Con tan solo 22 años de independencia
como país, Namibia todavía intenta
cohesionar su sociedad. La etnia dominante,
que supone el 50% de la población, es la que ocupa la mayor parte de
los cargos gubernamentales y la que además tiene más posibilidades
de acceder a trabajo público (el 20% del total). Pero el 50%
restante de la población se conforma con un gran número de tribus
diferentes en sus culturas, lenguas y modos de vida. Una de ellas,
quizá la más pintoresca a los ojos de un occidental como yo, se la
de los Himba. No es casualidad que una visita a alguno de los
poblados Himba se incluya en la mayoría de los circuitos turísticos.
Su modo de vida es radicalmente opuesto al nuestro pero al mismo
tiempo es un pueblo accesible y tranquilo, que ha accedido al trueque
que supone recibir turistas a diario a cambio de los bienes que
aportan, las propinas que dejan y las compras de artesanía que
pueden hacer.
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Mujeres himba, siempre sonrientes |
Los Himba suman unas 50.000 personas en
toda Namibia, una población respetable. Incluso tienen cierto peso
político. Lo que más destaca de ellos, a primera vista, es su
vestimenta. Especialmente la de las mujeres: llevan una minifalda de
cuero y eso es todo lo que puedo contar de su ropa. Van, obviamente,
con el pecho descubierto, lo que llama la atención a primera vista y
permite además descubrir los efectos de la gravedad primero y de la
maternidad después. Sin embargo, un rato
después el pecho al aire deja de ser llamativo para dejar paso a
otros detalles más impactantes. Por ejemplo, las Himba no se duchan.
Nunca. La escasez de agua en sus poblados es la excusa, pero en
realidad ellas se sienten más cómodas y
limpias untando su cuerpo con una mezcla de mantequilla de frutos
secos, hierbas aromáticas y polvo marrón de piedra. Este ungüento
es lo que confiere a la Himba su característico color marrón
brillante, que también tienen los niños pequeños y que no tarde en
impregnarse en la ropa de los felices turistas que abrazan y juegan
con los niños. Y no menos impactante es su
pelo. Las Himba se hacen unas trenzan sujetas por huesos de animales
y pegadas con barro reseco., y cuando el pelo se rompe o estropea o
no es lo suficientemente largo, se compran
extensiones en el supermercado (palabras textuales) para lograr sus
características melenas. Collares, pulseras y demás accesorios
completan su escaso vestuario.
Un poblado Himba, como
el que pude visitar, se compone una docena de casas de barro, madera
y piedras construidas circularmente alrededor de un establo para los
animales. En un extremo, una casa más grande que las demás
destinada al jefe del poblado. Y entre el establo y la casa del jefe,
el lugar más importante del lugar: el fuego sagrado, que no es otra
cosa que una fogata donde al parecer siempre hay una llama encendida.
Es el lugar donde tienen lugar los acontecimientos importantes de la
tribu, por ejemplo los matrimonios, o los bautizos o la resolución
de los problemas. Pero ahí también es donde tiene lugar la
ceremonia del “mellamiento” o rotura de los dientes de los niños.
Supuesta mente por tradición, cultura y porque
ayuda a hablar el idioma himba lleno de sonidos particulares
para un occidental, cuando el niño o la niña llega a cierta edad es
sujetado por varios hombres y, con una palo y un mazo, le parten uno
o dos dientes de su boca. Siempre son los paletos, y normalmente los
de abajo. Todo eso se hace sin anestesia, obviamente, y al parecer
con mucha ilusión por parte de los niños y sus padres.
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En la puerta de su casa |
Los Himba son polígamos. Esto supone
que cada hombre tiene cuatro o cinco o seis mujeres. Cada una de
ellas duerme en una de las casitas que compone el poblado, y el
hombre dedica entre dos y tres noches consecutivas a cada una de sus
mujeres, que compiten entre ellos por ver quién es la mejor amante y
cuántas noches decide, por lo tanto, pasar su marido en su casita.
La relación entre ellas es buena, como de hermanas. Pero en lugar de
compartir padres, comparten marido. Fácil,
¿no?
Y como parte final de la visita, se
invita a pasear por la zona comercial, donde se puede comprar
collares o pulseras supuxetamente hechos
por las mujeres himba. El poblado recibe una pequeña cantidad de
dinero por parte del turista, que recoge el
guía local (normalmente un himba que ha ido al colegio y por lo
tanto sabe inglés, y eso le permite tratar con los turistas).
Turistas que, por cierto, suelen dejar algo
de verdura, carne o agua potable cuando visitan el poblado.
Reconozco que mi primera impresión fue
de duda y escepticismo. Aquello era demasiado crudo como para ser
verdad, y pensé que de verdad era una parque temático para turistas
y que en cuento nos marcháramos, las mujeres se iban a dar una
ducha, ponerse su sujetador con aro y largarse a su apartamento. Pero
no.
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El gran Paco, un español por el mundo como yo |
Y lo sé porque, como nada en la vida
es casualidad, pocos días después de mi visita al poblado himba,
hablando español en las calles de Windhoek, iba a conocer a Paco,
músico, melómano, jerezano y productor de “Perdidos en la Tribu”,
ese programa de televisión en el que, al parecer, una familia
occidental pasa un mes en una tribu y luego habitantes del poblado
van a las modernas casas occidentales a repetir la experiencia. Y
Paco, que tenía tantas ganas de hablar español,
y tomarse un gintonic como yo, me llevó al mejor restaurante de la
ciudad para comer los mismos animales a los que me refería en mi
post anterior, y me confirmó que los himbas son tal cual los había
visto.
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