Namibia, el segundo país africano que
visito de los muchos que espero visitar, me recibió con una sonrisa:
la de Sarah, empleada del Chameleon Hostel que me vino a buscar a la
estación de autobús de Windhoek el día de mi llegado. Frieda me
dijo: “lo primero de todo, bienvenido y aquí tienes mi sonrisa. Sé
que eres extranjero y a todos nos gustaría ser recibidos con una
sonrisa cuando llegamos a un nuevo lugar”. ¿Mejor recepción que
esa? Difícil.
Namibia, llamado así por el vastodesierto del Namib (el más extenso del sur de África, y considerado
verdadero desierto en comparación con su vecino Kalahari), es un
enorme país de unos 800.000 km cuadrados y una población de apenas
dos millones de habitantes. El desierto del Namibia recorre el país
de norte a sur, en dirección Sudáfrica, y en ocasiones se junta con
el Kalahari, que hace de frontera natural con la vecina Botsuana
Al norte, un terreno menos árido y más fértil, lugar donde se
encuentran los mejores parques nacionales (entre ellos el célebre de
Etosha) y el noreste la extraña franja de Caprivi, un estrecho de
tierra ciertamente estrecho que hace que separa Angola de Botsuana
pero que pertenece a Namibia. Al parece
allí se encuentran los mejores bosques del país.
El país, al que algunos llaman “África
para principiantes” por las facilidades que ofrece a los
visitantes, es uno de los más recientes de África: logró su
independencia en 1990, cuando Sudáfrica al fin cedió su soberanía,
la misma que había conseguido al final de la Primera Guerra Mundial
cuando Alemania, el primer “conquistador” de Namibia, fue
obligado a retirarse de sus colonias. Sin embargo, la huella alemana,
un siglo después, sigue muy presente: se habla alemán con cierta
frecuencia, algunos nombres de calles y de muchas ciudades están en
la lengua de Bismarck y, sobre todo, el país presenta una
sorprendente organización, limpieza y modernidad.
La capital, Windhoek (literalmente,
rincón ventoso) es una pequeña pero coqueta urbe de avenidas
tiradas con escuadra y cartabón, limpias y ordenadas, moderna y
segura. Una colección de meteoritos caídos en la zona adornan una
de las calles más comerciales y los colegios privados alemanes
comparten manzana con los centros de artesanía africana o el KFC,
porque aquí, como en todos los lados, ha llegado la globalización.
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Vanesa y Akiko, croata y japonesa, observan la puesta de sol en Namibia |
No tardé mucho en situarme en la
ciudad, en sentirme seguro en Namibia y en organizar lo que iba a ser
mi visita. Siendo consciente de la absoluta imposibilidad de ver los
lugares más interesantes en transporte público, intenté sin éxito
compañía para alquilar un coche, pero la alternativa japonesa con
forma de dos curiosas jóvenes niponas llegó tarde y de manera poco
convincente. Mientras ellas decidían su ruta (días después habría
de encontrármelas en el desierto), yo ya
había reservado el primer viaje de 3 días a uno de los principales
reclamos de Namibia: Sossusvlei, un rincón del desierto de altas dunas y paisajes espectaculares.
Sossusvlei es sobre todo conocido por Dead Vlei, un antiguo lago salado
en medio del desierto del Namib donde docenas de árboles muertos y
secos forman recrean un ambiente tétrico y apocalíptico. A la zona
se accede después de recorrer unos 50km en coche a partir del
camping más cercano, más otros 5 km a pié
desde el lugar al que los coches sin tracción a las 4 ruedas pueden
acceder. En medio del camino, dunas que bajar (yo me permití el
capricho de hacerlo corriendo y rodando por ellas) y, si uno quiere
disfrutar de la mejor vista, dunas que subir.
Normalmente, y debido a que la zona es
un parque natural que no permite su entrada por la noche, antes de
llegar a Dead Vlei uno ha tenido la oportunidad de subir durante
tres cuartos de hora a la cima de la duna 45 (llamada así por estar
a 45 km de la entrada del parque) y desde allí, sobre las 6 y media
de la mañana en septiembre, disfrutar de uno de los mejores
amaneceres del país, sino el mejor. Una vez el sol ha dado los
buenos días, uno se puede tirar rodando por la duna y abajo le
espera el desayuno.
Disfrutar Namibia, con su clima árido
y sus paisajes lunares, es también disfrutar de una experiencia en
la naturaleza. Puedo decir que disfruté por igual las puestas de sol
sobre las dunas que las cenas alrededor del fuego de campamento, un
rato antes de dormir en las tiendas de campaña donde, si se tiene
suerte (y yo la tuve) también espera una buena compañía). Fuera,
el sonido de los monos beduinos y el
espectáculo de las estrellas en el desierto le garantizan a uno la
experiencia completa en plena naturaleza.
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El tétrico paisaje de Dead Vlei |
Y así, durante 3 días, y en compañía
de nuevos viajeros como Vanesa (una abogada croata con la que me
comuniqué en italiano) y de Akiko (la mejor japonesa que haya
conocido nunca y que me ha demostrado lo valiente que se puede ser
viajando sola por África con 20 años), tuve mi primera aproximación
a Namibia.
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