Después de vaciar
mi cuerpo, mi alma y mis bolsillos en las Cataratas Victoria, y sin
abandonar Zimbabue (recordemos que la ciudad de Victoria Falls
es la última de Zimbabue antes de llegar a Zambia), continué viaje
hacia el sur por Zim (como casi todo el mundo se refiere a Zimbabue)
para intentar conocer un poco lo que este conflictivo país podía
ofrecer. Y el resultado es confuso y engañoso.
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Lodge de lujito en Hwange en el que me quedé una noche |
Zimbabue es sin duda el país
más complejo y conflictivo de la zona. La culpa la tiene, sobre
todo, una persona, el octogenario señor Robert Mugabe. Este líder
nacionalista, católico y comunista accedió al poder en 1980 y hoy,
32 años después, tras amañar una tras otra cuantas elecciones se
celebran, sigue ostentando el cargo de presidente de Zimbabue a pesar
de sus ¿87? años y sus nefastas maneras de dirigir el país.
Zimbabue fue siempre el país con mayor potencial de la zona, un
estado rico lleno de recursos naturales, tierras fértiles, minas,
ganado y mentes brillantes. La antigua Rodhesia (llamada así por el
millonario Cecil Rhodes que vio en el actual Zimbabue una oportunidad
de inversión) es hoy una sombra de lo que podría ser, un país
devastado por políticas económicas absurdas
y una fuga masiva de cerebros.
Sin embargo, al parecer, las cosas han
mejorado en los dos últimos años. Reconozco que venía asustado por
lo que leí en mi guía de viaje: no hay comida en los supermercados,
la inflación es del 1.300%, el paro del 70% y no es seguro ir solo
por la calle ni mucho menos hacer autoestop.
Afortunadamente eso ya no es exactamente así, y desde que en 2010 el
gobierno de Mugabe decidiera adoptar el dólar americano como moneda
oficial del país, las cosas se han estabilizado. Sí, lo que digo,
el dólar es la moneda del país, lo que sale de los cajeros
automáticos y con lo que se paga en los supermercados. Pero sólo en
billetes, no tienen monedas de dólar, por lo que cuando uno compra
en una tienda se redondea o bien se da la vuelta en Rand sudafricano.
Algo surrealista.
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Mercado callejero en Bulawayo |
Poco o nada hubiera podido aprender del
actual Zimbabue si no fuera por haber tenido la tremenda suerte de
conocer a un cura misionero español (de Burgos para más señas) que
lleva la friolera de 36 años en Zimbabue. Reconocí su cara de
español en uno de los autobuses que tomé, me senté a su lado, y
compartimos horas de viaje hablando de lo que la antigua Rodhesia (él
llegó a conocer el país con ese nombre) ofrece. Cosas que
sorprenden, como que cuando él pedía un presupuesto para una
lavadora, una tele o cualquier objeto de uso cotidiano, el
presupuesto era válido por un periodo de 6 horas, debido a la
inflación. O como que cuando quería hacer la compra, primero iba a
las estanterías para comprobar qué había
a la venta, y entonces corría con la compra a la caja, para pagar
con su fajo enorme de millones de dólares zimbabuenses, ya que en
ese breve periodo el precio de la comida podía no ser el mismo que
el indicado en la estantería. También me habló del fuerte
carácter, culto y determinado del zimbabués de a pie. Cómo había
conocido verdaderos cerebros, médicos e investigadores, forzados a
irse del país por la falta de oportunidades (¿os suena, verdad?). Y
cómo el controvertido Mugabe, al que tenía el gusto (¿?) de
conocer, había expulsado a todos los granjeros blancos y apropiado
sus tierras, que ahora eras secarrales yermos por la falta de
inversión en la agricultura. Aún así, este cura se mostraba
orgulloso de su labor, de que fueran españoles dos de los ocho
obispos del país, y de que el cristianismo fuera la religión más
extendida, con cerca del 26% de la población. En su mirada entendí
que pasaría el resto de su vida en Zimbabue, país al que
consideraba como suyo después de tantos años aquí, aunque no
perdía de vista la realidad de España y de hecho aprovechó para
preguntarme cómo están las cosas por allí. ¿Cómo están las
cosas por España, amigos? Yo tampoco lo sé muy bien.
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¿Un repasito? |
Mi recorrido por Zimbabue fue corto,
ciertamente. Una noche en Hwange, a mitad
de camino entre Victoria Falls y Bulawayo, y conocido por su enorme
parque nacional, y otra noche en Bulawayo, la segunda ciudad del
país. Dos días bien diferentes. El primero, durmiendo en un “lodge”
de lujo al que no tuve más remedio que acudir, y en el que me deje
mimar por 24 horas. El segundo, durmiendo en un extrañísimo hostel
en medio de una zona residencial, gestionado por un matrimonio blanco
zimbabués y en el que era el único huésped.
Bulawayo ofrece más bien poco al turista y sus atracciones cercanas
no son tan atractivas como uno espera: el parque nacional de Matobo,
al que no pude ir por ser el único turista interesado en ir ese día,
y las ruinas de Khami, seguro que interesantísimas para estudiantes
de arqueología e imitadores de Indiana Jones, pero no para mí.
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Khami Ruins, patrimonio de la UNESCO |
Zimbabue se convertirá, dentro de
poco, cuando el ínclito Mugabe pase a mejor vida, en un referente de
esta zona de África. Se abrirá al turismo, los extranjeros dejarán
de tener miedo del país y de querer boicotear a Zimbabue como
castigo a su presidente. El dólar zimbabuense volverá a circular
sin riesgo de inflación y los cerebros y los granjeros a los que se
arrebató sus tierras volverán, por lo que las exportaciones de
vacuno y cereales se situarán en el lugar que le corresponde. O no.
Yo sólo me quedo con los deseos en boca del religioso español que
tuve el placer de conocer.
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