sábado, 27 de octubre de 2012

Las enseñanzas de Mama Tofu


Una mañana de octubre, Sergio Rozalén se despertó a las 5, desayunó junto a un grupo de canadienses de Québec con los que intercambió cuatro frases de mal francés, salió a la puerta del Malalea Lodge de Lesoto y montó en un taxi mini-bus. Dos horas después, una vez el pequeño vehículo se hubo llenado por completo, emprendió marcha a Maseru, donde llegó tres horas más tarde. Allí, otro taxi iba a transportarle al Maseru Bridge, principal paso fronterizo con Sudáfrica. Tras discutir con un funcionario del gobierno de Lesoto y convencerle de que el motivo por el que no existía sello basoto en su pasaporte era que no había pasado por ningún puesto de control fronterizo al entrar en el país, Rozalén anduvo dos kilómetros de tierra de nadie, cruzó el río Caledón, entró en Sudáfrica, tomó un autobús y tres horas y dos controles policiales después alcanzó Bloemfontein, la capital judicial de Sudáfrica. Allí, tras sentirse perdido por los mercadillos callejeros, encontró un taxi que le llevó al, posiblemente, peor hostel que Sergio haya visitado jamás. En el Naval Hill Hostel de Bloemfontein, después de pasar unas horas con un encargado alcohólico que alardeaba de ser médico y que jugaba al póquer con unos adolescentes fumadores de hierba, Rozalén comprendió que no era conveniente pasar allí la noche así que decidió ir a la estación de autobuses de la ciudad. En aquel lugar, rodeado de la gente más simpática y saludable de la ciudad, aguardó hasta los doce y media de la noche, hora en la que, puntual, apareció un autobús de dos pisos pero carente de comodidades para dormir que habría de trasladarle a East London. 9 horas y media de intensa lluvia después, Rozalén llegó al único puerto fluvial de Sudáfrica, donde un taxi cochambroso conducido por un anciano obeso primero, y un taxi manejado por un abuelo que cuidaba de su nieto después, llegó a Chintsa, la primera población de la Wild Coast sudafricana. Y allí, al fin, con vistas al paraíso, descansó.

La Wild Coast o Costa Salvaje de Sudáfrica, sorprendentemente parecida a la costa cantábrica española, se extiende 350 km a lo largo de espectaculares acantilados donde las aguas del océano Índico golpean con fuerza y alimentan una frondosa vegetación subtropical que rodea misteriosas cuevas y kilométricas playas vírgenes de arena blanca y árboles fosilizados. Es uno de los lugares más visitados por los mochileros que visitan Sudáfrica y que, atraídos por su ambiente místico y ciertamente hippie, pierden aquí la noción del tiempo y se dejan llevar por los cantos de sirena, el sonido de los tambores, el rugido de las mejores olas para surfear del país y el espectáculo de sus cascadas y acantilados.

Todo lo que Mama Tofu necesita para
explicar la cultura Xoxha
Apenas sin tiempo para empezar a disfrutar de la playa, los paseos por la arena y los primeros kilómetros que conseguí correr en dos meses, decidí unirme a una visita cultural para conocer un poblado xoxha. Los Xoxha o xosas son uno de los muchos grupos étnicos de Sudáfrica, suponen más o menos el 20% de la población del país y son conocidos, entre otras cosas, por su particular idioma, el xhoxa, una lengua tonal con consonantes con clic. ¿Esto qué es? Pues unos chasquidos o clics que acompañan a las palabras y que, a un occidental, le suenan ciertamente divertidos. No es exclusivo de los xoxhas, ni mucho menos, y de hecho en Namibia ya lo escuché a algunas personas. Para saber de lo que hablo, quizá sea interesante recordar este video grabado hace semanas.

94 años muy bien llevados
Pero la visita cultural a un poblado xoxha fue interesante, sobre todo, por haber podido conocer a Mama Tofu. Esta encantadora anciana que hace dos semanas cumplió 94 años recibe a los insensatos turistas y con una energía desbordante, un correcto y divertido inglés y un fino sentido del humor, explica los rasgos básicos de su cultura, el día a día de su poblado y, sobre todo las técnicas amatorias y de cortejo más adecuadas a nuestros tiempos. Por ejemplo, el hombre nunca debe pedir sexo a la mujer sin antes preguntarle su nombre, pues de otro modo se considera de mala educación y excesivamente directo. Respecto a los matrimonios, la tasa actual de ganado para casarse con una joven virgen del poblado es de 17 vacas. La tasa de penalización por desvirgar a una joven y no casarse con ella es de 7 vacas. Una esposa que no da hijos a un hombre supone la devolución del ganado por parte de la familia de la joven, aunque esta no es expulsada del poblado, tan solo relegada a una casa de peor calidad. Una mujer joven y soltera pero con un hijo me fue ofrecida por Mama Tofu al interesante precio de 10 vacas. “No es virgen” - me dijo - “por eso es más barata”. Estos interesantes flujos de mercancía generan que las familias formadas por muchas niñas y pocos varones se hagan, a la larga, ricas, ya que reciben muchas cabezas de ganado a medida que sus hijas se casan y, por el contrario, tienen que desembolsar pocas vacas por sus pocos hijos en edad de casarse.


Niños xhoxas
Mama Tofu, una institución en la zona, exhibe orgullosa la docena de artículos publicados en prensa con su historia. Viuda desde hace más de 30 años, Mama Tofu parece de verdad disfrutar con cada visita de turistas que recibe. En la despedida, baila como la que más, organiza los cánticos de los niños y se sorprende sobremanera de que algunos de nosotros, a nuestra edad, no hayamos pagado ya nuestras 17 vacas a la familia de nuestra mujer porque, sencillamente, no tenemos esposa. 

1 comentario:

  1. Hola Sergio/ Brian
    Madre mía, menuda aventura, el día más largo de la vida, jajaja, no me quiero imaginar el Hostel cómo debía ser.
    Qué curioso lo de Mamá Tofu, tiene cada de buena gente.

    Cuídate y date un baño en el Índico!

    Un abrazo enorme!

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Gracias por comentar mi blog. Gente como tú hace que siga teniendo ganas de seguir escribiendo y me da fuerza para continuar con mi viaje.