miércoles, 10 de octubre de 2012

Zimbabue, mucho camino por recorrer


Después de vaciar mi cuerpo, mi alma y mis bolsillos en las Cataratas Victoria, y sin abandonar Zimbabue (recordemos que la ciudad de Victoria Falls es la última de Zimbabue antes de llegar a Zambia), continué viaje hacia el sur por Zim (como casi todo el mundo se refiere a Zimbabue) para intentar conocer un poco lo que este conflictivo país podía ofrecer. Y el resultado es confuso y engañoso.

Lodge de lujito en Hwange en el que me quedé una noche
Zimbabue es sin duda el país más complejo y conflictivo de la zona. La culpa la tiene, sobre todo, una persona, el octogenario señor Robert Mugabe. Este líder nacionalista, católico y comunista accedió al poder en 1980 y hoy, 32 años después, tras amañar una tras otra cuantas elecciones se celebran, sigue ostentando el cargo de presidente de Zimbabue a pesar de sus ¿87? años y sus nefastas maneras de dirigir el país. Zimbabue fue siempre el país con mayor potencial de la zona, un estado rico lleno de recursos naturales, tierras fértiles, minas, ganado y mentes brillantes. La antigua Rodhesia (llamada así por el millonario Cecil Rhodes que vio en el actual Zimbabue una oportunidad de inversión) es hoy una sombra de lo que podría ser, un país devastado por políticas económicas absurdas y una fuga masiva de cerebros.

Sin embargo, al parecer, las cosas han mejorado en los dos últimos años. Reconozco que venía asustado por lo que leí en mi guía de viaje: no hay comida en los supermercados, la inflación es del 1.300%, el paro del 70% y no es seguro ir solo por la calle ni mucho menos hacer autoestop. Afortunadamente eso ya no es exactamente así, y desde que en 2010 el gobierno de Mugabe decidiera adoptar el dólar americano como moneda oficial del país, las cosas se han estabilizado. Sí, lo que digo, el dólar es la moneda del país, lo que sale de los cajeros automáticos y con lo que se paga en los supermercados. Pero sólo en billetes, no tienen monedas de dólar, por lo que cuando uno compra en una tienda se redondea o bien se da la vuelta en Rand sudafricano. Algo surrealista.

Mercado callejero en Bulawayo
Poco o nada hubiera podido aprender del actual Zimbabue si no fuera por haber tenido la tremenda suerte de conocer a un cura misionero español (de Burgos para más señas) que lleva la friolera de 36 años en Zimbabue. Reconocí su cara de español en uno de los autobuses que tomé, me senté a su lado, y compartimos horas de viaje hablando de lo que la antigua Rodhesia (él llegó a conocer el país con ese nombre) ofrece. Cosas que sorprenden, como que cuando él pedía un presupuesto para una lavadora, una tele o cualquier objeto de uso cotidiano, el presupuesto era válido por un periodo de 6 horas, debido a la inflación. O como que cuando quería hacer la compra, primero iba a las estanterías para comprobar qué había a la venta, y entonces corría con la compra a la caja, para pagar con su fajo enorme de millones de dólares zimbabuenses, ya que en ese breve periodo el precio de la comida podía no ser el mismo que el indicado en la estantería. También me habló del fuerte carácter, culto y determinado del zimbabués de a pie. Cómo había conocido verdaderos cerebros, médicos e investigadores, forzados a irse del país por la falta de oportunidades (¿os suena, verdad?). Y cómo el controvertido Mugabe, al que tenía el gusto (¿?) de conocer, había expulsado a todos los granjeros blancos y apropiado sus tierras, que ahora eras secarrales yermos por la falta de inversión en la agricultura. Aún así, este cura se mostraba orgulloso de su labor, de que fueran españoles dos de los ocho obispos del país, y de que el cristianismo fuera la religión más extendida, con cerca del 26% de la población. En su mirada entendí que pasaría el resto de su vida en Zimbabue, país al que consideraba como suyo después de tantos años aquí, aunque no perdía de vista la realidad de España y de hecho aprovechó para preguntarme cómo están las cosas por allí. ¿Cómo están las cosas por España, amigos? Yo tampoco lo sé muy bien.

¿Un repasito?
Mi recorrido por Zimbabue fue corto, ciertamente. Una noche en Hwange, a mitad de camino entre Victoria Falls y Bulawayo, y conocido por su enorme parque nacional, y otra noche en Bulawayo, la segunda ciudad del país. Dos días bien diferentes. El primero, durmiendo en un “lodge” de lujo al que no tuve más remedio que acudir, y en el que me deje mimar por 24 horas. El segundo, durmiendo en un extrañísimo hostel en medio de una zona residencial, gestionado por un matrimonio blanco zimbabués y en el que era el único huésped. Bulawayo ofrece más bien poco al turista y sus atracciones cercanas no son tan atractivas como uno espera: el parque nacional de Matobo, al que no pude ir por ser el único turista interesado en ir ese día, y las ruinas de Khami, seguro que interesantísimas para estudiantes de arqueología e imitadores de Indiana Jones, pero no para mí.



Khami Ruins, patrimonio de la UNESCO
Zimbabue se convertirá, dentro de poco, cuando el ínclito Mugabe pase a mejor vida, en un referente de esta zona de África. Se abrirá al turismo, los extranjeros dejarán de tener miedo del país y de querer boicotear a Zimbabue como castigo a su presidente. El dólar zimbabuense volverá a circular sin riesgo de inflación y los cerebros y los granjeros a los que se arrebató sus tierras volverán, por lo que las exportaciones de vacuno y cereales se situarán en el lugar que le corresponde. O no. Yo sólo me quedo con los deseos en boca del religioso español que tuve el placer de conocer.  

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