Aconsejado por la Biblia, siguiendo las
huellas de docenas que mochileros que me encontré en el camino,
ansioso por conocer en primera persona qué había de especial allí
y acortando la distancia hasta la frontera con Mozambique, dí con mi
mochila en la Wild Coast o costa salvaje sudafricana. Y me sorprendió
tanto, para bien, que me fue difícil escapar de allí
De hecho, sólo fui capaz de hacerlo cuando hube conocido de primera
mano su ABC al completo (Amapondo, coffee Bay y Chintsa).
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La playa de Chintsa, a la hora del desayuno |
Chintsa, mi primer destino de la Wild
Coast, engancha desde el primer momento en el que se desayuna en la
terraza de su hostel con vistas a una playa que, aun dedicando 4
horas a su paseo, uno no es capaz de abarcar. Su playa, precisamente,
es el principal atractivo de un lugar tranquilo y relajado, donde el
bar del mítico Buccanears Hostel es de lejos el punto más
bullicioso de la zona. Mama Tofu, a la que
ya conocéis, no vive muy lejos de aquí.
¿Gozo en Malta? No, Hole in the Wall en Coffee Bay |
Todo cambia radicalmente en Coffee Bay,
unos cien kilómetros más al este. Un verdadera Meca de los
mochileros, el lugar soñado por todo viajero de bajo presupuesto y
un edén donde todo lo que a uno le han contado previamente se queda
corto comparado con lo que en realidad encuentra. Coffee Bay, y su popularísimo Hostel Coffee Shack, ofrece al viajero comidas
abundantes, clases de surf a 4 euros las dos horas, alojamiento
barato (aunque para ello algunos huéspedes tengan que dormir al otro
lado del río y cruzarlo cada noche a la hora de dormir, incluso
cuando la lluvia ha hecho subir el caudal a la altura de las
caderas), vendedores cadavéricos de marihuana a la puerta del hostel
y mucha diversión. Su personal hace plausibles esfuerzos para que el
ambiente nocturno nunca decaiga, y a las partidas colectivas de
billar se suman las fiestas de disfraces, la regla del búfalo en el
bar (si te pillan bebiendo con la mano derecha y te gritan ¡búfalo!
debes beberte la cerveza de un trago) o incluso el simpático
cantante brasileño que cada noche se acerca al fuego y canta en
portugués porque “no es capaz de memorizar ninguna canción en
inglés”. De Coffee Bay, llamada así porque en 1863 un carguero
repleto de café en grano naufragó en su playa, salen varias
excursiones de un día, pero ninguna tan famosa como la que va hasta
el “Hole in the wall”. A este agujero natural en una enorme roca,
enfrente de la costa, y que recuerda a aquel que una vez vi en Gozo,
se llega tras recorrer 10 km de acantilados y colinas, normalmente
enfrentándose a un viento extremo y salvando dos cascadas en el
camino. Si uno puede darse el lujo de, a mitad de camino, zamparse
unos calamares recién pescados, los 10 km de vuelta al hostel se
hacen más llevadores, superando el trauma de no haber encontrado un
solo coche que quisiera aceptar su petición
de autostop.
Bosques tropicales en Port St. Johns |
Pensé, con acierto, que Coffee Bay era
el lugar ideal para iniciarme en el mundo del surf. Así que una
mañana lluviosa y templada me puse el traje de neopreno, tomé la
tabla gigante que me prestaron, escuché con atención las
instrucciones de mi profesor y, tras varios intentos, conseguí
ponerme de pié sobre la tabla mientras una ola en dirección a la
playa (no penséis que tomé una ola gigante y pasé por debajo de
ella así, como si nada) me empujaba con cierta energía. El
resultado: un cansancio extremo, rodillas despellejadas y muchas
ganas de repetir. Y es que ahí, dentro del océano Índico, bajo la
lluvia y mirando al horizonte esperando una nueva ola con fuerza
suficiente para subir a la tabla y ser empujado, se pierde con
facilidad la noción del tiempo y cualquiera que sea la sustancia
química encargada de producir felicidad en el cerebro, esta se
segrega a toda velocidad.
Algo parecido a un cocido montañes |
Mucho menos turística y más hippie,
situada en la desembocadura de un río y rodeada por una espectacular
vegetación tropical, se encuentra Port St. Johns. Un ambiente
místico y budista envuelve el Amapondo Hostel, un referente en el lugar cuyos nuevos dueños a veces
confunden el rollito buen kharma con los torneos de poker. La playa
de Port St. Johns, que también la tiene, queda en un segundo plano
cuando uno se adentra en el parque natural vecino y recorre los
caminos embarrados a través de auténticas
selvas tropicales, densas y salvajes. Una de las rutas más populares
termina en un suburbio en lo alto de la colina, y el guía te invita
a su casa (invitación previo pago, claro está) donde la mama ha
preparado la comida. Disfrutar de un cocido de alubias y pollo que de
alguna manera muy remota me recordó a un cocido montañés de mi
madre, en compañía de dos holandesas con las que llevaba días
viajando fue quizá de lo más memorable de los días en aquél lugar
del mundo llamado Wild Coast y que se me antoja destino
imprescindible para cualquier visitante de Sudáfrica.
Muchas mujeres noreuropeas estás encontrando en tu viaje, estoy deseando que te encuentras a alguna española...tiempo al tiempo...
ResponderEliminarAnde que no te da a ti por recordar nuestra tierra cuando estás por esas lindes. Sigue disfrutando y haciendonos participes.
ResponderEliminarChari