Después de nueve días en Ciudad del Cabo, con algún pequeño paréntesis de excursiones, creo que puedo decir que me he hecho con la ciudad. Un poco, al menos, ya sabemos que las ciudades requieren tiempo, y gente local conocida para sacarles todo el jugo. Pero al menos puedo decir que me sitúo, que la tengo en mi cabeza, que ya no soy el niño perdido que llegó con su mochila hace más de una semana y no salía de la calle del hostel.
Ciudad del Cabo es el resultado de una historia rica y una emplazamiento muy particular. Es la historia de los portugueses que se atrevieron a pasar por primera vez por el que ellos mismos bautizaron como Cabo de Buena Esperanza. Es la historia de los holandeses que vieron aquí el lugar perfecto para instalar un lugar de abastecimiento a los barcos que venían de las Indias (mucho antes de que nadie planteara siquiera la existencia del Canal de Suez), es la historia de los colonos ingleses que, después de algunas guerras, se hicieron con el control de la zona y del país, y es la historia, claro, de los propios sudafricanos, víctimas y verdugos de su cruel Apartheid y que, a ojos de un europeo, no parece que se haya superado del todo: los blancos tienen dinero y los negros vagan por las calles cuando no tienen alguno de los peores trabajos. Pero eso daría para una reflexión y estudio más profundo.
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Vistas desde la cumbre de Table Mountain |
Entre la base del teleférico que sube a Table Mountain (llamada asi por ser plana en su cima) y el Waterfront o zona del puerto habrá más de una hora a pie. Si uno hace ese camino puede decir que tiene la ciudad dominada, al menos de este a oeste, y encontrarse allí con un centro comercial (donde los blancos compran y los negros trabajan), un zona para lucir palmito, el aquario y algún que otro referente cultural, como las estatuas de los premios Nobel sudafricanos.
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Banco sólo para europeos, esto es, blancos |
Las huellas de la segregación racial aún están muy presentes. Y no hay mejor lugar para encontrarlas que en el Distrito 6, una zona muy céntrica donde los habitantes negros fueron desalojados y obligados a desplazarse a suburbios porque el tenebroso gobierno del Apartheid así lo quiso. Su museo, extraordinario, es el mejor sitio para comprobar hasta qué punto la situación fue trágica y cómo, de verdad, un objeto tan cotidiano como un banco podía estar reservado sólo para alguien en función de su color de piel.
Entre medias, una extraña mezcla de calles que suben y bajan, algunas playas al sur y al norte (sorprendente ubicación para una ciudad cuyo centro parece un poco cerrado a la costa) y un centro con cierta personalidad: mercados de artesanía, mercados de flores, cuidados jardines y céntricas estaciones (la de tren, moderna y limpia; la de bus, correcta; la de minibus, surrealista y caótica). Y más o menos en el centro, la famosa Long St., que no creo que sea la calle más larga de la ciudad ni mucho menos pero desde luego sí aquella donde turistas, mochileros, hoteles baratos, restaurantes turísticos, vendedores de droga y tiendas de antigüedades se mezclan con la curiosa pseudo policía urbana que, al menos, aporta cierta sensación de seguridad. Aquí está mi hostel, como la mayoría, y en el paseo de diez minutos que uno tarda en recorrerla uno puede encontrar casi todo lo que necesita para sobrevivir aquí. Sorprende, eso sí, que en casi toda la ciudad la vida parece desaparecer a partir de las 6 de la tarde, cuando el sol se pone en la recién estrenada primavera sudafricana. Y es entonces cuando un blanco solo puede resultar llamativo mientras pasea por sus calles.
Cuando marche a Namibia, pasado mañana, habré pasado 11 días en esta ciudad. Suficiente para una idea general, perderme en ella, subir a su montaña (y dejar para otra ocasión la subida a la Cabeza de León, su hermana pequeña), disfrutar de su famosísimo Jardín Botánico y dejarme ser tratado como un turista de manual a bordo de los autobuses rojos descapotables. Puede parecer una turistada, y lo es, pero me pareció la mejor manera de llegar a barrios de la ciudad a los que no hubiera podido ir de otra manera. A los barrios suburbiales, donde millones de ciudadanos negros se hacinan al margen de la vida de la ciudad, no he querido/podido ir. Quizá en otra ocasión, quizá en Johhanesburg.
Capetown, Ciudad del Cabo. Un lugar más que recomendable. Por cierto, os debía una foto con el tiburón. ¡Ahí está!
Parece que desde luego has aprovechado el tiempo en la ciudad y nos has dado ganas de conocerla. Seguro que lo que te espera en Namibia nada tiene que ver con lo que has encontrado en Ciudad del Cabo. Muy chula la foto del tiburón, pero nos debes una desde dentro del agua!!
ResponderEliminarYa nos contaras de Namibia...
Besos