lunes, 22 de octubre de 2012

La montaña del Dragón

A mitad de camino entre la rica región de Gauteng (donde están Johannesburg y Pretoria) y la costa sureste de Sudáfrica, y haciendo las veces de frontera natural con el Reino de Lesotho, aparecen majestuosas las montañas de la Cordillera deDrakensberg, “Montañas del Dragón” en afrikáans, aunque los zulúes (el pueblo del gran Shaka) la llamaron Quathlamba, que significa “almena de lanzas”. En Drakensberg se concentran las montañas, los puertos y las cascadas más altas de Sudáfrica, además del paso fronterizo más elevado del continente, el famoso Sani Pass entre Sudáfrica y Lesoto. Es un espectáculo natural difícil de describir y de acceder, al que tuve la suerte de dedicarle, casi por casualidad, dos días de mi viaje.


Al fondo, el pico"Amphitheatre"
No se me ocurre un sitio mejor para explorar Drakensberg que el Amphitheatre Backpackers Hostel, en el “top ten” de los hostels que haya pisado en mi vida, y que “vende” de tal manera sus excursiones y actividades que uno no puede negarse a hacerlas. ¿Por qué Amphitheatre? Porque así se llama una de las cumbres más impactantes de la cordillera: una pared de piedra de 8 kilómetros de largo con acantilados y cañones, y de donde sale un increíble (debe de serlo, sin duda) trekking de 5 días de duración con llegada al Cathedral, otro de los picos estrella de la cordillera.

Comida en el abismo
Los viajeros con menos ganas de andar 5 días seguidos por la montaña se conforman, por ejemplo, con subir al Sentinel (el Centinela), otra mole de piedra a la que se accede después de 4 horas de caminata desde la entrada del parque natural. En la cumbre del Sentinel, después de comer frente a una pared de piedra con los pies colgando sobre el abismo, se encuentran las cascadas de Tugela, las más altas de África y que en sus cinco etapas suman un total de 850 metros de altura. Para los atrevidos y no preocupados por el frío, un par de pozas permiten bañarse a la nada despreciable altura de 3.000 metros.


Todo es perfecto en este trekking hasta que llega el momento de descender del Sentinel. El guía, que en algunas ocasiones se ha referido a “unas escaleras”, te lleva hasta el lugar donde hay que descender, de golpe, 30 metros para acceder al camino que lleva hasta la entrada del parque. ¿Y cómo se descienden esos 30 metros? Por unas escaleras, sí, pero no unas normales, sino unas colgantes de hierro que penden sobre la pared de la montaña, ciertamente inestables y sin más seguridad que los propios dedos de uno que le sujetan al pasamanos. Así que allí me vi, jugándome la vida por cuarta vez en un mes, pensando que algo así jamás estaría permitido en Europa, canturreando para mí mismo y sin mirar abajo para que las piernas no me temblaran más. Completada la primera escalera de 6 metros de altura, espera la siguiente, de 20 metros, que se completa pasito a pasito, peldañito a peldañito, donde a veces no hay hueco para apoyar el pié por que la escalera está demasiado pegada a la piedra, y donde en ocasiones la escalera se mueve, señal de que un nuevo compañero ha empezado su recorrido u otro lo ha terminado. Un mareo, un resbalón, una pequeña duda y esperan 20 metros de caída libre. Eso sí, como suele suceder, la subida de adrenalina al terminar la hazaña es espectacular y uno casi tiene ganas de subirlas de nuevo para descenderlas otras vez: “algo dentro de mi inexplicable que hará que ahora vuelva a repetir, ¿querrás consentir a quien quiere vivir así?”.

Para los muy interesados, hay vídeo del momento.

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