viernes, 31 de agosto de 2012

Un mundo de viajeros solitarios

Día 4 de viaje. Tiempo pasa rrrápido, que leí una vez. Después de 20 horas de vuelos, con su correspondiente escala en ese gran centro comercial del que también salen aviones que es el aeropuerto de Dubai, llegué a Sudáfrica. Quiso el destino que en el segundo de los vuelos viera “Up”, la película, y que las lágrimas de tristeza primero y emoción después no hicieran sino confirmar que cuando uno tiene un sueño, tiene que ir a por él antes de que sea demasiado tarde.

Ciudad del Cabo me recibió con su frío aeropuerto, su cielo nublado y su impresionante Table Mountain como primera visión, una vez me monté en el taxi. Pero cuando bajé la vista a la superficie, lo que encontré durante kilómetros a ambos lados de las ventanillas fue miles de chabolas pobladas por negros que jugaban al fútbol en las calles de tierra mientras sus madres llevaban agua de algún lugar hasta casa.

Reconozco que el primer día fui presa del pánico. El pánico a lo desconocido, a no saber exactamente qué hace uno aquí, a no conocer a nadie, a no saber nada de la ciudad, al miedo a andar por las calles solo, al miedo a carecer de itinerario. Es decir, todo aquello que me llamaba la atención del viaje fue justo lo que esa primera tarde me atacó a traición. Pero poco dura el pánico en la mochila del viajero, y tardé unas horas en conocer las primeras personas. Ahí está Martin, el checo viajero empedernido que después de haber estado en medio mundo y haber pasado ya un mes en áfrica, se ha embarcado en una nueva aventura que le lleva de Ciudad del Cabo a Kenya en tres meses. Martin viaja solo, al igual que la inmensa mayoría de la gente que he encontrado en el hostel una francesa que lleva 9 meses de viaje, un holandés de ¡70 años! que ha tardado 4 meses en bajar de Alejandría (Egipto) a Ciudad del Cabo o un japonés que no sabe el tiempo que va a emplear en llegar desde Sudáfrica a Marruecos. Sentirme un viajero solitario más en medio de este colectivo de viajeros profesionales me alejó el miedo del cuerpo, me hizo sentir en el lugar adecuado.

Table Mountain desde el Jardin Botanico de Cape Town
Martin, el checo, está siendo mi compañero de viaje estos días, y puede que lo sea un tiempo más porque ambos vamos a Namibia dentro de poco. Ayer visité con él un buen jardín botánico y dimos unos paseos por la ciudad. Hoy, sin embargo, debido a la lluvia y el viento, hemos optado por ir a un centro comercial y recorrer las estaciones de tren, autobús y minivan en busca de transporte para los próximos días. Al final, hemos optado por alquilar un coche y, junto con el japonés, iremos mañana a visitar el cabo de Buena Esperanza, dormir en Hermanus y avistar las ballenas que pueden verse allí en esta época del año.

Ciudad del Cabo es menos mediterránea y playera de lo que me esperaba. Desde luego la playa no está cerca del centro, o al menos no de “mi centro”, y la primera sensación es de un lugar un poco caótico, con barrios bien diferenciados y difícil de catalogar como ciudad. La calle donde duermo, Long st., está llena de hostels, restaurantes y sobre todo bares de copas. También la frecuentan pequeños camellos y no falta la policía y una curiosa patrulla de seguridad que está en cada esquina. No parece peligroso, aunque la primera noche, cuando a las 12h15 de la noche regresaba de tomar una cerveza, anduve con mil ojos. Esa sensación se ha disipado a lo largo de la semana.

Mi nuevo amigo Martin y dos sudafricanas espontaneas
Es pronto para hablar de Sudáfrica, pero tengo muy claro que aunque el Apartheid ya no exista, los negros son los pobres y los blancos los ricos. Los usuarios del transporte público, los trabajadores de servicios y la mayoría de la gente que está en la calle, muchos de ellos sin hacer nada, es negra. Los conductores de coches, los habitantes de barrios residenciales como en el que está el Jardín Botánico y la gente que compra en los centros comerciales, es blanca. Es prácticamente imposible ver un blanco en la estación de buses normal, por no hablar de la caótica estación de minivan donde miles de conductores de pequeñas furgonetas gritan su destino y, eso es algo que ya he aprendido, parten cuando el vehículo está lleno.

Día 4 de viaje. Tercera noche en Ciudad del Cabo. Planes para los próximos 3 días hechos. Perspectivas de viaje a Namibia a lo largo de la semana que viene. Sensación de vértigo del viajero solitaria, dispersada (por ahora). Ganas de ver cosas, intactas. Gente viajando por el mero hecho de viajar, incontable.

martes, 28 de agosto de 2012

El delicioso encanto de la incertidumbre

Llegó el día. Ya es 28 de agosto, marcado en rojo en todos los calendarios imaginarios de mi cabeza como el del comienzo del viaje. ¿Nervios? ¿Ansiedad? ¿Cosas que faltan y en las que no había pensado hasta ahora mismo? Por supuesto, todo eso y más. Pero con ese placentero puntito de desconocimiento, de la atracción por el "quépasará", por la duda de lo que me esperará mañana a partir de las 16 horas en la, dicen, maravillosa Ciudad del Cabo. Ese delicioso encanto que proporciona la incertidumbre antes de hacer algo que sabes que va a ser diferente.

Todo listo, creo. Ya está también preparada mi compañera de viaje: se llama Deuter, es alemana, tiene capacidad para 40 litros y parece una chica resistente y fiel. Más me vale que no me falle, que no se raje durante el viaje, que no se pierda y que aguante todo el tute que le voy a dar, que espero va a ser bastante. Deuter, como buena alemana, va a ser fiable y resistente. O eso espero.

Sobre las despedidas, creo que he tenido todas las que tenía que tener: me despedí de mis queridos revolconeros de Villahermosa del Río, donde he pasado los últimos 17 días del verano (todo un récord para mi); me he despedido de mis amigos, los de verdad. Y me he despedido, y esta era la más dificil, de mi familia, que se queda con cierta sensación de angustia ante la incertidumbre de ver partir a Sergio. Para ellos no es una incertidumbre con encanto ni es ni mucho menos deliciosa. Pero sé que en cuanto vean que estoy bien, que escribo, que me hago fotos, que viajo y que conozco gente, se tranquilizarán. No es la primera vez que viajo, al fin y al cabo. Cómo sé que vais a leer esto...os quiero mucho.

Llegó el día. Han pasado casi casi 3 años desde que una noche de septiembre tomara la decisión de hacer el viaje de mi vida. Tres años imaginando itinerarios, países, voluntariados, amigos que aún no tengo y sobre todo preparando mi mente para la nueva vida. Ahí voy, deliciosa incertidumbre, no me falles...