Las Cataratas Victoria ofrece al
viajero, además de sus espectaculares vistas, algo de lo que pocos
lugares en el mundo pueden presumir: la posibilidad
de jugarse la vida de múltiples maneras por un puñado de dólares
americanos, sin perder el glamour y pensando siempre que uno está
haciendo algo exclusivo. Tienen un marketing
muy bien montado porque, al igual que yo lo hice, miles de turistas
cada año se marchan tan contentos de las cataratas habiendo puesto
su vida en juego. Pero la verdad es que el sitio lo merece y, luego,
en realidad, tampoco muere tanta gente.
Quizá empujado por el entusiasmo de mi
grupo de americanas, de las que hablaré otro día, y a pesar del
impacto que produjo en mi ver el puente sobre las cataratas el primer
día que llegué, esa misma noche reservé mi plaza para el bungee
jumping (lo que nosotros llamamos puenting, vaya) y, como extra, el
rafting. Todos teníamos en mente que, teniendo que saltar al día
siguiente a las 4 de la tarde, el rafting matutino sería un paseo
por el río Zambezi y algo de ejercicio físico
Pero no, queridos, más bien todo lo contrario.
El rafting por las Cataratas Victoria
está considerado como el más arriesgado y peligroso del mundo, con
22 rápidos de categoría 4, 5 y 6, a lo largo de 24 km de recorrido
entre Zambia y Zimbabue. Básicamente consiste en subirse a un bote
con 8 personas más incluido el guía y
remar y remar hasta que uno llega a los rápidos. El guía, en la
parte de atrás, dirige el bote y da las órdenes, pero también se
encarga de motivar, meter miedo, bromear con los turistas y reírse
un poco de ellos. Mi experiencia se puede resumir así: yo junto con
7 chicas más, una de ellas que no sabía nadar, y ninguno de
nosotros habiendo hecho rafting anteriormente. El primer rápido se
supera sin problemas, crece nuestra moral, el segundo es pan comido,
pero cuando llega el tercero, casi sin darnos cuenta... ¡plof! todos
al agua. El rápido ha hecho volcar el bote y la mitad de las
compañeras están desaparecidos. Yo
también lo he estado, unos doce segundos, el tiempo que el remolino
ha tardado en soltarme y el chaleco salvavidas me ha sacado a la
superficie. Y eso que he hecho lo correcto: no mover un dedo cuando
estés bajo el agua y dejar que el chaleco haga su trabajo. Sigue el
caos, poco a poco van apareciendo personas, la última la chica de
Botsuana que no sabe nadar. Hay que darle la vuelta a la barca: el
guía lo hace y de repente me veo debajo de ella sin poder salir por
ningún lado y con serias dificultades de
bucear hacia uno de los extremos, ya que el chaleco salvavidas hace
su trabajo. Otros 12 segundos bajo el agua y, al fin, puedo respirar
y subir al bote. “Seguid remando”, nos grita el guía. Hemos
superado uno de los rápidos de categoría 5, pero estamos asustados,
quedan 16 rápidos más y como que no nos apetece salir volando en
cada uno de ellos, pero seguimos. Así llegan los demás rápidos, en
unos la barca vuelve a volcar, en otros todos los pasajeros de la
izquierda salen volando, en otros los remos desaparecen y en otros
rápidos, como el número 9, sencillamente nos bajamos del bote y
hacemos a pie el camino mientras observamos con pánico lo que le
sucede a nuestro medio de transporte: es violentamente engullido por
las olas y las corrientes del rápido: se trata del “Suicidio
Comercial”, nombre dado a un rápido por el que está prohibido
pasar con personas dada su peligrosidad. Gracias, guía, te debemos
una.
La experiencia del rafting es
inolvidable, en todos los sentidos. A veces el guía te deja tirarte
del bote y nadar un rato, o atravesar algunos pequeños rápidos
nadando. Pero a veces te grita y te pide que subas inmediatamente al
bote, que ha visto un cocodrilo en la orilla. ¿Perdona? Sí, un
cocodrilo de los muchos que, al parecer, viven en la orilla del
Zambezi. Cosas que no te dicen al principio pero que luego uno
comprueba con sus propios ojos. Bueno, creo que ya no voy a nadar por
el río, me temo...
Cuando, tres horas después, uno
termina el recorrido, sube los 500 metros de desnivel por unas
escaleras hechas con palos y es agraciado con un poco de comida y
bebida, reflexiona sobre lo que acaba de hacer, y no sabe si quedarse
con botes volando, cocodrilos en la orilla o rápidos que reciben el
nombre de “La Lavadora”, donde, siguiendo el consejo del guía,
uno hace lo posible por no soltar las cuerdas del bote, porque el
remolino del rápido, si te engancha, parece ser que no te suelta.
Pero en nuestro caso la reflexión de cómo nos habíamos
jugado la vida duró poco, porque apenas dos horas después estábamos
en el famoso puente, listos (o no tan listos) para la experiencia del
puenting.
El Bunyee jumping de Cataratas Victoria
dicen que es el tercero mas alto del mundo. 111 metros, 4 segundos de
caída libre y sólo un accidente en 25 años de historia (por
supuesto, lo primero que preguntas cuando reservas tu plaza).
Básicamente, consiste en que te ajustan una cuerda elástica por los
tobillos, te asomas al precipicio, miras al frente y un simpático
señor que vive de eso te dice “5,4,3,2,1 Bunyeeeeeee” y te pega
un empujón para que salgas volando catarata abajo. ¿Qué se siente?
Negación, pánico, sudor frío y palidez extrema justo antes de
saltar. Parada cardíaca y contracción muscular cuando uno salta.
Embriaguez, locura y presión sanguínea en la cabeza cuando uno está
colgado cual longaniza de pascua esperando que vengan a recogerle.
Euforia, descontrol y ganas de repetir cuando uno vuelve al puente y
se encuentra con sus amigos.
Para aquellos que se lo estén
pensando, o simplemente aquellos que quieran corroborar mi grado de
locura, pueden ver el vídeo aquí.
Me ha encantado descubrir tu blog justo el día después de aquel "en el que no te tocó morir"..jejej
ResponderEliminarComo ya sé que estás disfrutando, sólo te deseo salud y suerte. Que no es poco,eh? jejejj. Seguiré tus aventuras por aquí.
Cuídate. Besos ;-)
No hay empujón, te tiras tu solito!!!!! El sólo te mantiene recto, yo también quierooooooooooooooooooooo!!!!!
ResponderEliminarBesos. Carol.