Día 4 de viaje. Tiempo pasa rrrápido, que leí una vez. Después de 20 horas de vuelos, con su correspondiente escala en ese gran centro comercial del que también salen aviones que es el aeropuerto de Dubai, llegué a Sudáfrica. Quiso el destino que en el segundo de los vuelos viera “Up”, la película, y que las lágrimas de tristeza primero y emoción después no hicieran sino confirmar que cuando uno tiene un sueño, tiene que ir a por él antes de que sea demasiado tarde.
Ciudad del Cabo me recibió con su frío aeropuerto, su cielo nublado y su impresionante Table Mountain como primera visión, una vez me monté en el taxi. Pero cuando bajé la vista a la superficie, lo que encontré durante kilómetros a ambos lados de las ventanillas fue miles de chabolas pobladas por negros que jugaban al fútbol en las calles de tierra mientras sus madres llevaban agua de algún lugar hasta casa.
Reconozco que el primer día fui presa del pánico. El pánico a lo desconocido, a no saber exactamente qué hace uno aquí, a no conocer a nadie, a no saber nada de la ciudad, al miedo a andar por las calles solo, al miedo a carecer de itinerario. Es decir, todo aquello que me llamaba la atención del viaje fue justo lo que esa primera tarde me atacó a traición. Pero poco dura el pánico en la mochila del viajero, y tardé unas horas en conocer las primeras personas. Ahí está Martin, el checo viajero empedernido que después de haber estado en medio mundo y haber pasado ya un mes en áfrica, se ha embarcado en una nueva aventura que le lleva de Ciudad del Cabo a Kenya en tres meses. Martin viaja solo, al igual que la inmensa mayoría de la gente que he encontrado en el hostel una francesa que lleva 9 meses de viaje, un holandés de ¡70 años! que ha tardado 4 meses en bajar de Alejandría (Egipto) a Ciudad del Cabo o un japonés que no sabe el tiempo que va a emplear en llegar desde Sudáfrica a Marruecos. Sentirme un viajero solitario más en medio de este colectivo de viajeros profesionales me alejó el miedo del cuerpo, me hizo sentir en el lugar adecuado.
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Table Mountain desde el Jardin Botanico de Cape Town |
Martin, el checo, está siendo mi compañero de viaje estos días, y puede que lo sea un tiempo más porque ambos vamos a Namibia dentro de poco. Ayer visité con él un buen jardín botánico y dimos unos paseos por la ciudad. Hoy, sin embargo, debido a la lluvia y el viento, hemos optado por ir a un centro comercial y recorrer las estaciones de tren, autobús y minivan en busca de transporte para los próximos días. Al final, hemos optado por alquilar un coche y, junto con el japonés, iremos mañana a visitar el cabo de Buena Esperanza, dormir en Hermanus y avistar las ballenas que pueden verse allí en esta época del año.
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Mi nuevo amigo Martin y dos sudafricanas espontaneas |
Es pronto para hablar de Sudáfrica, pero tengo muy claro que aunque el Apartheid ya no exista, los negros son los pobres y los blancos los ricos. Los usuarios del transporte público, los trabajadores de servicios y la mayoría de la gente que está en la calle, muchos de ellos sin hacer nada, es negra. Los conductores de coches, los habitantes de barrios residenciales como en el que está el Jardín Botánico y la gente que compra en los centros comerciales, es blanca. Es prácticamente imposible ver un blanco en la estación de buses normal, por no hablar de la caótica estación de minivan donde miles de conductores de pequeñas furgonetas gritan su destino y, eso es algo que ya he aprendido, parten cuando el vehículo está lleno.
Día 4 de viaje. Tercera noche en Ciudad del Cabo. Planes para los próximos 3 días hechos. Perspectivas de viaje a Namibia a lo largo de la semana que viene. Sensación de vértigo del viajero solitaria, dispersada (por ahora). Ganas de ver cosas, intactas. Gente viajando por el mero hecho de viajar, incontable.