lunes, 24 de septiembre de 2012

Perdidos en la Tribu


Con tan solo 22 años de independencia como país, Namibia todavía intenta cohesionar su sociedad. La etnia dominante, que supone el 50% de la población, es la que ocupa la mayor parte de los cargos gubernamentales y la que además tiene más posibilidades de acceder a trabajo público (el 20% del total). Pero el 50% restante de la población se conforma con un gran número de tribus diferentes en sus culturas, lenguas y modos de vida. Una de ellas, quizá la más pintoresca a los ojos de un occidental como yo, se la de los Himba. No es casualidad que una visita a alguno de los poblados Himba se incluya en la mayoría de los circuitos turísticos. Su modo de vida es radicalmente opuesto al nuestro pero al mismo tiempo es un pueblo accesible y tranquilo, que ha accedido al trueque que supone recibir turistas a diario a cambio de los bienes que aportan, las propinas que dejan y las compras de artesanía que pueden hacer.

Mujeres himba, siempre sonrientes
Los Himba suman unas 50.000 personas en toda Namibia, una población respetable. Incluso tienen cierto peso político. Lo que más destaca de ellos, a primera vista, es su vestimenta. Especialmente la de las mujeres: llevan una minifalda de cuero y eso es todo lo que puedo contar de su ropa. Van, obviamente, con el pecho descubierto, lo que llama la atención a primera vista y permite además descubrir los efectos de la gravedad primero y de la maternidad después. Sin embargo, un rato después el pecho al aire deja de ser llamativo para dejar paso a otros detalles más impactantes. Por ejemplo, las Himba no se duchan. Nunca. La escasez de agua en sus poblados es la excusa, pero en realidad ellas se sienten más cómodas y limpias untando su cuerpo con una mezcla de mantequilla de frutos secos, hierbas aromáticas y polvo marrón de piedra. Este ungüento es lo que confiere a la Himba su característico color marrón brillante, que también tienen los niños pequeños y que no tarde en impregnarse en la ropa de los felices turistas que abrazan y juegan con los niños. Y no menos impactante es su pelo. Las Himba se hacen unas trenzan sujetas por huesos de animales y pegadas con barro reseco., y cuando el pelo se rompe o estropea o no es lo suficientemente largo, se compran extensiones en el supermercado (palabras textuales) para lograr sus características melenas. Collares, pulseras y demás accesorios completan su escaso vestuario.

Un poblado Himba, como el que pude visitar, se compone una docena de casas de barro, madera y piedras construidas circularmente alrededor de un establo para los animales. En un extremo, una casa más grande que las demás destinada al jefe del poblado. Y entre el establo y la casa del jefe, el lugar más importante del lugar: el fuego sagrado, que no es otra cosa que una fogata donde al parecer siempre hay una llama encendida. Es el lugar donde tienen lugar los acontecimientos importantes de la tribu, por ejemplo los matrimonios, o los bautizos o la resolución de los problemas. Pero ahí también es donde tiene lugar la ceremonia del “mellamiento” o rotura de los dientes de los niños. Supuesta mente por tradición, cultura y porque ayuda a hablar el idioma himba lleno de sonidos particulares para un occidental, cuando el niño o la niña llega a cierta edad es sujetado por varios hombres y, con una palo y un mazo, le parten uno o dos dientes de su boca. Siempre son los paletos, y normalmente los de abajo. Todo eso se hace sin anestesia, obviamente, y al parecer con mucha ilusión por parte de los niños y sus padres.

En la puerta de su casa
Los Himba son polígamos. Esto supone que cada hombre tiene cuatro o cinco o seis mujeres. Cada una de ellas duerme en una de las casitas que compone el poblado, y el hombre dedica entre dos y tres noches consecutivas a cada una de sus mujeres, que compiten entre ellos por ver quién es la mejor amante y cuántas noches decide, por lo tanto, pasar su marido en su casita. La relación entre ellas es buena, como de hermanas. Pero en lugar de compartir padres, comparten marido. Fácil, ¿no?

Y como parte final de la visita, se invita a pasear por la zona comercial, donde se puede comprar collares o pulseras supuxetamente hechos por las mujeres himba. El poblado recibe una pequeña cantidad de dinero por parte del turista, que recoge el guía local (normalmente un himba que ha ido al colegio y por lo tanto sabe inglés, y eso le permite tratar con los turistas). Turistas que, por cierto, suelen dejar algo de verdura, carne o agua potable cuando visitan el poblado.

Reconozco que mi primera impresión fue de duda y escepticismo. Aquello era demasiado crudo como para ser verdad, y pensé que de verdad era una parque temático para turistas y que en cuento nos marcháramos, las mujeres se iban a dar una ducha, ponerse su sujetador con aro y largarse a su apartamento. Pero no.

El gran Paco, un español por el mundo como yo
Y lo sé porque, como nada en la vida es casualidad, pocos días después de mi visita al poblado himba, hablando español en las calles de Windhoek, iba a conocer a Paco, músico, melómano, jerezano y productor de “Perdidos en la Tribu”, ese programa de televisión en el que, al parecer, una familia occidental pasa un mes en una tribu y luego habitantes del poblado van a las modernas casas occidentales a repetir la experiencia. Y Paco, que tenía tantas ganas de hablar español, y tomarse un gintonic como yo, me llevó al mejor restaurante de la ciudad para comer los mismos animales a los que me refería en mi post anterior, y me confirmó que los himbas son tal cual los había visto.

 Siglo XXI y poblados en taparrabos. Pues sí, los hay, y bien que me parece. La sonrisa y la actividad de los niños con los que estuve jugando descalzo sobre el suelo polvoriento del poblado me hacen pensar que, aunque sea en su desconocimiento, son más felices que muchos occidentales que conozco.

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