jueves, 8 de noviembre de 2012

Despedida bajo el agua


Peces, pocos. Coral, mucho.
Desde que pisé tierra de Zululandia comprendí que el agua, y más concretamente la del océano Índico, no me iba a acompañar hasta que abandonara Sudáfrica. O mejor dicho, que era yo el que no iba a querer dejar de estar rodeado del líquido elemento porque, quizá afectado de mi propia fiebre Pondo, me había enganchado al océano en plena primavera mientras en Europa las primeras tormentas de nieve hacen de las suyas. Y así fue como llegué a Sodwana Bay, el que dicen es el mejor punto de buceo de Sudáfrica.


Con ustedes, el ex de Irene Grandi
Sodwana Bay, una bahía preciosa con un antiguo faro coronando la colina y una playa rodeada de bosques tropicales, todo ello dentro de un parque nacional protegido (y de pago), aparenta ser un lugar donde sólo puedes encontrar aficionados al buceo con bombonas o submarinismo. Su buena visibilidad (cuando tienes suerte), la extraordinaria vida marina (o eso dicen) y el hecho de que sea el único lugar de la zona donde se permiten las inmersiones (las legales) han convertido a Sodwana Bay en el paraíso del scuba diving. Aquí, ni yoga ni meditación, si acaso un poco de surf. Lo que aquí triunfa, fruto de los más grandes resort dedicados al submarinismo que haya visto en mi vida, es este deporte “de riesgo” que yo no me había atrevido a practicar desde que, hace más de año y medio, las aguas de Lanzarote me dieron un sustito en forma de hiperventilación que todavía recuerdo. Pero hay cosas a las que uno no puede decir que no, así que, superando el miedo inicial, el mal tiempo y las olas de la orilla, volví a ponerme el neopreno, el regulador y bajé a 20 metritos de profundidad.

¿Peace and Love in Halloween?
Las inmersiones no fueron las mejores de mi vida, pero “la otra vida” de Sodwana Bay, que existe, lo compensó con creces. ¿Qué personajes pululan por aquí, buscándose la vida al calor del dinero generado por el buceo? Pues por ejemplo Alessandro, un italiano surfero, rockero y pizzero, que vive de vender “genuine italian pizza” en un chiringuito de la carretera, y que presume de haberse casado con la artista italiana Irene Grandi en Las Vegas. Su “shock” para dejarlo todo fue que la cantante de Brucci la cittá, seis años después, le dejó. Y ahora supera el trauma a base de marihuana, surf y conversaciones a gritos. También se ha acercado a esta bahía Anna, una alemana que se acerca a mi edad y que, antes de empezar a estudiar medicina (¿con 32 años?) ha decidido trabajar unos meses como ayudante en un club de buceo. O dos españoles, que se toman las vacaciones después de un intenso verano enseñando kite surfing en las playas de Cádiz navegando en las aguas mozambiqueñas y sudafricanas. Entre todos, la fiesta de Halloween, que nos sorprendió en este lugar, resultó tener su punto surrealista.

Parque Natural de Cosy Bay
Dos autobuses y unos cuantos kilómetros de autoestop después, el punto final en el mapa de Sudáfrica: CosyBay. El último de los parques naturales de la zona en forma de cuatro lagos de agua salada comunicados por estrechísimos canales. Atestado de jaulas trampa para la pesca, hechas con cañas de bambú. Poblado por manadas de rinocerontes. Vigilado por cocodrilos. Y visitado por la mejor colección de aves de todo el país, que se acercan a estas marismas, con cierto aire de Doñana, en sus migraciones. Cosy Bay, espacio tan protegido que sólo puede visitarse en barco, ofrece una playa tan virgen como inaccesible y la oportunidad de hacer un poco de snorkel en agua dulce para ver por debajo del agua cómo los peces de todos los colores quedan atrapados en las jaulas artesanas.

Cestas para pescado
Y sin tiempo para más, aún mojado de aguas dulces esta vez, y tras muchas semanas intercaladas en tierra de Sudáfrica, crucé el puesto fronterizo de Cosy Bay en dirección a Mozambique, y dejé atrás este país vasto, hermoso, contradictorio e inolvidable llamado Sudáfrica.

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