio de las
gambas o entender a la primera los horarios de salida de las chapas
(los minibuses de Mozambique). Esa sensación, la de entender las
conversaciones de quien está sentado a tu lado o de quien te vende
el pan, creó en mí una sensación agradable de “estar en casa”
de la que todavía no me he desprendido, afortunadamente. Y el
mozambiqueño es buena gente, o eso me ha parecido. Relajado,
bailarín, divertido y bromista, pero también educado y agradable,
quizá mucho más con un español que con un sudafricano, su eterno
vecino con el que mantiene la clásica relación de amor-odio. Es
mozambiqueño el vendedor de pescado fresco, la dependiente de la
panadería que vende el mejor pan que he probado en los últimos tres
meses y son mozambiqueños los miembros del equipo de fútbol que nos
llevaron en un coche pick-up desde Ponto d'ouro a Ponta
Malangane, la continuación del paraíso diez kilómetros más allá
siguiendo por la playa.
Con ustedes, Ponta Malangane |
Quizá sea porque noviembre es el mes
más turístico del año, o quizá sea porque la ausencia de
carretera limita el turismo, pero el caso es que Ponta d'ouro es un
paraíso que en las fechas en las que lo visité no ofrecía ninguna
saturación turística. Y por si acaso lo tuviera, uno siempre puede
escaparse a una de las dos playas de casi incontables kilómetros de
longitud a ambos lados del pueblo. Y allí jugar a perseguir a los
cangrejos que hacen fila para bañarse en la orilla del océano, o
acercarse a las aves que interactúan con
los mismos cangrejos. O ver a lo lejos a los surfistas con cometa y
las piruetas que regalan a los bañistas, que han descubierto aquí
otro paraíso perdido. O sentirse aislado del mundo a la espera de
que un delfín o una ballena aparezca en el horizonte (y estas cosas
pasan con mucha más frecuencia de la que uno imagina). De cualquier
modo, uno no necesita calzado, casi ni ropa, para tener la playa como
referencia y usarla para ir a casi cualquier punto de este pequeño
lugar: del mercado al hostel, del hostel al chiringuito,
del chiringuito al centro de buceo, del
centro de buceo a una pequeña colina para ver la puesta del sol.
Los cangrejos, únicos turistas de la playa |
No recuerdo bien los días que pasé en
Ponta d'ouro, pero podrían haber sido decenas. Salir de allí me
exigió madrugar a las 3 de la mañana y hacer cola en la plaza del
mercado para que alguna chapa (como dije antes, el nombre que reciben
los minibuses en Mozambique) me llevara a Maputo. Y la idea de
abandonar el paraíso en medio del madrugón para acercarme a la
peculiar capital de Mozambique sería por si sola descabellada,
si no fuera porque yo sabía que lo que iba a encontrarme poco
después era el mágico Khanimambo.
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