martes, 30 de octubre de 2012

El ABC de la Wild Coast


Aconsejado por la Biblia, siguiendo las huellas de docenas que mochileros que me encontré en el camino, ansioso por conocer en primera persona qué había de especial allí y acortando la distancia hasta la frontera con Mozambique, dí con mi mochila en la Wild Coast o costa salvaje sudafricana. Y me sorprendió tanto, para bien, que me fue difícil escapar de allí De hecho, sólo fui capaz de hacerlo cuando hube conocido de primera mano su ABC al completo (Amapondo, coffee Bay y Chintsa).

La playa de Chintsa, a la hora del desayuno
Chintsa, mi primer destino de la Wild Coast, engancha desde el primer momento en el que se desayuna en la terraza de su hostel con vistas a una playa que, aun dedicando 4 horas a su paseo, uno no es capaz de abarcar. Su playa, precisamente, es el principal atractivo de un lugar tranquilo y relajado, donde el bar del mítico Buccanears Hostel es de lejos el punto más bullicioso de la zona. Mama Tofu, a la que ya conocéis, no vive muy lejos de aquí.

¿Gozo en Malta? No, Hole in the Wall en Coffee Bay
Todo cambia radicalmente en Coffee Bay, unos cien kilómetros más al este. Un verdadera Meca de los mochileros, el lugar soñado por todo viajero de bajo presupuesto y un edén donde todo lo que a uno le han contado previamente se queda corto comparado con lo que en realidad encuentra. Coffee Bay, y su popularísimo Hostel Coffee Shack, ofrece al viajero comidas abundantes, clases de surf a 4 euros las dos horas, alojamiento barato (aunque para ello algunos huéspedes tengan que dormir al otro lado del río y cruzarlo cada noche a la hora de dormir, incluso cuando la lluvia ha hecho subir el caudal a la altura de las caderas), vendedores cadavéricos de marihuana a la puerta del hostel y mucha diversión. Su personal hace plausibles esfuerzos para que el ambiente nocturno nunca decaiga, y a las partidas colectivas de billar se suman las fiestas de disfraces, la regla del búfalo en el bar (si te pillan bebiendo con la mano derecha y te gritan ¡búfalo! debes beberte la cerveza de un trago) o incluso el simpático cantante brasileño que cada noche se acerca al fuego y canta en portugués porque “no es capaz de memorizar ninguna canción en inglés”. De Coffee Bay, llamada así porque en 1863 un carguero repleto de café en grano naufragó en su playa, salen varias excursiones de un día, pero ninguna tan famosa como la que va hasta el “Hole in the wall”. A este agujero natural en una enorme roca, enfrente de la costa, y que recuerda a aquel que una vez vi en Gozo, se llega tras recorrer 10 km de acantilados y colinas, normalmente enfrentándose a un viento extremo y salvando dos cascadas en el camino. Si uno puede darse el lujo de, a mitad de camino, zamparse unos calamares recién pescados, los 10 km de vuelta al hostel se hacen más llevadores, superando el trauma de no haber encontrado un solo coche que quisiera aceptar su petición de autostop.

Bosques tropicales en Port St. Johns
Pensé, con acierto, que Coffee Bay era el lugar ideal para iniciarme en el mundo del surf. Así que una mañana lluviosa y templada me puse el traje de neopreno, tomé la tabla gigante que me prestaron, escuché con atención las instrucciones de mi profesor y, tras varios intentos, conseguí ponerme de pié sobre la tabla mientras una ola en dirección a la playa (no penséis que tomé una ola gigante y pasé por debajo de ella así, como si nada) me empujaba con cierta energía. El resultado: un cansancio extremo, rodillas despellejadas y muchas ganas de repetir. Y es que ahí, dentro del océano Índico, bajo la lluvia y mirando al horizonte esperando una nueva ola con fuerza suficiente para subir a la tabla y ser empujado, se pierde con facilidad la noción del tiempo y cualquiera que sea la sustancia química encargada de producir felicidad en el cerebro, esta se segrega a toda velocidad.

Algo parecido a un cocido montañes
Mucho menos turística y más hippie, situada en la desembocadura de un río y rodeada por una espectacular vegetación tropical, se encuentra Port St. Johns. Un ambiente místico y budista envuelve el Amapondo Hostel, un referente en el lugar cuyos nuevos dueños a veces confunden el rollito buen kharma con los torneos de poker. La playa de Port St. Johns, que también la tiene, queda en un segundo plano cuando uno se adentra en el parque natural vecino y recorre los caminos embarrados a través de auténticas selvas tropicales, densas y salvajes. Una de las rutas más populares termina en un suburbio en lo alto de la colina, y el guía te invita a su casa (invitación previo pago, claro está) donde la mama ha preparado la comida. Disfrutar de un cocido de alubias y pollo que de alguna manera muy remota me recordó a un cocido montañés de mi madre, en compañía de dos holandesas con las que llevaba días viajando fue quizá de lo más memorable de los días en aquél lugar del mundo llamado Wild Coast y que se me antoja destino imprescindible para cualquier visitante de Sudáfrica.  

2 comentarios:

  1. Muchas mujeres noreuropeas estás encontrando en tu viaje, estoy deseando que te encuentras a alguna española...tiempo al tiempo...

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  2. Ande que no te da a ti por recordar nuestra tierra cuando estás por esas lindes. Sigue disfrutando y haciendonos participes.
    Chari

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Gracias por comentar mi blog. Gente como tú hace que siga teniendo ganas de seguir escribiendo y me da fuerza para continuar con mi viaje.