jueves, 22 de noviembre de 2012

Cuatro nuevas paredes

Tía Hortensia

Después de salir del trabajo en la Escolinha de Khanimambo, Hortensia me lleva hasta su casa a través de un laberinto de palmeras, plantas con afilados espinos y arbustos que crecen sobre la fértil arena de playa de Xai-Xai. Estamos en el “mato”, como se conoce aquí a todo aquello que está más allá de la carretera, lo que no se ve desde el autobús ni menos aún desde el coche, lo que queda oculto a cualquier ojo que no quiera de verdad conocer lo que en realidad pasa en Mozambique. Donde vive la inmensa mayoría de los mozambiqueños. Donde duermen los niños de Khanimambo. Diez minutos, una colina y varios cruces de caminos en el enrevesado laberinto después, llegamos a su casa, donde vive con sus seis hijos. En realidad, Hortensia, cuya vida no ha sido precisamente un camino de rosas, sólo parió a cinco, pero adoptó a Rodrigues, uno de los vecinos del mato, cuando éste se quedó huérfano. Hortensia es tímida y muy humilde, y me pide perdón por el estado de su casa (a mi me parece que está impecable considerando que seis niños pequeños viven en esos 25 metros cuadrados), pero me cuenta orgullosa que su vivienda fue de las primeras que la Fundación Khanimambo construyó y que su familia puede, desde entonces, convivir junta en un lugar que no tiene goteras cuando llueve.

Las xichunguas, como se conocen en changana (el dialecto de la zona) a estas construcciones, dan nombre a un proyecto de la Fundación Khanimambo que, desde 2009, ha permitido que casi 20 nuevas familias dejen de vivir hacinadas en sus antiguas chozas de paredes de cañas podridas, tejados agujereados y suelos de arena. Las nuevas construcciones tienen suelo rígido, paredes reforzadas con cemento entre las cañas y un tejado de chapa de zinc resistente a las tormentas. Dentro, uno o dos cuartos (sólo para familias muy numerosas) que tendrán o no colchón y tela mosquitera en función de sus posibilidades económicas, aunque la experiencia me dice que una mayoría dormirá sobre las esterillas de fabricación casera y seguirá ahorrando para tener un lugar más blando sobre el que descansar, conseguir instalar una toma de electricidad o lograr una entrada de agua que evite comprar el líquido elemento a un vecino que ya la tiene, para evitar el paseo hasta la fuente pública.

Carlitos, Simiâo y profesor casimiro
Enfrente de casa de Hortensia y en plena tarea de preparación de la cena me reciben Carlitos, y Simeâo. Su casa, también construida con el apoyo de los socios de la Fundación Khanimambo, tiene un salón y un cuarto y es a la vez escenario de otro proyecto de la Fundación llamado “Manos”, que logra que dos o más niños huérfanos puedan convivir juntos una vez tienen la edad suficiente para valerse por sí mismos. A Carlitos y Simiâo les acompaña, de lunes a viernes, y desde hace sólo unos meses, Casimiro, uno de los profesores de la escuela al que la distancia le impide regresar entre semana a su casa. El profesor me explica el reparto de las tareas y sonríe orgulloso cuando le pregunto por la experiencia de vivir con dos alumnos: “hoy cocina Carlitos, yo voy a limpiar los platos y Simiâo está ordenando la casa. Mañana nos cambiaremos los papeles”.

En la vertiente sur del mato, en una colina apartada de la carretera, quizá en la parte más ventosa de la zona y tras un buen esfuerzo arrastrando los pies sobre la arena, Eric (que hace de guía con entusiasmo) y yo llegamos a casa de María Maposse y sus hijos Ornelia, Santos y Dersio, todos ellos ahijados de Khanimambo. Sorprendemos a la hija mayor moliendo granos de maíz para preparar la shima mientras su madre nos invita a conocer su casa: también construida con la financiación del Proyecto Xichungua, ésta carece aún de camas, agua, electricidad y alguna que otra comodidad más, pero se me antoja palaciega cuando lo comparo con el lugar donde la familia dormía antes: una choza de 2x2 metros de paredes de cañas destartaladas y tejado cochambroso, y que aún hoy sigue como vestigio, muy cerca de la nueva casa, de cómo era la residencia de esta familia hasta hace no mucho.


Fátima y cuatro de sus cinco hijos
El paseo por este mundo tan real como alejado de los circuitos turísticos de Mozambique continúa. A cada momento nuevos vecinos nos saludan y más niños que nos gritan desde los patios arenosos de sus casas, mientras juegan con los patos, los cerdos, las gallinas o alguno de los sencillos juguetes que han improvisado hoy para pasar esta tarde nublada y no muy calurosa. Así es como llegamos a más casas que fueron posibles con dinero llegado desde España, como la de la profesora Guida y sus hijos Scarla y Wilson; o como la de Fátima, madre de Eugenio, Bendo, Marlene, Dionisia y Milton, y cuyo proceso de fabricación fue contado día a día en el Facebook de la Fundación Khanimambo.

Un hombre se acerca a visitarnos a la Escolinha cada dos o tres días. Pregunta a Eric, de manera discreta, si tiene algún proyecto de construccción a la vista. Si la respuesta es positiva, este hombre espera que, en cuanto termine la casa que está terminando ahora y a la que apenas le faltan cuatro retoques, llegue más trabajo. Se trata de Antonio Gemusse, el albañil de Khanimambo, una excepción en la comunidad. Antonio vive con su mujer, a la que respeta, y cuida de sus hijos, a los que aprecia. Cuando no está construyendo una casa se busca la vida para seguir llevando dinero a casa. Toda una rareza, toda una singularidad para una comunidad donde el machismo impera, la mujer carga con todo el trabajo y la responsabilidad, educa a los niños, trabaja en el campo, cocina y limpia.

Regreso a casa, a la que es mi lugar de residencia desde hace 15 días. La casa de Paciencia. Observo las paredes de cañizo que dejan pasar la luz; el tejado de metal por el que se cuelan lagartijas que cada noche cenan mosquitos que ya no me picarán; el suelo cementado sobre el que descansa un butano que calienta el agua de mi ducha diaria,; la bombilla encendida con electricidad que me permite leer a Kapuściński cada noche. Lo comparo con algunas de las casas que he visto en el paseo por el mato y me siento afortunado.

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