jueves, 20 de septiembre de 2012

Namibia: una aproximación


Namibia, el segundo país africano que visito de los muchos que espero visitar, me recibió con una sonrisa: la de Sarah, empleada del Chameleon Hostel que me vino a buscar a la estación de autobús de Windhoek el día de mi llegado. Frieda me dijo: “lo primero de todo, bienvenido y aquí tienes mi sonrisa. Sé que eres extranjero y a todos nos gustaría ser recibidos con una sonrisa cuando llegamos a un nuevo lugar”. ¿Mejor recepción que esa? Difícil.

Namibia, llamado así por el vastodesierto del Namib (el más extenso del sur de África, y considerado verdadero desierto en comparación con su vecino Kalahari), es un enorme país de unos 800.000 km cuadrados y una población de apenas dos millones de habitantes. El desierto del Namibia recorre el país de norte a sur, en dirección Sudáfrica, y en ocasiones se junta con el Kalahari, que hace de frontera natural con la vecina Botsuana Al norte, un terreno menos árido y más fértil, lugar donde se encuentran los mejores parques nacionales (entre ellos el célebre de Etosha) y el noreste la extraña franja de Caprivi, un estrecho de tierra ciertamente estrecho que hace que separa Angola de Botsuana pero que pertenece a Namibia. Al parece allí se encuentran los mejores bosques del país.

El país, al que algunos llaman “África para principiantes” por las facilidades que ofrece a los visitantes, es uno de los más recientes de África: logró su independencia en 1990, cuando Sudáfrica al fin cedió su soberanía, la misma que había conseguido al final de la Primera Guerra Mundial cuando Alemania, el primer “conquistador” de Namibia, fue obligado a retirarse de sus colonias. Sin embargo, la huella alemana, un siglo después, sigue muy presente: se habla alemán con cierta frecuencia, algunos nombres de calles y de muchas ciudades están en la lengua de Bismarck y, sobre todo, el país presenta una sorprendente organización, limpieza y modernidad.

La capital, Windhoek (literalmente, rincón ventoso) es una pequeña pero coqueta urbe de avenidas tiradas con escuadra y cartabón, limpias y ordenadas, moderna y segura. Una colección de meteoritos caídos en la zona adornan una de las calles más comerciales y los colegios privados alemanes comparten manzana con los centros de artesanía africana o el KFC, porque aquí, como en todos los lados, ha llegado la globalización.
Vanesa y Akiko, croata y japonesa, observan la puesta de sol en Namibia

No tardé mucho en situarme en la ciudad, en sentirme seguro en Namibia y en organizar lo que iba a ser mi visita. Siendo consciente de la absoluta imposibilidad de ver los lugares más interesantes en transporte público, intenté sin éxito compañía para alquilar un coche, pero la alternativa japonesa con forma de dos curiosas jóvenes niponas llegó tarde y de manera poco convincente. Mientras ellas decidían su ruta (días después habría de encontrármelas en el desierto), yo ya había reservado el primer viaje de 3 días a uno de los principales reclamos de Namibia: Sossusvlei, un rincón del desierto de altas dunas y paisajes espectaculares.

Sossusvlei es sobre todo conocido por Dead Vlei, un antiguo lago salado en medio del desierto del Namib donde docenas de árboles muertos y secos forman recrean un ambiente tétrico y apocalíptico. A la zona se accede después de recorrer unos 50km en coche a partir del camping más cercano, más otros 5 km a pié desde el lugar al que los coches sin tracción a las 4 ruedas pueden acceder. En medio del camino, dunas que bajar (yo me permití el capricho de hacerlo corriendo y rodando por ellas) y, si uno quiere disfrutar de la mejor vista, dunas que subir.
Una de las dunas por las que habría de tirarme corriendo y rodando 

Normalmente, y debido a que la zona es un parque natural que no permite su entrada por la noche, antes de llegar a Dead Vlei uno ha tenido la oportunidad de subir durante tres cuartos de hora a la cima de la duna 45 (llamada así por estar a 45 km de la entrada del parque) y desde allí, sobre las 6 y media de la mañana en septiembre, disfrutar de uno de los mejores amaneceres del país, sino el mejor. Una vez el sol ha dado los buenos días, uno se puede tirar rodando por la duna y abajo le espera el desayuno.

Disfrutar Namibia, con su clima árido y sus paisajes lunares, es también disfrutar de una experiencia en la naturaleza. Puedo decir que disfruté por igual las puestas de sol sobre las dunas que las cenas alrededor del fuego de campamento, un rato antes de dormir en las tiendas de campaña donde, si se tiene suerte (y yo la tuve) también espera una buena compañía). Fuera, el sonido de los monos beduinos y el espectáculo de las estrellas en el desierto le garantizan a uno la experiencia completa en plena naturaleza.

El tétrico paisaje de Dead Vlei
En el camino a Sesriem (base del campamento) y Soussesvlei, cientos de kilómetros de carretera polvorienta pero bastante cómoda, y parada en lugares de nombre tan sugerente como Solitaire (razones obvias para el nombre) donde un alemán barbudo y tripón hornea pan y sirve el que dicen es el mejor pastel de manzana del país. Yo me conformé con el brownie, tan duro por fuera como tierno y sabroso por dentro.

 Y así, durante 3 días, y en compañía de nuevos viajeros como Vanesa (una abogada croata con la que me comuniqué en italiano) y de Akiko (la mejor japonesa que haya conocido nunca y que me ha demostrado lo valiente que se puede ser viajando sola por África con 20 años), tuve mi primera aproximación a Namibia.  

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